domingo, 10 de noviembre de 2013

Una casa en Marte



  

  Eugene Cernan (Comandante del Apolo 17) dijo algo así como "Yo estuve viviendo en la Luna...y tuve una casa en la Luna. Salíamos a trabajar y luego volvíamos a casa." Es cierto. Él y su compañero Harrison Jack Schmitt literalmente vivieron en la Luna pues completaron una estancia de tres días en el brillante satélite. Y cuando volvían de aquellas agotadoras excursiones geológicas en su coche lunar, cubiertos sus blancos trajes de astronauta de aquel negro hollín de regolito, cansados pero felices, divisaban a lo lejos su hogar, el pequeño módulo lunar, y sentían que llegaban a casa.



 Una casa de una sola habitación en la que comían y dormían (gracias a unas hamacas desplegables), sin ducha ni cocina (sólo un armario con toallitas húmedas y bolsas de conservas envasadas al vacío) pero con un enorme patio trasero constituido por todo un mundo polvoriento e inabarcable. Pues sí, hubo gente con casa en la Luna. Pero ahora viene algo mejor:

UNA CASA EN MARTE

  Ir a Marte... Es el segundo polo de atracción, después de la Luna,  para los soñadores -más o menos realistas- de la exploración del espacio.
  Pero ¿se puede ir a Marte? Sí, ya se puede. De hecho, para el 2017, la NASA dispondrá del nuevo vector SLS, que es como una versión moderna del legendario Saturno V. Más potente, más económico e incluso un poco más grande. De todas formas, no se podrá ir a Marte de un solo golpe, como cuando el viaje a la Luna. Harán falta numerosos lanzamientos. De hecho, todos los proyectos de viaje a Marte que se han ideado hasta la fecha tienen en común este punto. Lo primero es enviar, aunque resulte paradójico, el vehículo de vuelta, ya que el de desembarco no tendrá capacidad para elevarse desde la marciana superficie, una vez agotado su combustible  durante el viaje de ida y las maniobras de acercamiento y descenso. Habrá también que depositar en suelo marciano los módulos habitables, los almacenes de suministros y la maquinaria que los exploradores marcianos necesitarán durante su estancia. Incluso, algunos proyectos incluyen "aparcar" previamente en la órbita marciana la nave o naves de descenso para no tener que llevarla "a cuestas" durante todo el viaje desde la Tierra, diferenciando así la nave de crucero del módulo de descenso. En cualquier caso no serían necesarios tantos lanzamientos como los del viejo Proyecto Marte de Wernher Von Braun, que en 1950 soñó con 1000 lanzamientos de pequeños cohetes para construir en la órbita terrestre tres grandes cruceros interplanetarios que llevarían cada uno 70 personas más  un avión que, aterrizando en alguna remota planicie marciana, depositaría a aquellas suavemente en el planeta hermano.
  Una versión posterior, de 1956, de dicho proyecto, más refinada, implementaba 400 lanzamientos para enviar dos grandes naves a Marte.
  Otro de los puntos en común de la mayoría de estos proyectos era el envío -conjunto o secuenciado- de dos o más naves, para que, en caso de fallo o accidente, una de ellas pudiera actuar como vehículo de rescate.

  
  A partir de ahí, todo un despliegue de  fantásticas concepciones tuvo lugar, como la ideada por algunas de las empresas que trabajaban para la Nasa, según la cual, tras conquistar la Luna, se utilizarían ocho cohetes Saturno para construir una nave en la órbita terrestre que, posteriormente, llevaría astronautas americanos a Marte, como parte del "Programa de Aplicaciones Apolo".
  Sin embargo, entre todos estos proyectos destaca un precioso cuento ruso en el que el viejo maestro Koriolev y sus ingenieros dieron rienda suelta a sus fantasías: el tren marciano. Una nave interplanetaria dejaría sobre el planeta rojo una serie de módulos de descenso que, dotados de ruedas y  tracción, se ensambalarían, formando un tren, permitiendo a seis cosmonautas explorar la superficie marciana en un viaje de un mes de duración, para después despegar  en uno de los módulos y regresar a la Tierra en la nave que los esperaba en órbita. No hace falta explicar que este proyecto no pasó de la mesa de diseño. Por cierto, hubieran sido necesarios diez lanzamientos del colosal  N1, que nunca llegó a ser una realidad.
  Más recientemente, en 1996, el ingeniero y fundador de la  Mars Society Robert Zubrin, propuso el concepto Mars Direct, mucho más realista y plausible y que ha servido de inspiración a posteriores diseños para la conquista marciana. Esta propuesta contaba con la ventaja de que era realista- utilizaba tecnología existente-, económica –el coste rondaba el 10% de otras propuestas de la propia NASA- e inmediata –no necesitaba infraestructuras previas-. Pero tenía un punto débil. Para ahorrar masa – y por tanto, coste- la misión solo llevaría el combustible para la ida, debiendo fabricarse in situ el necesario para el regreso. Zubrin juraba que esto era posible hacerlo extrayendo metano y oxígeno –este último de la propia atmósfera marciana, formada por CO2-, e incluso hidrógeno, que podría obtenerse del agua fósil petrificada en el subsuelo (permafrost).
  Sin embargo, estos cálculos parecieron demasiado optimistas a los ejecutivos de la NASA, que veían arriesgado jugarse a esa carta la vuelta de los primeros exploradores marcianos.
  Esta es, pues, una de las cuestiones que mantiene paralizado el desarrollo de la conquista de Marte. Para poder realizar con garantías un viaje allí, debemos estar seguros de que dispone de los recursos o materias primas necesarios para sostener la vida y proveer de suministros a los viajeros espaciales, tanto para su estancia como para el regreso. Porque, como ya dijimos por aquí, la colonización de Marte deberá empezar desde el momento en que, por primera vez, un ser humano ponga su pie en la superficie marciana.
  Pero esto nos lleva a otro de los grandes dilemas en torno a esta empresa, también comentado en algún artículo anterior: la preocupación astroética: ¿tenemos derecho a tomar posesión de un mundo y sus posibles recursos, a transformarlo en nuestro beneficio sin saber si existe o si se está desarrollando alguna o algunas formas de vida autóctona que serían, a la larga, los legítimos dueños del planeta?
  Precisamente, para dar respuesta a este y al anterior interrogante se está llevando a cabo el intenso programa de exploración marciana con mecanismos automáticos como los famosos rovers macianos y otras naves que han aterrizado en el rojizo planeta. Pero la pequeña porción explorada hasta la fecha no puede arrojar, aún, resultados concluyentes, al menos en lo referido a la existencia actual de vida en el planeta.
  En fin, otros problemas que se están estudiando y a los que se intenta dar una solución técnica son los referidos a la propia supervivencia de los astronautas. Sabemos que más allá de la magnetosfera terrestre, verdadero salvavidas antirradiación para la Tierra y sus alrededores, cualquier objeto o persona estará expuesto a dosis mortales de partículas procedentes del propio sol y de la radiación de fondo del espacio. Aunque se desarrollen protecciones en los trajes de los navegantes espaciales, ¿cómo afectará a estos una exposición tan prolongada a dichos rayos?


