El alivio de encontrarnos de nuevo en "tierra firme" duró solo un instante, pues cuando la negra cortina desapareció por completo pudimos darnos cuenta de nuestra verdadera situación. Un escabroso lugar formado por rocas de retorcidas formas y de un sucio color grisáceo, con un cercanísimo horizonte. Un objeto muy pequeño, pues. Sin atmósfera, sin materias primas, sin vida...
- ¿Estamos en un asteroide, en un pedrusco sideral ?-pregunté angustiado a X.
Aunque nuestra biomecánica hubiera sido mejorada, tal como me explicó X en su día, permitiéndonos respirar en atmósferas tenues, de hasta un 1% de la terrestre; y aunque pudiera sobrevivir varios días con el único sustento del "agua mágica" suministrada por el anciano de Tealma 1, nada de eso nos serviría en este desolado islote perdido en algún rincón olvidado de la galaxia. Dependíamos, pues, de la protección del dispositivo de X como única barrera entre nosotros y este entorno hostil.
Sin embargo, la capacidad de este era limitada. Estaba diseñado para proveer soporte vital solamente durante el breve lapso de los saltos y no sabíamos cuánto podía durar en un uso continuado.
Además, observé, se le había encendido una lucecita roja que antes nunca le había visto.
Tal como yo lo veía, nuestra situación era la siguiente:
Tras el desesperado -y descontrolado- salto que nos salvó de la fatal caída en Daroon 6, el transportador, sin un destino establecido, nos hizo vagar por el sector de espacio alcanzado de manera fortuita, buscando el planeta habitable más cercano, como era costumbre. Pero no encontró ninguno. Ni siquiera un planeta no habitable donde simplemente pudiéramos sentarnos a esperar. Supongo que la batería o acumulador o la fuente de energía, cualquiera que fuese, que lo hacía funcionar, estaría a punto de agotarse y el navegante automático ya no pudo seguir buscando. Tenía que soltarnos donde fuera antes de agotar su energía completamente, pues en ese caso moriríamos. Yo no me había dado cuenta hasta ese momento pero ahora comprendí, con total claridad, que siempre habíamos dejado transcurrir un cierto tiempo entre salto y salto. Ello era necesario para que se recargara el "cacharrito", probablemente captando energía solar. Al no encontrar nada mejor, nos depositó en aquel celeste guijarro. Pero ahora, dado que no podíamos simplemente apagar el cacharro y esperar a que se recargara, pues necesitábamos que siguiera funcionando, se entablaba una carrera contra reloj entre el tiempo necesario para escapar de aquel asteroide y el tiempo que pudiéramos sobrevivir allí.