Eugene Cernan (Comandante del
Apolo 17) dijo algo así como "Yo estuve viviendo en la Luna...y tuve una casa en la Luna. Salíamos a
trabajar y luego volvíamos a casa." Es cierto. Él y su compañero Harrison Jack
Schmitt literalmente vivieron en la Luna pues completaron una estancia de tres
días en el brillante satélite. Y cuando volvían de aquellas agotadoras excursiones geológicas en su
coche lunar, cubiertos sus blancos trajes de astronauta de aquel negro hollín
de regolito, cansados pero felices, divisaban a lo lejos su hogar, el pequeño módulo
lunar, y sentían que llegaban a casa.
Una casa de una sola habitación en la que comían y dormían (gracias a unas hamacas desplegables), sin ducha ni cocina (sólo un armario con toallitas húmedas y bolsas de conservas envasadas al vacío) pero con un enorme patio trasero constituido por todo un mundo polvoriento e inabarcable. Pues sí, hubo gente con casa en la Luna. Pero ahora viene algo mejor:
Una casa de una sola habitación en la que comían y dormían (gracias a unas hamacas desplegables), sin ducha ni cocina (sólo un armario con toallitas húmedas y bolsas de conservas envasadas al vacío) pero con un enorme patio trasero constituido por todo un mundo polvoriento e inabarcable. Pues sí, hubo gente con casa en la Luna. Pero ahora viene algo mejor:
UNA CASA EN MARTE
Ir a Marte... Es el segundo polo
de atracción, después de la Luna, para los soñadores -más o menos realistas- de
la exploración del espacio.
Pero ¿se puede ir a Marte? Sí, ya
se puede. De hecho, para el 2017, la
NASA dispondrá del nuevo vector SLS, que es como una versión
moderna del legendario Saturno V. Más potente, más económico e
incluso un poco más grande. De todas formas, no se podrá ir a Marte de un solo
golpe, como cuando el viaje a la
Luna. Harán falta numerosos lanzamientos. De hecho, todos los
proyectos de viaje a Marte que se han ideado hasta la fecha tienen en común este
punto. Lo primero es enviar, aunque resulte paradójico, el vehículo de vuelta,
ya que el de desembarco no tendrá capacidad para elevarse desde la marciana
superficie, una vez agotado su combustible
durante el viaje de ida y las maniobras de acercamiento y descenso.
Habrá también que depositar en suelo marciano los módulos habitables, los
almacenes de suministros y la maquinaria que los exploradores marcianos
necesitarán durante su estancia. Incluso, algunos proyectos incluyen
"aparcar" previamente en la órbita marciana la nave o naves de
descenso para no tener que llevarla "a cuestas" durante todo el viaje
desde la Tierra,
diferenciando así la nave de crucero del módulo de descenso. En cualquier caso
no serían necesarios tantos lanzamientos como los del viejo Proyecto Marte de
Wernher Von Braun, que en 1950 soñó con 1000 lanzamientos de pequeños cohetes
para construir en la órbita terrestre tres grandes cruceros interplanetarios que
llevarían cada uno 70 personas más un
avión que, aterrizando en alguna remota planicie marciana, depositaría a
aquellas suavemente en el planeta hermano.
Una versión posterior, de 1956,
de dicho proyecto, más refinada, implementaba 400 lanzamientos para enviar dos grandes
naves a Marte.
Otro de los puntos en común de la
mayoría de estos proyectos era el envío -conjunto o secuenciado- de dos o más
naves, para que, en caso de fallo o accidente, una de ellas pudiera actuar como
vehículo de rescate.
A partir de ahí, todo un despliegue de fantásticas concepciones tuvo lugar, como la ideada por algunas de las empresas que trabajaban para la Nasa, según la cual, tras conquistar la Luna, se utilizarían ocho cohetes Saturno para construir una nave en la órbita terrestre que, posteriormente, llevaría astronautas americanos a Marte, como parte del "Programa de Aplicaciones Apolo".
Sin embargo, entre todos estos
proyectos destaca un precioso cuento ruso en el que el viejo maestro Koriolev y
sus ingenieros dieron rienda suelta a sus fantasías: el tren marciano. Una nave
interplanetaria dejaría sobre el planeta rojo una serie de módulos de descenso
que, dotados de ruedas y tracción, se
ensambalarían, formando un tren, permitiendo a seis cosmonautas explorar la
superficie marciana en un viaje de un mes de duración, para después despegar en uno de los módulos y regresar a la Tierra en la nave que los
esperaba en órbita. No hace falta explicar que este proyecto no pasó de la mesa
de diseño. Por cierto, hubieran sido necesarios diez lanzamientos del colosal
N1, que nunca llegó a ser una realidad.
Más recientemente, en 1996, el
ingeniero y fundador de la Mars Society Robert Zubrin,
propuso el concepto Mars Direct, mucho más realista y plausible y que ha servido
de inspiración a posteriores diseños para la conquista marciana. Esta propuesta
contaba con la ventaja de que era realista- utilizaba tecnología existente-,
económica –el coste rondaba el 10% de otras propuestas de la propia NASA- e
inmediata –no necesitaba infraestructuras previas-. Pero tenía un punto débil.
Para ahorrar masa – y por tanto, coste- la misión solo llevaría el combustible
para la ida, debiendo fabricarse in situ
el necesario para el regreso. Zubrin juraba que esto era posible hacerlo
extrayendo metano y oxígeno –este último de la propia atmósfera marciana,
formada por CO2-, e incluso hidrógeno, que podría obtenerse del agua fósil
petrificada en el subsuelo (permafrost).
