domingo, 30 de marzo de 2014

Comentarios. El Legado de PKD (2). La Penúltima Verdad



  

  Hay un cierto consenso en ese multitudinario y complejo mundo de la literatura fantacientífica por el cual se respetan o se siguen de manera tácita una serie de “normas” que en su momento fueron establecidas por alguno de los grandes maestros. Es el caso, por ejemplo, del código de conducta de los robots. El gran Isaac postuló en su día, como envoltura ética para sus tempranos relatos de robots, las famosas “Leyes de la Robótica”, que primero eran tres y luego fueron cuatro, cuando, posteriormente,  se incluyó la ley Cero. La finalidad de todo esto, en resumen, es la de que un robot nunca debe dañar a un ser humano. Otros estándares del género nos asoman a una definitiva y fatal tercera guerra mundial (la cual  se creía inevitable en los tiempos de la guerra fría) que nos dejaría un mundo desolado e inhóspito por el que vagarían  como almas en pena los escasos supervivientes de la contienda en situaciones precarias o incluso de vuelta a la barbarie. En fín, una serie de temas cruciales de la fantasía científica como la tecnología al servicio de armas cada vez más mortíferas, la fabricación de órganos artificiales o los viajes en el tiempo, podemos encontrarlos en multitud de obras pertenecientes al género y, como decíamos más arriba, tratados con cierta unanimidad de criterio…
  Pero en esto llega Philip K. Dick, meritorio enfant terrible de la escena SF y arrasa con la ética, los consensos y los caminos trazados. Claro que él mismo también se hizo un sitio entre los maestros, así que se podía permitir el lujo de trazar otros senderos. 

  En La Penúltima Verdad “The Penultimate Truth”(1964), nos muestra un mundo en el que tras una contienda global de carácter nuclear, la mayoria de la población vive refugiada en enormes complejos subterráneos llamados “tanques”, en la creencia, alimentada por los políticos, de que  la guerra sigue en curso y la superficie terrestre es un campo de batalla inhabitable debido a la destrucción, la radiactividad y las mortales plagas consecuencia de las mutaciones de microorganismos. Pero la realidad es que la guerra terminó décadas atrás, y las zonas radiactivas se han ido “enfriando” y han sido convertidas en hermosos parques naturales en los que una casta de nuevos señores feudales, los llamados “Hombres de Yance”, establecen sus dominios. Estos prestan vasallaje al verdadero señor omnipotente que gobierna el mundo, el despreciable Stanton Brose, decrépito anciano que se mantiene vivo gracias a la incautación, en su propio beneficio,  del último depósito  de artiforgs (artificial organs) que queda tras la guerra, y a las intrigas políticas que le permiten deshacerse de cualquier enemigo que pueda hacerle sombra. Una mascarada a base de simulacros oradores que arengan a las masas trabajadoras de los tanques a través de la televisión y la proyección de verdaderas obras de arte de efectos especiales que simulan batallas y destrucción de ciudades logran mantener el engaño de manera que aquellas sigan esforzándose en la producción de robots guerreros para defender a su bloque en la confrontación. Estos robots, en realidad, pasan a engrosar los séquitos y ejércitos privados de los hombres de Yance para defender sus tierras en los litigios entre ellos y, por supuesto, ocuparse del mantenimiento de sus vastas posesiones.  Y nada de leyes de la robótica ni lindezas por el estilo. Se trata de robots guerreros con la orden expresa de matar al enemigo, sea mecánico o humano, como bien entendió el protagonista principal de la trama, Nicholas Saint  James.
  La aventura de Nick Saint James, presidente del tanque “Tom Mix” comienza cuando decide salir a la superficie –más bien es obligado a ello por ciertas facciones de su entorno-, para conseguir un artiforg, concretamente un páncreas artificial, para resucitar a su ingeniero principal, Maury Souza, que acaba de morir por una dolencia en dicho órgano, y sin el cuál, la producción de su tanque no alcanzará la cuota comprometida. Aparte esto, una especial amistad une a los dos hombres y Saint James, de alguna forma, se siente moralmente obligado a intentar la aventura, a despecho de los peligros que, según la creencia general deberá arrostrar.
  Provisto de una excavadora portátil, sea esto lo que quiera que sea, consigue perforar su camino a la superficie. Una vez en ella, nada es como creía, ni la radiactividad es tan fuerte, ni existe el “mal de la bolsa” ni el “síndrome del encogimiento hediondo”, ni parece que haya bombardeos; pero es apresado por un par de robots, que, educadamente, le comunican que van a proceder a ejecutarlo, pues se halla en una propiedad privada en la que no tiene permiso para permanecer. Sin embargo, en el último momento es salvado por David Lantano, el propietario de la finca, que aparece armado con un mortífero rifle de rayos o algún otro arma terrible de ese estilo. (Este hecho provoca una cierta confusión en el protagonista y otros personajes que, de alguna manera, tienen noticia de él. Pero en ese momento de la trama permanece inexplicado e inexplicable. De todas formas, el lector podrá llegar a la conclusión, más adelante, de que, de alguna manera, Lantano tiene acceso a una máquina del tiempo y a armas secretas que se diseñaron en los últimos tiempos de la guerra. Dejémoslo así, sin más, para no convertir este inciso en un spoiler).
  La aventura de Saint James continúa cuando es acogido por unos vagabundos que sobreviven en los sótanos de la ciudad de Cheyenne. Allí es informado de que tiene varias opciones: permanecer con ellos, disfrutando de la vida en libertad, aunque sumidos en la pobreza; volver a su tanque, ya que no va a conseguir la quimera que persigue o, la más cómoda de las opciones, solicitar alojamiento en alguno de los complejos de Apartamentos Runcible. Sí, por sorprendente que parezca, Luis Runcible es un magnate inmobiliario que se dedica a la construcción de apartamentos dotados de todas las comodidades modernas para facilitar una vivienda digna a los miles y miles de habitantes de los tanques subterráneos que huyen de los mismos conforme se va corriendo la voz de lo que ocurre en realidad. A cambio, obviamente, pasarán a trabajar para el propio Runcible y sus numerosas empresas.
  Pero Nicholas no desespera de conseguir su objetivo, aunque en su camino se verá envuelto en una intriga de alto nivel para desbancar a Brose…
  Una novela fascinante en la que Dick, magistralmente, destila gota a gota elementos cada vez más sorprendentes, construyendo una trama compleja, rica y minuciosa, pero que se desliza con facilidad y se lee de forma placentera.

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