Rodamos interminablemente por
aquella vía infernal, especie de montaña rusa aduanera, en la que sentí
pinchazos, fogonazos, pequeñas descargas eléctricas y mil sensaciones que ni
siquiera sabría describir. Pero me sentí como un paquete cualquiera de una improbable
cadena de montaje cósmica en la que estábamos sufriendo no se muy bien qué tipo
de proceso. Conforme avanzábamos a través de un bosque de desconocidos
mecanismos cuyas funciones se me escapaban, pude vislumbar, más allá de la
"cadena de montaje", como se me antojó describir aquel infernal
espacio, unos cubículos metálicos, del tamaño aproximado de un hombre, apilados
en todas direcciones, cubriendo las ¿paredes? de aquel extraño lugar. Eran como
taquillas o armarios, pero algo me hacía pensar más bien en féretros o
sarcófagos, pues su forma más o menos rectangular se veía rematada por unos
redondeados extremos. Un poco más adelante, mis incipientes sospechas fueron
confirmadas, pues pude observar como en algunos de esos "sarcófagos",
unos robóticos brazos estaban introduciendo lo que evidentemente eran cuerpos
humanos. Aterrorizado, confié mis temores a X:
- Eh! Mira eso, acabarán con nosotros en esta infernal maquinaria para
luego sepultarnos en esos horribles nichos. ¡Vaya con los daroonianos! ¡Al
final van a resultar unos asesinos en serie! ¡Tenemos que escapar!
- ¡No seas imbécil, hombre! -contestó autoritario X-. No te enteras de
nada. ¿No has observado que lo que están haciendo es un exhaustivo estudio de
nuestros cuerpos? Nos fotografían, nos escanean, obtienen muestras de piel,
tejidos y fluidos. Hacen mediciones antropométricas e indagan el
estado de nuestros órganos. Lo que realizan es una copia perfecta de nuestros
cuerpos. De todos los viajeros que llegan al planeta. Esos cuerpos que ves ahí
almacenados no son más que copias inanimadas de los que han pasado por esta
sección...
En ese momento ví como los brazos de las máquinas
"empaquetadoras" introducían en un sarcófago, el cuerpo de una bella
mujer. Al girarla para colocarla en la posición correcta, vi su rostro.
Efectivamente, era un rostro inexpresivo, sin vida, pero con los signos de una
saludable juventud.
-¿Por qué hacen copias de los visitantes?- pregunté inmerso en un mar de
descabelladas conjeturas.
-Muy fácil, hombre. Esta es la culminación de los seguros de salud y
accidentes. Ya no tienes que suscribir un seguro para viajar, nada de trámites
por causas de enfermedad durante el viaje. Incluso si mueres durante el mismo,
no pasa nada. Esta es la solución definitiva. Y es un concepto muy antiguo. Es
un backup, pero aplicado a los seres
vivos.
Escarbé
un poquito en mi memoria y en seguida lo encontré:
-Ah! ¡Ahora lo entiendo! Hacen copias de seguridad por si te pasa algo
durante tu estancia en el planeta. Así cubren su posible responsabilidad ante
demandas por accidentes y demás. Si te pasa algo, te trasladan al cuerpo nuevo
y asunto arreglado.
- Ya sabes que los daroonianos son una civilización tecnológica muy
avanzada. Esta idea es antigua, pero solo ellos han conseguido llevarla a la
práctica. De hecho, son los únicos que lo hacen, pues la maquinaria y la
tecnología es tan compleja que nadie se ha atrevido a importarla. En caso
necesario, vienen aquí y realizan la copia.
Aún desconcertado por tan demencial procedimiento, no pude dejar de
admitir que era una idea muy interesante y quizá una muy buena solución para
determinadas eventualidades.
Poco después, llegamos al final de aquel alucinante carrusel. Nuestro
vehículo se detuvo y pudimos apearnos de él. Un amplio pórtico se abría ante
nosotros. Como si nos halláramos antes
las mismísimas puertas del cielo, al otro lado se contemplaba un fascinante
cielo azul festoneado de algodonosos y brillantes cúmulos. No comprendí como
habíamos llegado a la atmósfera del planeta si momentos antes nos hallábamos en
el espacio, en aquella estación orbital. Deduje que, de nuevo, debía tratarse
de un truco visual. Aún así, temí que atravesar aquella puerta supondría
precipitarse al vacío, una forma rápida pero poco eficiente de bajar al
planeta. Sin embargo, mientras barajaba en mi cabeza todas estas conjeturas,
observé asombrado como X, tan decidido como indiferente, caminaba hacia el
umbral y, sin detenerse, lo atravesaba impertérrito. Inmediatamente,
desapareció de mi vista y temí lo peor. Corrí al umbral con el corazón en un
puño, y, precipitadamente, asomé la cabeza. X se hallaba flotando plácidamente
unos metros más abajo.
-Vamos, el ascensor está esperando – me urgió mirando hacia donde me
encontraba.
“Caramba con la tecnología darooniana”, pensé inquieto. No gana uno para
sustos.
Haciendo un esfuerzo, di el paso adelante y “caí” suavemente unos metros
hasta donde se encontraba mi compañero. Acto seguido el invisible ascensor se
puso en marcha, aunque no noté verdadera sensación de movimiento. Aquel
mecanismo debía estar basado en el mismo principio que el popular cacharrito
transportador que tan útil nos había resultado en nuestro viaje.
Como había imaginado, aquel cuadro de idílicos cielos con nubecitas no
era más que un decorado, pues aquel ascensor partía de la propia estación
orbital con destino a la superficie del planeta. Si bien el concepto de los
ascensores orbitales no era nuevo para mí, pues ya algunos visionarios de mi
mundo lo habían plasmado en sus obras de especulación científica, me resultó
una experiencia ciertamente fascinante.
-¿Qué haremos cuando lleguemos a la superficie? –pregunté ya más
relajado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario