lunes, 10 de febrero de 2014

Primeros vuelos humanos al espacio (V)



   

  Mientras Alexei Leonov se paseaba, no muy plácidamente, por los alrededores de aquella vieja cafetera llamada Vosjod II, colgando de un precario cable que le balanceaba sobre la enorme faz de la Tierra, allá en el reino de la microgravedad y las órbitas bajas, y asombraba al mundo con su hazaña gracias al jugo que la bien engrasada máquina propagandística soviética sabía extraer de cada logro de su programa espacial, los americanos, más despacio, pero también más metódicamente, se aprestaron a poner en marcha el Programa Gémini, que sería la antesala y banco de pruebas de toda la tecnología y recursos que se habrían de desarrollar para que el siguiente programa, el famoso Apolo, pudiera alcanzar la meta propuesta por el malogrado presidente Kennedy, es decir, ni más ni menos que la Luna.

   El tiempo apremiaba, pues aquella década corría a una velocidad vertiginosa, y el fin de la misma –plazo establecido por el llorado estadista- se acercaba a pasos agigantados. Tras una serie de fracasos, el pionero Mercury no obtuvo fruto hasta bien entrado 1962, cuando Glenn pudo orbitar la Tierra, dando a su pais un puesto, por fin, en la carrera espacial. A mediados de 1963 se dio por finalizado ese callejón sin salida que era Mercury, una nave que ya no daba más de sí y que no servía a los nuevos objetivos propuestos. Así que se diseñó Gemini que, para entendernos, tenía aproximadamente la misma forma que Mercury, pero algo más grande: lo suficiente para acomodar a dos astronautas. Pero la cápsula Gémini implementaba algunas mejoras que la hacían muy superior a Mercury. Disponía de un módulo de servicio, por primera vez en los diseños americanos (los soviéticos habían empleado este sistema desde el principio), con el fin de disponer de depósitos de combustible y células de energía adicionales para realizar maniobras en órbita y permitir estancias más largas en el espacio. Disponía también de un ingenioso sistema de escotillas-ventana independientes, situadas encima de cada puesto de pilotaje, de manera que cada tripulante podía salir y entrar de manera independiente. Esto sería muy práctico a la hora de los paseos espaciales. Además, el espacio era tan exiguo –de hecho el astronauta tenía el sitio justo para ir sentado y sin poder moverse durante todo el viaje, a excepción, como queda dicho, de los eventuales paseos espaciales- que no eran necesarias esclusas de presión. A la hora de salir, ambos astronautas, tanto el spacewalker como el que permanecía en la cápsula, cerraban sus trajes de presión y, simplemente, se evacuaba la pequeña atmósfera de la cápsula y se abría la escotilla.

  En este sentido hay que aclarar que, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, en aquel entonces no era necesaria una transición de varias horas para acomodar el organismo a la atmósfera del traje espacial (oxígeno puro, presión 21% de 1 atmósfera), ya que esta era igual a la de la cápsula, dado que se trataba de habitáculos pequeños y viajes de relativamente corta duración. Hoy, en las largas estancias de varios meses en la estación espacial es preferible disponer de una atmósfera similar a la terrestre.

  Mientras los ingenieros de propulsión ponían a punto el Saturno I, abuelo del lanzador que nos impulsaría a la Luna, la Marina cedió algunos misiles Titán II (que eran, ni más ni menos que aquellos ICBM –misiles intercontinentales- dispuestos a bombardear con cabezas nucleares los objetivos enemigos en una eventual, e indeseable, III Guerra Mundial), para reconvertirlos a uso civil por la NASA, utilizándolos para llevar a dos hombres hacia la órbita terrestre.

  Así, el 23 de Marzo de 1965, el veterano de Mercury Gus Grissom acompañado del que llegaría a ser uno de los más polifacéticos astronautas de la NASA John W. Young, realizaron con la Gemini 3 el vuelo inaugural del Programa. Con una duración de casi cinco horas, sirvió para probar tanto el cohete como la cápsula y los nuevos trajes espaciales G3C.

Pero, sin duda, el momento estelar de estas misiones iniciales del Programa y, en realidad, de todo él, fue la caminata espacial de Ed White, que se convirtió, gracias a unas excelentes y nítidas imágenes tomadas por su compañero McDivitt, desde su puesto de comandante, en un icono no solo de los vuelos espaciales americanos sino de toda la carrera espacial. Esa claridad de las imágenes -nada que ver con las borrosas y poco precisas tomas de Leonov- nos acercaron por primera vez a la verdadera sensación de lo que suponía flotar en el espacio con esa gran bola azul de fondo.

  Lanzada desde cabo Cañaveral por un Titán II, el 3 de Junio de 1965, la Gémini 4 alcanzó una órbita de 282 km de altura en su apogeo y recorrió más de dos millones de kilómetros durante los cuatro días que se mantuvo en el espacio. Aunque fue su objetivo más importante, el paseo espacial no fue su única asignación. Pruebas de maniobrabilidad de la nave, realización de fotografías de la Tierra y un paso adelante en la duración de los vuelos espaciales para comprobar la adaptabilidad y resistencia de los astronautas a estancias cada vez más largas en el espacio fueron algunos de los objetivos del Programa que se empezaron a trabajar en esta misión.
Tripulación de Gemini 4
   Tras un intento de cita orbital con la desechada segunda etapa del Titan -convertida en objetivo-, que fue infructuoso, ya que no disponían de radar y debían calcular las distancias “a ojo”, ese mismo día 3 de Junio, primero de la misión, Ed White abrió la escotilla de su lado y, provisto de una pistola de gas, se deslizó fuera de la nave. El paseo duró 23 minutos durante los que White se desplazó alrededor de la nave, hizo simulaciones de reparaciones externas desmontando y montando algunos elementos de la cubierta de la misma, tomó fotografías y, al igual que su colega soviético, tuvo dificultades para regresar a la relativa seguridad de la cápsula ya que, cansado, fue incapaz de cerrar la escotilla una vez a bordo. Su compañero McDivitt tuvo que ayudarle y, una vez asegurado el cierre, pudieron sentarse y descansar. En cualquier caso, el spacewalk fue un éxito y abriría el camino a otros muchos que se realizarían durante el programa.

  Gemini 4 amerizó al suroeste de las Bermudas, errando su objetivo por 80 kilómetros, debido al fallo de uno de los retrocohetes, que provocó una reentrada más rápida de lo esperado y un descenso muy brusco. Pero, en el lapso de unos minutos, la cápsula, con sus ocupantes, fue recuperada por el USS Wasp.

  El siguiente vuelo programado, tercero de la serie, llevaría al veterano de Mercury Gordon L. Cooper y al futuro comandante lunar Charles Conrad a una exitosa misión en la que se establecería un nuevo record de permanencia en el espacio.
Recuperación de Gemini 4

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