sábado, 11 de abril de 2015

La Biblioteca oculta de Zöor (XIII)


  “La muerte es como un sueño intranquilo. Como ese viscoso e interminable deambular de las pesadillas. Como ese horror insistente que nos rodea y no nos deja escapar, que porfiadamente nos persigue por ese túnel mal iluminado del terror subconsciente, hasta que el alba del despertar lo rompe en añicos y respiramos, por fin, aliviados, aunque aún sobrecogidos. Pero en este caso no hay despertar. El descanso llega con el descanso eterno. El verdadero final. Cuando se desvanece el último vestigio de conciencia, cuando muere la última neurona. Hasta ese momento sentimos, pensamos, de alguna forma vivimos. La ciencia da unas horas de prórroga al cadáver para declarar la muerte del sujeto. Es proverbial la tardanza de los jueces cuando acuden a levantar un cadáver, la de los médicos para certificar un fallecimiento. Hay como un temor a cercenar ese último destello de vida. Y no hablemos de esas leyendas sobre féretros arañados desde dentro…Pero sí, la verdad es más dolorosa aún. La conciencia, sostenida por ese complejo y maravilloso entramado de fibras, nervios, células, impulsos…perdura durante un largo tiempo después de la aparente muerte física, de la inmovilidad. Un tiempo quizá demasiado largo para lo que creíamos hasta ahora. Pero yo estuve allí, yo he visto la muerte. Llevado por increíbles azares a una guerra desconocida y lejana, sucumbí, caí en el combate y fui cegado por esa proverbial luz que te conduce a tu último destino. Durante un tiempo indeterminado experimenté la muerte hasta que la pasmosa tecnología de esos seres que me acogieron me devolvieron a la existencia.Y puedo decir que ese periodo de vida latente, la residual energía acumulada en esa suerte de condensador eléctrico que es nuestro cuerpo puede durar meses, incluso años…Tenían razón los visionarios de la literatura fantástica que imaginaron mantener cuerpos en la semivida, como los ubícuos circunstantes del genial Philip K…o aquellos que extraían la electricidad de millones de cuerpos encadenados a una inexistente fantasía matricial 
  Y ahora, viejo y cansado, devorado por esta horrible enfermedad que me aqueja, veo la muerte, de nuevo, acercarse con firme paso. Pero mi temor a la muerte ha crecido, mi temor a ese lapso indefinido de ansiedad, de caótica actividad nerviosa, de sensaciones entreveradas de recuerdos reales de una vida real y de hechos inexistentes pero alguna vez imaginados. El temor a sufrir esta falsa muerte hasta que nuestro cerebro se limpia de la culpa de haber vivido, de haber bebido de las fuentes del mal, como todo hijo de vecino, de haber sucumbido a la debilidad en innumerables ocasiones y de haber sembrado el mal entre nuestros semejantes, al igual que ellos hicieron, puesto que el mal existe en nosotros y es indisociable de la naturaleza humana…; a padecer, hasta ese liberador momento, insertos en esa especie de purgatorio previo al eterno descanso.

   Ahora entiendo -¡Qué ironía!- a aquellos vehementes mesías de medio pelo que se afanaban en hacernos creer que hay vida después de la muerte…Sí, pero ¡qué vida!
Pues solo eso, esa vida incombustible, inextinguible, tenaz, que se obstina en aferrarse al último hálito, al último impulso, al último latido de nuestro cuerpo. El paradigma de la agonía.
   Y ahora me enfrento a ello por segunda vez. Y esta vez no he de volver. Pero creedme, no hay forma de escapar a esa condena, de zafarse del penoso sufrimiento, de eso que podríamos definir como la última y peor de todas las pesadillas.”



Fragmento hallado en la Biblioteca oculta de Zöor

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