domingo, 30 de marzo de 2014

Comentarios. El Legado de PKD (2). La Penúltima Verdad



  

  Hay un cierto consenso en ese multitudinario y complejo mundo de la literatura fantacientífica por el cual se respetan o se siguen de manera tácita una serie de “normas” que en su momento fueron establecidas por alguno de los grandes maestros. Es el caso, por ejemplo, del código de conducta de los robots. El gran Isaac postuló en su día, como envoltura ética para sus tempranos relatos de robots, las famosas “Leyes de la Robótica”, que primero eran tres y luego fueron cuatro, cuando, posteriormente,  se incluyó la ley Cero. La finalidad de todo esto, en resumen, es la de que un robot nunca debe dañar a un ser humano. Otros estándares del género nos asoman a una definitiva y fatal tercera guerra mundial (la cual  se creía inevitable en los tiempos de la guerra fría) que nos dejaría un mundo desolado e inhóspito por el que vagarían  como almas en pena los escasos supervivientes de la contienda en situaciones precarias o incluso de vuelta a la barbarie. En fín, una serie de temas cruciales de la fantasía científica como la tecnología al servicio de armas cada vez más mortíferas, la fabricación de órganos artificiales o los viajes en el tiempo, podemos encontrarlos en multitud de obras pertenecientes al género y, como decíamos más arriba, tratados con cierta unanimidad de criterio…
  Pero en esto llega Philip K. Dick, meritorio enfant terrible de la escena SF y arrasa con la ética, los consensos y los caminos trazados. Claro que él mismo también se hizo un sitio entre los maestros, así que se podía permitir el lujo de trazar otros senderos. 

sábado, 29 de marzo de 2014

Intro XXXII


 
    El terror imaginado, la horrible sensación que nos acecha en lúgubres pesadillas, ese instante de pánico en el que un abismo sin asideros nos traga indefectiblemente. Cuantas veces hemos sufrido en sueños esa sensación de caída fatal hacia las fauces de un precipicio, por la mala suerte o por nuestra propia estupidez. Sensación de caída, irremediable, sin esperanza, pavoroso instante en el que el mundo nos deja para siempre. Por suerte, en las pesadillas, esta sensación dura un instante y, generalmente, tras una incómoda convulsión, nuestro propio cuerpo nos despierta, alejando los miedos. Pero ahora era de verdad. Como si se tratara de arenas movedizas, el suelo se había desecho bajo mis pies, como un terrón de azúcar, por el peso de mi cuerpo. De alguna manera nos habíamos visto desplazados al mismo yermo paraje por el que transitamos en nuestra primera visita a aquel planeta. Pero, ¡ay! Mala suerte, fuimos a aparecer justo en el borde de aquel precipicio cuya contemplación me había dejado sin aliento. Aquella titánica herida en la piel del mundo provocada por una fatal carambola cósmica.

  Efectivamente, algún fallo o interferencia en el proceso que nos permitía desplazarnos por el espacio tiempo, habría provocado un pliegue o pliegues inesperados que nos habrían arrojado de vuelta a aquel lugar que era la realidad, el verdadero rostro de Daroon en la actualidad. Aprendí, de pronto, que la naturaleza de las cosas es probablemente obstinada y se esfuerza en hacernos comprender que por muy ingeniosas tecnologías que podamos desarrollar estos simios convertidos en hombres que se han hecho con el poder en una apreciable porción del Universo, estaremos siempre sujetos a la obtención del beneplácito de las verdaderas fuerzas que lo gobiernan, ya que, imperfectos y falibles, tendremos siempre un resquicio para el error, la imprevisión, lo desconocido…

  Pero de nada me serviría ya, a estas alturas, esa lección. Me quedaban solo unos segundos de vida, quizá minutos, dependiendo de la insondable profundidad de aquel abismo. Todo esto lo vi en un fugaz instante, cuando manoteando como un insensato intentaba revertir el ya fatal desequilibrio provocado por la falta de apoyo para mis pies, que me hacía caer hacia atrás.

  Sin embargo, en mi desesperación pude contemplar como, con una agilidad que nunca hubiera esperado de su desgarbada anatomía, X dio un fuerte salto hacia delante y, sujetándome  por la cintura, se unió a mí en la caída.

  Muy bien. Mi situación antes era desesperada. Ahora ya no había remedio.

  Ahora caíamos ambos hacia las profundidades del barranco. Era el fin.

  Pensé que no tenía sentido que X se hubiera sacrificado para no dejarme caer solo. Que, quizás presa de la desesperación por no poder salvarme, había actuado como un loco.

  Pero en ese momento vi que empuñaba el dispositivo y, dirigiéndolo hacia arriba, como siempre, pulsó repetidamente el botoncito. ¡Ah! -pensé aliviado- Ese era el plan. Un salto in extremis, a donde fuera, a cualquier parte que nos alejara de la muerte agazapada en este abismo. Pero no pasó nada…

  Seguíamos cayendo. El fondo del barranco se acercaba vertiginosamente y solo me pregunté si llegaría a sentir dolor o la muerte sería instantánea, rogando que ocurriera esto último.

  Iba a cerrar los ojos esperando el brutal impacto cuando vi como X, en un arranque de genialidad o desesperación, apuntó el cacharro hacia abajo, hacia el suelo y volvió  a pulsar el botón.

continuará

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domingo, 16 de marzo de 2014

“Alien” balls from outer space found in a remote area of Namibia.



 Esferas “extrañas” halladas en una apartada zona de Namibia.


(Leído en el artículo “Spherical Object Drops from the Sky in Namibia”, by Nancy Atkinson; Universe Today)






   Hace unos años fue hallada en una planicie del norte del país, a más de 700 kilómetros de la capital, Windhoek, una esfera de apariencia metálica, de poco más de un metro de diámetro, y semejante, si se deja vagar un poco la fantasia, a esos artefactos alienígenas que aparecen en las películas fantásticas. Pero tras una inspección un poco más detallada se descubrió que podía ser cualquier producto de la tecnología humana, elaborado con metales o aleaciones perfectamente habituales en la industria aeroespacial.

  ¿Pero cómo aparece ese objeto en un páramo del África profunda? El objeto, al caer, provocó un cráter de unos 30 centímetros de profundidad y unos tres metros de anchura y, tras un evidente rebote quedó detenido a unos 18 metros del lugar del impacto. Todos estos datos los aporta la abnegada policía forense del país africano.

  Para entender este fenómeno deberemos remontarnos a otros hechos similares reportados algunos años antes en otras remotas zonas del planeta pertenecientes a Brasil y Australia, en 2006 y 2008, respectivamente. Unas esferas de tamaño similar, algunas bastante maltrechas, fueron halladas en estos lugares.