Durante la década de los sesenta
del pasado siglo, el mundo asistió al inicio de una nueva concepción del
entretenimiento tejida con argumentos que trataban ideas extraordinarias. A los
que nos tocó vivir aquella época como niños nos fascinó doblemente el carácter
fantástico, fantacientífico y aventurero de las producciones del momento.
Ya el cine comenzó esta tendencia en los años cincuenta con películas
como “Destination Moon”, “Ultimátum a la Tierra” o “La Guerra de los Mundos”. La influencia de la trágica
guerra global de la década anterior y los impactantes acontecimientos de que
estuvo rodeada, como el uso de armas nucleares y el impulso exponencial a la
tecnología gracias a la economía de guerra con el desarrollo de cohetes,
grandes aviones; el embrión de la informática impulsado por la necesidad de
máquinas encriptadoras y descifradoras…y
una horrible duda sobre si los avances tecnológicos no iban a conseguir otra
cosa que acercarnos más rápidamente al final de nuestra civilización…todo ello,
aderezado con las enajenadas declaraciones de visionarios o místicos que
anunciaban la intervención de altos poderes, ya de origen divino o simplemente
extraterrestre, para salvarnos de nosotros mismos, dieron lugar como decimos a
una más bien tétrica, pesimista y oscura visión del futuro de la humanidad.
Pero, como decimos, esta tendencia revirtió hacia un moderado optimismo
durante la década siguiente, haciendo de lo fantástico y cienciaficticio un
nuevo género de entretenimiento dirigido a una pujante clase media que venía
aceptando de buen grado el sentirse parte de una sociedad tecnológica cuyos
logros podrían facilitarle la vida. Y para poder disfrutar de este nuevo
espectáculo, en la comodidad e intimidad del hogar, y sobre todo, para mantener
entretenidos a los niños, como uno más de los rasgos del incremento de lo que
se ha dado en llamar calidad de vida de estas clases medias, fue necesaria la
irrupción y perfeccionamiento de la televisión.
Además, ya inmersos en la carrera espacial y expectantes ante la llegada
del hombre a la Luna,
prevista para finales de la década, toda producción de carácter futurista que describiera
avanzadas tecnologías, viajes al espacio, etc…tenía asegurada una amplia y
receptiva audiencia.
La televisión, como testimonio visual de acontecimientos o expositora de
meras realizaciones en riguroso directo, o bien como medio de distribución de
clásicos del cine que ya no interesaban en las salas, no supuso, en sus
principios, una verdadera competencia para el negocio del séptimo arte. Pero,
como siempre ocurre, al cabo de un tiempo, llegaron algunos geniales
productores que vieron una serie de posibilidades de crecimiento y mejora del
medio utilizando esa expectativa y deseo por lo extraordinario e impactante,
por la aventura y la fantasía que, quizá, al cabo de los años se convirtiera en
realidad. Y así, gracias a algunas producciones como la que hoy nos ocupa, los
niños de aquella anticuada época en la que aún perduraban lacras como el
racismo, la desigualdad, el dogmatismo y la falta de libertades, creímos
asomarnos a una pequeña ventana que daba al futuro, o a un posible futuro que
quizá nunca llegaría, pero que nos ayudaría a creer que, al menos, algún tipo
de futuro era posible.
Una de las ventajas del medio , paradójicamente, era la escasa calidad
de la imagen televisiva, que no resistía la comparación con los logros que el
cine, precisamente como respuesta a la presión ejercida por esta nueva competencia, había ido implementando:
technicolor, panavisión, 3D (conocido en la época bajo el nombre de cinerama), etc.
Y era una ventaja porque ello permitía el uso de lo que sería el embrión de los
“efectos especiales” sin que se notaran demasiado los posibles fallos o
imperfecciones en su realización.
Uno de los hitos, en mi modesta opinión, que aunó todos estos mimbres,
fue la mítica serie británica “Guardianes del espacio”.
Creada por el genial Gerry Anderson, a mediados de los años 60, esta
serie heredó todo lo aprendido y logrado por
su autor y colaboradores tras la experiencia de casi una década de trabajo
con marionetas, maquetas y efectos especiales. Tras series como Torchy, Four Feathers
Fall, Supercar, Stingray, etc.., “Thunderbirds” (nombre original de la serie)
supuso un salto cualitativo en el campo de las series de entretenimiento
familiar en general y en el de las que usaban títeres o marionetas como
personajes, en particular. Con el a la vez sencillo y complejo argumento centrado
en una organización privada de salvamento que acude a cualquier llamada de
socorro a lo largo del mundo, Anderson creó todo un universo social,
tecnológico y geopolítico que, más allá de la otras veces comentada ingenuidad
de las producciones de aquellos años, resultaba, al menos a los ojos de la
época, creíble, deseable y esperanzador. No es necesario añadir que los que en
aquel entonces contábamos con la tierna edad de cinco o seis añitos, nos
quedábamos embobados y con los ojos como platos viendo las evoluciones de
aquellas ingeniosas maquetas, los arcaicos aunque vistosos efectos especiales y
esos extraños personajes de antinaturales movimientos y curiosos uniformes de
soldaditos de juguete o camareros futuristas.
continuará
Me ha encantado esta entrada. Una exposición magnífica y un análisis interesantísimo de la serie y su contexto histórico y social.
ResponderEliminarYo he visto la serie recientemente, no con cinco años sino con unos cuantos más, pero he disfrutado como un niño. Sí, ahora se les ven los hilos, pero eso no le resta ni un átomo de magia y de mérito. Casi al contrario.
Saludos.
Gracias por el comentario y perdona mi tardanza, como siempre, en responder...Efectivamente, ahora a estas cosas las llamas series "de culto", porque mucha gente se da cuenta de su valor al cabo del tiempo. Yo, en su momento, ya me di cuenta de que estaba ante algo especial...era como si hubieran aprovechado al máximo las pocas posibilidades tecnológicas y artísticas de la época, pero echándole mucho trabajo e imaginación. Gracias, hasta pronto.
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