domingo, 3 de noviembre de 2013

La biblioteca oculta de Zöor (XII)



  -Hay algo que siempre me ha preocupado al respecto de este asunto y que no logro entender.
  Si se supone que estas obras son el producto de una civilización superior, futura o pasada, pero de una calidad intelectual mucho más evolucionada que la nuestra, ¿por qué se dedican a describir armas de destrucción masiva y formas de hacer la guerra o provocar la destrucción y el caos?
  Sería más lógico pensar que unos seres tan refinados habrían sido capaces de superar estas "debilidades" humanas. ¿O es que acaso soy un ingenuo utopista?
  Ulrichsen se encontraba plácidamente acomodado en una poltrona junto al estanque cercano a la pequeña casita de campo que el viejo Yaroslavski poseía en las afueras de Göttingen, en las colinas cercanas al Weser, a donde este se había retirado cuando abandonó su cátedra de la Universidad por causa de su ya maltrecho estado de salud. El viejo profesor, en su silla de ruedas dormitaba frente a aquel, aunque, de alguna manera, era capaz de seguir el hilo de la conversación. Esta fue la última vez que el joven Ulrichsen visitó a su maestro en la idílica paz de su retiro. La siguiente vez que lo vio fue en su lecho de muerte.
-Debes comprender, Helmut -contestó pausadamente el maestro, como saliendo de una ensoñación- que tu utopía no siempre se cumple. El hecho de que una sociedad o civilización haya evolucionado y superado las etapas de lo que podríamos llamar las épocas oscuras, no es garantía de un respeto absoluto hacia toda criatura, especie o mundo, si se sospecha algún tipo de amenaza hacia la propia estirpe. Pero, en el caso que nos ocupa, sí es así. La raza principal de nuestro universo, la generatriz de toda la progenie que puebla esta galaxia, según hemos podido descubrir con la lectura de algunos de los textos es, como tú piensas, un escalón superior que ha quedado por encima de las debilidades y bajas pasiones de humanidades como la nuestra, pequeño brote o ramificación de la raiz principal y aún pobre e imperfecta.

  Pero debes saber que la dualidad es una de las constantes del Universo. Ya sabes, materia y antimateria, bien y mal, luz y tinieblas. En este mundo, cada cosa tiene su opuesto, que la complementa y que le da sentido. No existiría el bien si no conociéramos el mal. Y en los principios fueron creadas dos razas, una de la que podemos orgullosamente considerarnos descendientes, adornada con las más elevadas cualidades del espíritu. De ellos obtuvimos la inteligencia creativa, el sentido artístico, la curiosidad por el mundo físico y el deseo de superación y colaboración con nuestros semejantes.
  Pero al mismo tiempo, en ese aún desconocido crisol que fue el principio de todas las cosas, otra raza tomó forma y fue creada, convirtiéndose en el indeseado contrapeso de una singular barra de equilibrios que mantiene lo que parece la estabilidad, la estasis del tejido del Universo. Algunos ingenuos, como tú mismo te describes, pensamos que ese enemigo podrá ser vencido en algún momento del futuro, pero otros piensan que ese precario equilibrio no serie posible sin la existencia de ambos extremos. Sin embargo, al parecer, no corresponderá a nuestra generación la resolución de ese enigma.
  -¿Quiere esto decir, entonces, como propugnaban algunas antiguas concepciones, que el mal es necesario y que no se puede concebir un mundo en el que este no exista?

  -Nada es tan simple en este Universo, joven amigo -respondió condescendiente el viejo-. No se puede afirmar, como tú dices, que el mal es necesario. Sin embargo, su existencia es incontestable y al parecer, eterna, al igual que la del bien. Podríamos decir que la existencia del mal  es inevitable. Quizá, como he sugerido antes, en un lejano futuro alguien en este Universo será capaz de derrotarlo. Se me ocurre que, como a una bestia indeseable y sanguinaria, o como una plaga o una cruel epidemia, quizá no se pueda vencer totalmente, pero sí reducirlo a su mínima expresión, confinarlo a un reducto que le impida desplegar su maléfico poderío...

  Las últimas palabras de Yaroslavsky fueron tan pausadas que parecía que estuviera divagando o cayendo en un benigno sopor. Helmut Ulrichsen se distraía mirando los pececillos de colores que recorrían, ajenos a las sesudas elucubraciones de los dos hombres, el nacarado estanque que, apresando los rayos del sol vespertino, se dotaba de suaves reflejos anaranjados, cobrizos, rosados. Los nenúfares y las pistias se aglomeraban en algunos puntos de ese microcosmos acuático formando verdaderos islotes vegetales.

  De pronto, una idea surgió en la mente del joven discípulo. Excitado por la originalidad de la misma, se volvió hacia el profesor y exclamó aturdido:
- ¡ Y si el mal es vencido, quizá sea el fin del mundo! Puede que esa sea la finalidad última de la existencia. Y una vez conseguida, esta ya no tendrá sentido. Todo desaparecerá...- al decir esto último miró a la cara a su interlocutor. El profesor dormía plácidamente un sueño del que ninguna de las absurdas ideas de su amigo conseguiría despertarle.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias. Es un poco tocho, pero a veces uno se desahoga soltando los comecocos mentales estos. Bueno y, en la trama esta está más o menos justificado. Me alegro que te parezca "very interesting".

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