domingo, 12 de enero de 2014

El asombroso caso del duplicador de materia (II)





"La materia no se crea ni se destruye. Solo se transforma...”

"La materia no se crea..."

  David Rope despertó de un inquieto sueño, bañado en sudor. Se incorporó a medias en la cama y miró la hora en el reloj luminoso que se hallaba sobre la mesita de noche. Las cuatro de la mañana. Comprendió que no iba a poder dormir más. Renuente, pero resignado, se levantó y se dirigió a la cocina del apartamento para preparar café.

Mientras se hallaba sumido aún en ese estado de ofuscación que precede a la verdadera vigilia diurna, los últimos retazos de lo que había soñado volvieron a su mente. El enunciado de Lomonosov-Lavoisier martilleaba de nuevo en su cabeza. Y esto le hizo pensar…

  La noche anterior, antes de irse a dormir y después de estar un rato cavilando sobre el misterioso asunto de la moneda duplicada, se dedicó a revisar las ecuaciones incluídas en el programa que había creado para diseñar sus hipotéticas "ondas inteligentes", que aún se hallaban en fase de experimentación. Había hallado algo que le sorprendió sobremanera ya que no recordaba con exactitud haber escrito esa parte del programa. Pero en una ecuación tan larga, eso no era extraño, ya que muchas veces los desarrollos matemáticos te llevan por caminos y vericuetos que más tarde son difíciles de recordar en su totalidad. Y esto estaba relacionado con el hecho de que en la propia simulación, cuando se aumentaba la potencia de las ondas de manera  deliberada, estas desaparecían, como había podido comprobar la noche anterior, hecho que nunca antes se había evidenciado.

  Por un momento Rope sopesó la posibilidad de que alguien estuviera trasteando en su laboratorio y en sus experimentos, pero luego concluyó que esto era prácticamente imposible. Además, Rope no era muy dado a creer en paranoias conspirativas.

  Por tanto, debía haber otra explicación. Intentando poner orden en su mente mientras bebía pausadamente el café que se había preparado, estuvo meditando y llegó a  las siguientes conclusiones:

1. Su experimento le estaba llevando más allá de los resultados que había esperado encontrar.

2. Podría haberse creado una copia de la moneda a partir de materia existente en el ámbito de su laboratorio por algún proceso inexplicable, pero esta hipótesis le parecía sumamente improbable. De alguna manera, sus ondas atravesaban la previsible barrera que separa realidades coexistentes -acuñó este término de manera provisional para dar nombre a ese nuevo concepto que era consecuencia necesaria de la conclusión anterior, ya que el término “universo paralelo” le parecía demasiado fuerte. Casi tanto como el café que se estaba tomando-.

3. Si es cierto que la materia no se crea, el resultado final es que había robado la cantidad de 1 € de algún lugar desconocido.

4. Se abría la posibilidad de duplicar (robando la pareja correspondiente) otros muchos objetos. (Por cierto, ¿solo objetos?)

5. Hoy no iría al trabajo y, probablemente, tampoco en los días siguientes.




  Una vez totalmente despierto y preparado, se dirigió a la máquina que presidía el espacio central de su bien equipado laboratorio. Aquel rompecabezas de metal, plástico, circuitos, tubos y cables le había costado más de un año de trabajo en sus ratos libres, pero ya se hallaba operativo. Consistía básicamente en un emisor multifuncional de ondas que se diseñaban desde el terminal de la consola de control. A unos metros de distancia se hallaba una pequeña esfera de titanio suspendida de un soporte que sobresalía de la pared, y que ejercía de objetivo o “blanco” hacia el que se disparaban las ondas. El potente software que dirigía la máquina simulaba tanto las condiciones del medio que debía atravesar la onda (aunque en la realidad eran esos pocos metros del viciado aire del laboratorio de Rope) como los de las propias ondas, y era capaz de extrapolar esos resultados a la escala necesaria, como por ejemplo el millón de kilómetros de grosor de la corona solar.

  Rope se detuvo ante la máquina y, pensativo, intentó reconstruir lo que habría pasado el día anterior, a la luz de sus nuevas especulaciones:

  Había disparado solo una vez la máquina para probar el diseño de ondas. Estas habían sido dirigidas hacia el blanco de titanio y el monitor del ordenador le había confirmado una gráfica correcta de la emisión con los parámetros deseados.

  La mesita con el portamonedas se hallaba a sus espaldas en el otro extremo de la habitación. Y la copia de la moneda había aparecido en uno de los bancos de trabajo situados  junto a la consola del ordenador. Estudió la posible trayectoria de la onda, que, supuestamente, habría rebotado por la habitación,  y decidió repetir el experimento, intentando  reproducir las mismas condiciones que en el intento original.

  Buscó en la base de datos las especificaciones de la onda generada la vez anterior y envió los datos a la máquina. Fue hacia la mesita y comprobó que el portamonedas se hallaba en el mismo lugar, con las monedas en su interior. Pero de pronto pensó ¿Y si…? Tomó de su cartera un billete de 50 € bastante nuevo y le dobló una de las esquinas. Después lo introdujo en el portamonedas y volvió a dejar este en su posición. Después, mientras volvía a la consola se sintió un poco estúpido por hacer todo esto. También supo que cabían multitud de variables como, por ejemplo, que el experimento solo funcionara con objetos metálicos. Y que quizá tendría que realizar un montón de pruebas antes de llegar a una conclusión…Pero, en fín, en eso consistía, básicamente, su trabajo.

  Realizó las últimas comprobaciones y cuando creyó que todo estaba preparado, hizo clic sobre el botón virtual que aparecía en pantalla con la leyenda “shoot”.

  Según el monitor, la onda fue disparada y regresó a su origen con los datos requeridos y en el tiempo esperado. Desde el punto de vista de su trabajo original para el programa HELIOSNAKE, se podía decir que la prueba había sido un éxito. Pero Rope ahora buscaba otra cosa. De hecho, buscaba un billete sobre la pulida superficie de su banco de trabajo. Pero allí no había nada. Pensó insistentemente en qué podía faltar en el experimento. ¡Ah, claro! El aumento exponencial de energía. Pero la vez anterior tampoco realizó este paso. ¿Cómo ocurrió dicho aumento?

  Un poco decepcionado, decidió darse un respiro y salir a dar un paseo. Necesitaba despejarse un poco y quitarse el persistente dolor que, de manera insidiosa, se le había instalado en la cabeza.

  Los jardines que rodeaban la urbanización donde vivía Rope eran un buen lugar para el paseo y la meditación. Después de media hora vagando por aquellos, decidió volver a sus tareas. De pronto se le ocurrió que quizá el aumento de potencia de la máquina había ocurrido de manera fortuita, ya que él no lo había programado así. O quizá se debía a un fallo de programación. Aceleró el paso y, en pocos minutos, se encontraba de nuevo en su laboratorio. La máquina estaba de nuevo activada y en la pantalla del ordenador una ventana emergente le avisaba de un error. El día anterior no hizo caso de dicho aviso, pero ahora todo tenía sentido: Una parte autoejecutable del programa seguía enviando impulsos a la máquina. Cuando se levantó para apagarla, lo vió. Un flamante, terso y satinado billete de 50 € reposaba sobre el banco de trabajo. Tenía una de sus esquinas cuidadosamente doblada hacia atrás.

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