Sin embargo, estos cálculos
parecieron demasiado optimistas a los ejecutivos de la NASA, que veían arriesgado jugarse
a esa carta la vuelta de los primeros exploradores marcianos.
Esta es, pues, una de las
cuestiones que mantiene paralizado el desarrollo de la conquista de Marte. Para
poder realizar con garantías un viaje allí, debemos estar seguros de que dispone
de los recursos o materias primas necesarios para sostener la vida y proveer de
suministros a los viajeros espaciales, tanto para su estancia como para el
regreso. Porque, como ya dijimos por aquí, la colonización de Marte deberá
empezar desde el momento en que, por primera vez, un ser humano ponga su pie en la superficie
marciana.
Pero esto nos lleva a otro de los
grandes dilemas en torno a esta empresa, también comentado en algún artículo
anterior: la preocupación astroética: ¿tenemos derecho a tomar posesión de un
mundo y sus posibles recursos, a transformarlo en nuestro beneficio sin saber
si existe o si se está desarrollando alguna o algunas formas de vida autóctona que
serían, a la larga, los legítimos dueños del planeta?
Precisamente, para dar respuesta
a este y al anterior interrogante se está llevando a cabo el intenso programa de exploración marciana con mecanismos automáticos como los famosos rovers
macianos y otras naves que han aterrizado en el rojizo planeta. Pero la pequeña
porción explorada hasta la fecha no puede arrojar, aún, resultados concluyentes,
al menos en lo referido a la existencia actual de vida en el planeta.
En fin, otros problemas que se
están estudiando y a los que se intenta dar una solución técnica son los
referidos a la propia supervivencia de los astronautas. Sabemos que más allá de
la magnetosfera terrestre, verdadero salvavidas antirradiación para la Tierra y sus alrededores,
cualquier objeto o persona estará expuesto a dosis mortales de partículas
procedentes del propio sol y de la radiación de fondo del espacio. Aunque se
desarrollen protecciones en los trajes de los navegantes espaciales, ¿cómo
afectará a estos una exposición tan prolongada a dichos rayos?
Otro tema importante es el psicológico. Un viaje de estas características supondría una duración de al menos dos años. Dos años lejos de la Tierra, de todo lo conocido, de los seres queridos. Dos años conviviendo estrechamente con un reducido grupo de personas, sin acceso a servicios médicos ni a diversiones. Se dice que los astronautas están entrenados para estas cosas, pero sería la primera vez que se hiciera por un tiempo tan prolongado. Hay una exitosa experiencia en este sentido: Mars 500. Pero el saber que se está en Tierra, a un paso de un equipo de expertos que te ayudaría en caso necesario, le quita mucho dramatismo a la cuestión.
Y por último, el regreso. Se ha
explicado que hay que mandar una nave automática y dejarla allí aparcada para cuando los exploradores tengan que volver. Pero cualquier avería que les impidiera el despegue o cualquier imprevisto
que les hiciera perder el momento adecuado para el lanzamiento podría dar al traste
con la misión y nos dejaría un escenario que ningún responsable ni nadie en
general querría ni imaginar: cuatro o cinco personas abandonadas en Marte en
una larga agonía hasta que agotaran sus recursos, y sin poder hacer nada por
ellos.
Omninautas
Como opinión personal, creo que
el término astronauta, que he utilizado varias veces a lo largo de este artículo,
se queda corto para definir a los pioneros que, eventualmente, arriben a Marte. Estos serán, efectivamente,
astronautas, en tanto que viajeros espaciales. Pero serán también exploradores,
en un sentido mucho más amplio que aquellos que lo hicieron en la Luna, pues su misión será
mucho más larga. También habrán de ser colonos y trabajadores multitarea.
Deberán escalar cumbres y quizá, descender simas y barrancos. Es posible que
deban explorar cuevas. Deberán saber cultivar un vergel marciano al tiempo que
reparar naves espaciales…Una nueva casta de ingenieros será formada a tal fin. Seguramente,
alguien inventará alguna palabra mejor para definir tal concepto. Modestamente,
propongo el término Omninautas.
Pero en cualquier caso, si
finalmente alguien va allí necesitará una casa para vivir durante esa
prolongada estancia: ¿Cómo serán las casas de Marte? ¿Como el módulo HAB 1 del
mencionado Mars Direct de Zubrin, una especie de silo o depósito cilíndrico –en
realidad, una sección de cohete adaptada, ¿se acuerdan de los wet workshop y de los dry workshop?- amueblado con enseres
desechables? Estos tendrían además la posibilidad de “adosarse” unos a otros e
incluso formar verdaderas urbanizaciones marcianas.
¿O serían económicas y portátiles
cúpulas hinchables de plástico?
Quizá podrían edificarse casas
baratas de hormigón construidas por robots autorreplicantes a mayor gloria de
John von Newmann, como las que se proyectan para la Luna y ya mencionadas en algún artículo anterior.
O mejor, construcciones subterráneas
a resguardo de las feroces tormentas de arena marcianas y de la también feroz radiación
mencionada anteriormente. Un sótano sin vistas, pero con todas las comodidades
para una prolongada estancia en el Planeta Rojo.
Pero yo imagino, como ya hizo el
gran Ray Bradbury, unos cuantos pueblecitos de achaparradas casitas con jardín
delantero salpicando la imperturbable llanura marciana.
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