miércoles, 25 de febrero de 2015

2010. Odisea 2 (IV): El efecto "tirachinas" y otra vez los monolitos


Parte del recorrido de Rosetta. No aparece el tercer paso por la Tierra
   Una de las cuestiones tecnológicas que me parecen más interesantes en torno a los viajes espaciales y, concretamente, a las expediciones interplanetarias, es este efecto mencionado en el título que, profusamente, se utiliza tanto en la realidad como en las narraciones fantacientíficas que pretenden estar en la onda de lo científica y tecnológicamente verosímil, es decir, la rama de este género que los anglosajones han dado en llamar Hard SF. Y el tema está más o menos de moda, ya que recientemente hemos oído hablar de varios hitos de la astronáutica que, aun sin la espectacularidad de aquellas gestas de los años sesenta y setenta, no dejan de ser logros importantes para el conocimiento de nuestro entorno sideral. Y estas misiones a las que hacemos referencia no son otras que la de la sonda Rosseta, con su ahijado Philae, que tras un bonito periplo por nuestro sistema solar contactó nada menos que con un cometa (el Churiumov/Gerasimenko); la sonda Dawn, primera en alcanzar los cuerpos Ceres y Vesta, del cinturón de asteroides (aunque Ceres ahora ya no es asteroide, sino planeta enano), y por supuesto, ese pequeño e intrépido navío que, dirigiéndose a los confines del sistema solar, se está acercando, pausada pero inexorablemente, a ese otro recalificado cuerpo celeste, el "planetita" Plutón. Todas ellas han realizado o están realizando un largo y metódicamente planificado crucero por el sistema solar, todas ellas han utilizado, en algún momento, el efecto tirachinas, aunque más apropiado sería  llamarlo efecto "honda", que aprovecha la fuerza de gravedad de los planetas, y todas ellas han sido mencionadas en este sitio.
¿Pero qué es y qué tiene que ver con la segunda parte de la saga bimilenaria del ínclito A.C. Clarke, este efecto acelerador planetario? Pues eso, un empujoncito que, gratuitamente, nos proporciona la madre naturaleza en su apartado de mecánica celeste, para que podamos viajar por esos mundos de Dios sin gastar demasiado. Y tiene que ver porque Clarke lo utiliza, ya en "2001...", primera parte de la saga y luego en "2010...". Incluso en esta última en sus dos versiones, la de acelerador y la de freno. Pero vamos a explicarlo un poco más para que quede claro...

domingo, 22 de febrero de 2015

Intro XXXIV

  

  El alivio de encontrarnos de nuevo en "tierra firme" duró solo un instante, pues cuando la negra cortina desapareció por completo pudimos darnos cuenta de nuestra verdadera situación. Un escabroso lugar formado por rocas de retorcidas formas y de un sucio color grisáceo, con un cercanísimo horizonte. Un objeto muy pequeño, pues. Sin atmósfera, sin materias primas, sin vida...
  - ¿Estamos en un asteroide, en un pedrusco sideral ?-pregunté angustiado a X.
Aunque nuestra biomecánica hubiera sido mejorada, tal como me explicó X en su día, permitiéndonos respirar en atmósferas tenues, de hasta un 1% de la terrestre; y aunque pudiera sobrevivir varios días con el único sustento del "agua mágica" suministrada por el  anciano de Tealma 1, nada de eso nos serviría en este desolado islote perdido en algún rincón olvidado de la galaxia. Dependíamos, pues, de la protección del dispositivo de X como única barrera entre nosotros y este entorno hostil.
  Sin embargo, la capacidad de este era limitada. Estaba diseñado para proveer soporte vital solamente durante el breve lapso de los saltos y no sabíamos cuánto podía durar en un uso continuado.
  Además, observé, se le había encendido una lucecita roja que antes nunca le había visto.
  Tal como yo lo veía, nuestra situación era la siguiente:
 Tras el desesperado -y descontrolado- salto que nos salvó de la fatal caída en Daroon 6, el transportador, sin un destino establecido, nos hizo vagar por el sector de espacio alcanzado de manera fortuita, buscando el planeta habitable más cercano, como era costumbre. Pero no encontró ninguno. Ni siquiera un planeta no habitable donde simplemente pudiéramos sentarnos a esperar. Supongo que la batería o acumulador o la fuente de energía, cualquiera que fuese, que lo hacía funcionar, estaría a punto de agotarse y el navegante automático ya no pudo seguir buscando. Tenía que soltarnos donde fuera antes de agotar su energía completamente, pues en ese caso moriríamos. Yo no me había dado cuenta hasta ese momento pero ahora comprendí, con total claridad, que siempre habíamos dejado  transcurrir un cierto tiempo entre salto y salto. Ello era necesario para que se recargara el "cacharrito", probablemente captando energía solar. Al no encontrar nada mejor, nos depositó en aquel celeste guijarro. Pero ahora, dado que no podíamos simplemente apagar el cacharro y esperar a que se recargara, pues necesitábamos que siguiera funcionando, se entablaba una carrera contra reloj entre el tiempo necesario para escapar de aquel asteroide y el tiempo que pudiéramos sobrevivir allí.

domingo, 15 de febrero de 2015

El baile (gravitatorio) de Plutón y Caronte



Plutón y Caronte vistos por New Horizons a 200 millones de kilómetros de distancia
  La nave New Horizons, de la NASA, se acerca a Plutón y, en los últimos días del pasado mes de enero, tomó una serie de imágenes en las que se aprecia el planeta enano junto a su gran luna Caronte, orbitando su común centro de masas. Según Camille M. Carlisle, autora del artículo que acompaña a estas imágenes en Sky and Telescope, a cualquiera de los geeks* que lean esto (incluyéndole probablemente a usted y a este modesto comentarista) les parecerá un tema sumamente interesante. 

