Durante la década de los sesenta
del pasado siglo, el mundo asistió al inicio de una nueva concepción del
entretenimiento tejida con argumentos que trataban ideas extraordinarias. A los
que nos tocó vivir aquella época como niños nos fascinó doblemente el carácter
fantástico, fantacientífico y aventurero de las producciones del momento.
Ya el cine comenzó esta tendencia en los años cincuenta con películas
como “Destination Moon”, “Ultimátum a la Tierra” o “La Guerra de los Mundos”. La influencia de la trágica
guerra global de la década anterior y los impactantes acontecimientos de que
estuvo rodeada, como el uso de armas nucleares y el impulso exponencial a la
tecnología gracias a la economía de guerra con el desarrollo de cohetes,
grandes aviones; el embrión de la informática impulsado por la necesidad de
máquinas encriptadoras y descifradoras…y
una horrible duda sobre si los avances tecnológicos no iban a conseguir otra
cosa que acercarnos más rápidamente al final de nuestra civilización…todo ello,
aderezado con las enajenadas declaraciones de visionarios o místicos que
anunciaban la intervención de altos poderes, ya de origen divino o simplemente
extraterrestre, para salvarnos de nosotros mismos, dieron lugar como decimos a
una más bien tétrica, pesimista y oscura visión del futuro de la humanidad.
Pero, como decimos, esta tendencia revirtió hacia un moderado optimismo
durante la década siguiente, haciendo de lo fantástico y cienciaficticio un
nuevo género de entretenimiento dirigido a una pujante clase media que venía
aceptando de buen grado el sentirse parte de una sociedad tecnológica cuyos
logros podrían facilitarle la vida. Y para poder disfrutar de este nuevo
espectáculo, en la comodidad e intimidad del hogar, y sobre todo, para mantener
entretenidos a los niños, como uno más de los rasgos del incremento de lo que
se ha dado en llamar calidad de vida de estas clases medias, fue necesaria la
irrupción y perfeccionamiento de la televisión.