Después
de caminar durante un buen rato por aquella desolada carretera, llegamos a una
especie de cabaña de aspecto destartalado. Lo más notable era el tejado:
parecía hundido en su centro, pero, si se miraba con más atención, se observaba
una cierta intencionalidad en el diseño, por lo que era fácil inferir que su
forma obedecía al objeto de recoger las aguas pluviales, que, supuse, en este desierto debían ser un bien escaso y,
por tanto, muy valioso. Probablemente en su centro habría una abertura que
dejaba caer el agua en algún depósito interior, como en una antigua domus
romana.
Delante de la casa, un escuálido viejecillo,
totalmente lampiño y cubierto únicamente por una especie de taparrabos, se
hallaba sentado, en actitud meditativa, sobre una gran piedra plana. A su
alrededor había otras piedras similares, más pequeñas. El viejo no pareció
advertir nuestra presencia y X, con un gesto, me indicó que me sentara. Ambos
permanecimos en silencio hasta que el viejo, saliendo de su trance, levantó la
vista y nos miró.
Después de observarnos durantes unos
momentos, esbozó una leve sonrisa y se levantó de su sobrio acomodo. Se dirigió
al interior de la vivienda y, al cabo de unos minutos, reapareció portando unos
pequeños cuencos de madera que nos ofreció en silencio. Desconfiado, miré a X,
que, sin dudarlo un momento, lo tomó y se lo llevó a los labios, bebiendo su
contenido pausadamente. Lo imité y bebí. Era agua, simplemente, pero
aromatizada con multitud de matices. Mientras bebía, acudieron a mi mente
imágenes de húmedos bosques oceánicos, calurosas llanuras de arcilla,
inalcanzables cimas nevadas y profundos valles atravesados por caudalosos y
serpenteantes ríos. Al mismo tiempo, una reconfortante sensación de bienestar y
descanso recorrió todas las fibras de mi cuerpo. Hasta ese momento no había
sido consciente de lo cansado que estaba después del tour de
force al que X me había sometido. Pero después de beber el agua ofrecida por
el anciano, me encontré mejor que nunca, descansado como si hubiera dormido
como un bebé; saciado, como si hubiera disfrutado de una completa colación, y
con una agradable sensación de frescor en toda mi piel, a pesar del calor
reinante en aquel desierto, que debía acercarse a los 40 grados.
Vi como X depositaba el vacío cuenco en el suelo junto a él, e hice lo mismo. El anciano, que había permanecido en pie frente a nosotros mientras bebíamos, se acercó entonces a mí con las manos extendidas. Miré a X y este, con un gesto, me indicó que hiciera lo mismo. El viejo, sonriendo, tocó levemente las palmas de mis manos y cerró los ojos. En seguida su rostro se contrajo en una mueca de dolor o tristeza, para después suavizarse. Aún con gesto ensombrecido, abrió los ojos, me miró apreciativamente y luego, asintiendo, sonrió.
Me quedé perplejo, sin saber qué pensar, tras
ese extraño episodio. El anciano, entretanto, volvió a su duro escaño y se
encerró de nuevo en sus meditaciones. La visita, la entrevista o lo que hubiera
sido aquello, había terminado.
Vi que X ya se había levantado y se dirigía
de nuevo a la carretera. Me apresuré a levantarme y, tontamente, a modo de
despedida, hice una pequeña inclinación ante el anciano, que ni siquiera se dio
cuenta de ello.
Aceleré el paso hasta alcanzar a X y le
pregunté, un tanto alterado:
- ¿Puedes explicarme qué significa todo esto?
- ¿Qué crees tú? -repuso casi con arrogancia.
Un poco impaciente, le expliqué:
- No sé, parece que me has traído a la presencia de un brujo o un oráculo, como en las viejas leyendas, o algo así. ¿Es que esto es un viaje iniciático? Me parece que me estoy volviendo un poco chiflado.
- Quizá ya lo estuvieras. No se trata de nada de eso. El viejo es un científico. Uno de los más importantes de este sistema planetario. En realidad es radioastrónomo: escucha las estrellas. Pero también tiene otras habilidades, como la química. Combinando una serie de elementos con el agua de la lluvia, consigue esa maravillosa bebida que hemos tomado. Un hombre podría alimentarse solo con ese agua durante días y días...
- Ya, pero, cuando se ha puesto frente a mí y...
- Por cierto, - interrumpió sin prestarme atención- hablando de lluvia...
Qué misterioso se está poniendo esto: el anciano, la bebida mágica, y como siempre, el marcianito X que deja las explicacines a medias.
ResponderEliminarA ver qué nos depara todo esto...
Nice pics, btw.
Pues tú lo has dicho: a ver qué pasa...este es un relato al que le estoy cogiendo cariño. Parece que no quiero que se acabe( quizá es que no se como acabarlo)y en vez de ir cerrándolo lo voy abriendo cada vez más. Pero bueno...
ResponderEliminarLo de las imágenes no tiene gran mérito. Incluso me siento un poco culpable de copietear imágenes, pero...quedan tan bien...