  Porque, técnicamente hablando, un astro pequeño no orbita alrededor de un cuerpo estacionario mayor; en realidad, ambos se mueven alrededor de su centro de masas común, llamado baricentro. Esto se aplica incluso para el Sistema Solar en su conjunto: en lugar de planetas girando en torno a un Sol inmóvil, tanto este como los planetas se mueven teniendo como centro de su órbita al citado baricentro. Para hacernos una idea, el baricentro es una especie de media o compromiso entre la distancia y la masa de ambos cuerpos giratorios. Debemos pensar que en el Universo nada está quieto, todo es movimiento, y las velocidades y desplazamientos son siempre en relación a otro u otros cuerpos –que a su vez, tambien se mueven-. Si tomamos como ejemplo el sistema Tierra-Luna, veremos que la distancia es muy corta –en términos astronómicos, claro- y que la diferencia de masa entre ambos cuerpos es significativa aunque no desmesurada –la masa de la Luna es 1/81 de la terrestre-. Por ello, el baricentro de este sistema está muy cerca del centro de la Tierra, con lo que, en la práctica, realmente la Luna orbita alrededor de la Tierra.

  Según explica Ms. Carlisle, el centro de masas entre el Sol y los planetas se halla, como ya sabemos, en el interior del Sol, pero se mueve conforme los planetas se mueven y podría llegar a desplazarse fuera del Sol en un futuro (¡!).

  En la siguiente animación se observa el sistema  de relaciones entre un planeta, su estrella y los puntos de Lagrange orbitando alrededor del baricentro, que se halla levemente desplazado del centro del astro mayor –lo que produce que este también “orbite”-.

domingo, 8 de febrero de 2015

El soldado que lloró por su caballo ( I )

  Me alisté -forzosamente- en el ejército cuando cumplí los veinte años. Acababa de terminar mis estudios y decidí no hacer uso de la posibilidad de retrasar el ingreso a filas ya que tenía por delante un año en el que probablemente no iba a hacer nada de provecho. Después de una corta estancia de adiestramiento genérico en unos barracones de la fría estepa nórdica donde lo más parecido a un arma que vi fueron las palas con las que cada mañana teníamos que despejar la nieve del camino al pabellón de los comedores, llegó la hora de elegir destino y estuve unos días dudando entre las distintas opciones que me habían ofrecido. Finalmente, me decidí por la Caballería, pensando en aprender a conducir carros de combate y patrullar con ellos, audazmente, por las áridas zonas de conflicto. Algunos veteranos habían venido al centro de reclutamiento a dar conferencias sobre las bondades de la vida militar y todas esas pamplinas que pretendían hacerte sentir como un héroe. La verdad es que los peores tiempos de la guerra ya habían pasado y esta había sido alejada hasta más allá de las fronteras de nuestro sistema solar, pero el Ejército mantenía toda una red de servicios de defensa y de logística en los planetas aliados que se hallaban más cercanos al frente. Así, fantaseé con la idea de destruir a golpe de cañonazo los enormes termiteros de aquellos inmundos bichejos que habían invadido Gliese 876 o las pequeñas naves "insuctoras" de los monstruos de Sirio A, que había que detectar y derribar antes de que se enterraran bajo el suelo y empezarán a degradarse expandiendo su carga de ponzoña y podredumbre, que podía llegar a corromper y envenenar grandes extensiones de un planeta. Algún compañero, sin embargo, me había advertido de que  ningún recluta de reemplazo forzoso llegaría a conducir tanques ni a pilotar aviones en este ejercito profesionalizado en el que esas importantes tareas se reservaban a militares que se comprometían por mucho más de los obligatorios quince meses. Y que probablemente, si ingresaba en ese cuerpo, me pasaría el susodicho periodo limpiando barro de las orugas y engrasando piezas de motores.
  Todo esto dejó de tener importancia cuando una calurosa tarde de finales de verano llegué ante la entrada de mi nuevo destino. Un impersonal muro se extendía a ambos lados de aquella, y, en la garita, un displicente soldado de guardia me franqueó el paso al mostrarle mis credenciales. Me presente al oficial de guardia y este, tras mirarme sin el menor interés, le dijo a su asistente:
- Llévale a ver las cuadras, para que vaya familiarizándose...- y volvió a centrar su atención en la enorme copa de brandy que tenía ante él.