jueves, 18 de octubre de 2012

Intro XVIII


  Cuando X decidió que ya habíamos visto suficiente de aquel planeta, volvió a activar su aparatito y, de nuevo, nos pusimos en camino. Como en un torbellino recuerdo que visitamos diez, veinte, quizá cien planetas en un breve lapso: Páramos desérticos y selvas lujuriantes, rocas solitarias como islotes del espacio y valles hirvientes de vida y progreso. Algunos, habitados por seres prácticamente iguales a nosotros, humanos o humanoides -quizá uno de los diseños más exitosos de la evolución-, aunque según X, no todos con la misma genealogía: por supuesto había descendientes de primates, pero otros tenían a los reptiles como sus ancestros; incluso otros habían evolucionado de seres acuáticos que podríamos catalogar como peces...En otros mundos, sin embargo, la evolución había producido especies muy diferentes a todo lo conocido por nosotros: arácnidos inteligentes, viscosos seres reptantes que se comunicaban mediante ondas cerebrales o bosques que funcionaban como un único organismo múltiple y que se desplazaban lentamente colonizando planetas enteros. Los hombres de roca, las medusas con capacidad de teletransportación, corales en relación simbiótica con extrañas criaturas marinas...
  Había planetas completamente oceánicos. Otros, rodeados de varios soles, no conocían la noche; algunos perpetuamente cubiertos de nubes, y otros en los que un día duraba apenas unos minutos y en los que la ecología y el ciclo de la vida eran enloquecedoramente veloces.
  Pero todo esto me enseñó varias cosas: A diferencia de lo que profetizaron algunos -que mirándose el ombligo exclamaban que la vida era algo tan insólito y singular, que probablemente estaríamos solos en el Universo-, descubrí que la vida se aferra a cualquier condicionante, a cualquier situación. Y que en la mayoría de los casos, prospera. Y que en un alto porcentaje de esos casos evoluciona y alcanza la inteligencia, sea en forma de bípedo primate, de cangrejo acorazado o de babosa telépata. Aprendí también que el gran impulso para el desarrollo pleno de seres inteligentes era la sociedad, la capacidad de convivir con los iguales, colaborar y complementarse. Dejar atrás las inevitables luchas y conflictos de los primitivos comienzos de toda civilización y alcanzar las cotas más altas de un progreso tecnológico en armonía con la naturaleza.

  Pensé en uno de los componentes de la famosa ecuación o fórmula que X intentaba enseñarme, o más bien intentaba que descubriera por mí mismo:

INTELIGENCIA=SOCIEDAD
SOCIEDAD=INTELIGENCIA

  Ahora, dirigiéndonos a un nuevo destino en este asombroso viaje, una pregunta bullía en mi cabeza: ¿Por qué nunca habíamos entrado en contacto con cualquiera de esas civilizaciones que copaban el Cosmos? Si tan abundantes eran, ¿cómo no habíamos tenido al menos un atisbo de alguna de ellas?
  La respuesta vino sugerida por X, como casi siempre:
  -El Universo es tan vasto que la mente no puede ni siquiera imaginarlo. Lo es en lo espacial y lo es en lo temporal. En esa vastedad cabe todo, pero, además, holgadamente. Tan holgadamente que un hipotético viajero podría recorrerlo durante una vida entera sin llegar a "tropezarse" con nadie. Si todo dependiera del azar, sería casi imposible que dos civilizaciones planetarias llegaran a cruzarse en el camino...
  -Sin embargo, tú llegaste a la Tierra por casualidad.
  -Sí, pero ahora tenemos mapas virtuales y programas de rastreo. Durante mucho tiempo nuestra civilización, al igual que otras de potencial semejante, emprendieron búsquedas basándose en hipótesis y probabilidades. Después de unos cuantos miles de años empezaron a llegar resultados y, a partir de ahí, fuimos "encogiendo" el universo. Debes tener en cuenta que solo en esta galaxia, de unos cien mil años luz de diámetro, hay al menos cien mil millones de estrellas, probablemente muchas más. Aunque haya diez millones de mundos habitados, ello solo representa el 0,01 por ciento del total. Es decir, ese hipotético explorador del que hablábamos antes, solo hallaría vida en uno de  cada diez mil sistemas estelares visitados. Ah, estamos llegando...
  Con una leve sacudida, nos detuvimos y, de nuevo, sentimos un suelo bajo nuestros pies. El lugar me resultaba vagamente familiar. Un desierto ocre, con unos pocos hierbajos, algunas zarzas y un horizonte lejanísimo en el que se adivinaban unas cumbres azules. Pero lo más sorprendente era lo que teníamos delante; una vieja carretera cuarteada y llena de baches. Parecía que en cualquier momento iba a aparecer una traqueteante camioneta conducida por algún flemático lugareño. X se situó en el centro de la calzada y comenzó a andar parsimoniosamente. Me apresuré a colocarme a su lado y, sin decir nada, esperé a que le diera la gana de explicarme a donde demonios nos dirigíamos.

continuará
                         

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2 comentarios:

  1. Como siempre, el señor X nos deja con la intriga hasta la siguiente entrega:

    intriga=entrega
    entrega=intriga

    (esta fórmula la he descubierto yo solita)

    Y como siempre, las posibilidades y las explicaciones que planteas en cada capítulo me parecen super interesantes y perfectamente reales.

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    1. Muy buena tu fórmula, además es eufónica. Me alegro de que te parezca interesante. El viajito de estos dos se está haciendo larguillo y creo que me van a protestar, pero ya he cogido carrerilla y no se si me voy a pasar de galaxia y todo...Gracias por tus comentarios, siempre tan oportunos y hábiles.

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