  
  Otro tema importante es el psicológico. Un viaje de estas características supondría una duración de al menos dos años. Dos años lejos de la Tierra, de todo lo conocido, de los seres queridos. Dos años conviviendo estrechamente con un reducido grupo de personas, sin acceso a servicios médicos ni a diversiones. Se dice que los astronautas están entrenados para estas cosas, pero sería la primera vez que se hiciera por un tiempo tan prolongado. Hay una exitosa experiencia en este sentido: Mars 500. Pero el saber que se está en Tierra,  a un paso de un equipo de expertos que te ayudaría en caso necesario, le quita mucho dramatismo a la cuestión.
  Y por último, el regreso. Se ha explicado que hay que mandar una nave automática y dejarla allí aparcada para cuando los exploradores tengan que volver. Pero cualquier avería que les impidiera el despegue o cualquier imprevisto que les hiciera perder el momento adecuado para el lanzamiento podría dar al traste con la misión y nos dejaría un escenario que ningún responsable ni nadie en general querría ni imaginar: cuatro o cinco personas abandonadas en Marte en una larga agonía hasta que agotaran sus recursos, y sin poder hacer nada por ellos.

Omninautas
  Como opinión personal, creo que el término astronauta, que he utilizado varias veces a lo largo de este artículo, se queda corto para definir a los pioneros que, eventualmente,  arriben a Marte. Estos serán, efectivamente, astronautas, en tanto que viajeros espaciales. Pero serán también exploradores, en un sentido mucho más amplio que aquellos que lo hicieron en la Luna, pues su misión será mucho más larga. También habrán de ser colonos y trabajadores multitarea. Deberán escalar cumbres y quizá, descender simas y barrancos. Es posible que deban explorar cuevas. Deberán saber cultivar un vergel marciano al tiempo que reparar naves espaciales…Una nueva casta de ingenieros será formada a tal fin. Seguramente, alguien inventará alguna palabra mejor para definir tal concepto. Modestamente, propongo el término Omninautas.

  Pero en cualquier caso, si finalmente alguien va allí necesitará una casa para vivir durante esa prolongada estancia: ¿Cómo serán las casas de Marte? ¿Como el módulo HAB 1 del mencionado Mars Direct de Zubrin, una especie de silo o depósito cilíndrico –en realidad, una sección de cohete adaptada, ¿se acuerdan de los wet workshop y de los dry workshop?- amueblado con enseres desechables? Estos tendrían además la posibilidad de “adosarse” unos a otros e incluso formar verdaderas urbanizaciones marcianas.
  ¿O serían económicas y portátiles cúpulas hinchables de plástico?
  Quizá podrían edificarse casas baratas de hormigón construidas por robots autorreplicantes a mayor gloria de John von Newmann, como las que se proyectan para la Luna y ya mencionadas en algún artículo anterior.
  O mejor, construcciones subterráneas a resguardo de las feroces tormentas de arena  marcianas y de la también feroz radiación mencionada anteriormente. Un sótano sin vistas, pero con todas las comodidades para una prolongada estancia en el Planeta Rojo.

  Pero yo imagino, como ya hizo el gran Ray Bradbury, unos cuantos pueblecitos de achaparradas casitas con jardín delantero salpicando la imperturbable llanura marciana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario