jueves, 12 de abril de 2012

Comentarios. 2001, odisea espacial. I. ¿Por qué 2001?


  Lo primero que nos puede venir a la mente cuando leemos el título de esta magistral película y novela del género de Ciencia Ficción, creada entre 1966 y 1968, es una extraña sensación de anacronismo, ya que el año 2001 pasó en la realidad hace ya tiempo, sin pena ni gloria, por cierto, y aquí seguimos, prácticamente igual que antes, sin haber viajado a Júpiter, ni tener urbanizaciones en la Luna, ni ninguno de los portentos que nos sugería la mencionada obra. ¿Quiere esto decir que los grandes maestros Clarke y Kubrick se equivocaron de medio a medio cuando vaticinaron las andanzas de la humanidad en tan carismática fecha? Pues parece ser que sí. Pero esto tiene mucha más miga, y se me ocurren una cuantas cosas al respecto. Primero, la Inocencia. Inocencia en el sentido de la simpleza, de no tener perspectiva suficiente para extraer conclusiones. No digo que los mencionados maestros fueran unos simples. En realidad eran unos artistas; y al desarrollar su obra quizá cayeron  en el romanticismo de una apuesta por el progreso sin detenerse demasiado a analizar el precio de ese progreso (ahora lo sabemos bien: la actual crisis económica se debe en parte a años de dispendio sin control). La inocencia también hace pensar en ecuaciones, que, vistas detenidamente, no tienen fundamento. Se pensaba en aquel entonces que si los hermanos Wright habían inventado el avión (poco más que una bicicleta con alas) en 1903; que si solo unos quince años más tarde ya se había perfeccionado el invento hasta el punto de poder darle un uso bélico; y que si en los años 30 ya empezaron a funcionar aerolíneas de pasajeros, por "lógica" el desarrollo de los viajes espaciales tendría una trayectoria similar: años 50, primeros cohetes; finales de los 60, viaje a la Luna en plan pionero, y treinta y tantos años más tarde, generalización de los viajes espaciales y presentarse en cualquier planeta como Pedro por su casa. El error está en considerar que la conquista del espacio es equivalente a cualquier otra gesta en nuestro mundo. Y no: salir ahí fuera, venciendo la gravedad, las inhóspitas condiciones y sobre todo, las enormes distancias, no es fácil ni barato. Y, seguramente, tampoco rentable. Los americanos lo saben. Sus seis viajitos a la Luna supusieron un esfuerzo nacional de tal magnitud, a nivel político, económico, industrial, militar y social, que nadie se ha atrevido a repetirlo, ni creo que se atrevan en mucho tiempo. 
  Otra de las razones que pudieron inducir a creer en tan acelerado progreso, no sólo a los autores de la obra mencionada, sino en general a toda aquella generación de los años 60, era el desolador momento histórico en el que se veían involucrados. Efectivamente, cuando el presente es duro, se tiende a esperar un mañana mejor. En la época de la guerra de Vietnam, los magnicidios de los Kennedy y Luther King, el miedo al holocausto nuclear, la desbocada carrera armamentística, la guerra fría, el desaliento de un siglo que había sufrido dos guerras mundiales y que pocos años después parecía volver a encontrarse al borde del abismo con una guerra mundial encubierta -no hubo un enfrentamiento global, pero sí multitud de conflictos armados repartidos por 3 continentes- y un incipiente reconocimiento del desastre ecológico al que se dirigía el planeta, era, si no lógico, sí bonito, pensar que el futuro sería mejor y que algo debería ocurrir para que empezaran a mejorar las cosas. Quizá por ello, Stanley y Arthur se dieron un margen de algo más de treinta años para ver realizado su sueño. 
También, cómo no, estaba el atractivo del número. Se hablaba mucho del año 2000 en aquella época, redondo dígito que parecía constituirse en la frontera entre dos épocas, entre el ajado novecento y el brillante porvenir, entre lo viejo y lo nuevo. Pero Clarke le añadió ese uno, esa gotita de sentido común matemático e histórico, porque como ya explicara en su día, el inicio del siglo XXI, no se produciría en 2000, sino en 2001, de la misma forma que el siglo I empezó con el año 1, ya que no existió nada que pudiera llamarse año cero.
Por lo tanto, entre la Inocencia de pensar que todos los avances tecnológicos tienen un movimiento contínuo y rectilíneo; la Esperanza de que el tiempo por venir curaría nuestras heridas con el bálsamo del progreso y el hallazgo de una fecha simbólica y significativa, se concibió una localización temporal para esa obra maestra del género fantacientífico. Probablemente, ellos ya sabían que se adelantaban mucho, pero  los que vimos la película y leimos el libro en aquella época, recibimos un regalo estupendo, con el que hemos podido disfrutar durante años. Fue, como dice Dave Bowman en otro momento,  algo maravilloso.


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2 comentarios:

  1. Me quito el sombrero ante esta entrada, juann. Tus reflexiones son interesantísimas y el estilo ameno y muy fácil de leer. Y la redacción, impecable, of course.

    Un saludito.

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    1. Gracias, Ángeles, por tu benigno comentario. Esto anima a seguir escribiendo.

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