Aparecimos en una estancia muy
iluminada, con una luz lechosa que lo envolvía todo. Me mareé un poco al mirar
a mi alrededor pues no había distinción entre las paredes, el suelo y el techo.
Parecía que nos encontrábamos en una especie de blanca burbuja desposeída de rasgos
distintivos. Sin embargo, el aire era fresco y la temperatura agradable. Sin
decir palabra, me dispuse a esperar en
qué acababa todo aquello.
De pronto, como si el cascarón en que nos encontrábamos se rompiera en
mil pedazos, todo aquel envoltorio desapareció y nos encontramos literalmente
flotando en el espacio. Un cielo poblado de pálidas estrellas, eclipsadas por
el relumbrante cuerpo que se hallaba a nuestros pies: un enorme planeta
transido de vivos colores que indicaban, como en mi añorada Tierra, la situación
de selvas, mares, desiertos y, allá en los extremos, el reluciente blanco de
los casquetes polares. A nuestras espaldas, dos brillantes soles, a los que no
me atreví a mirar directamente, como potentes focos de un fantástico escenario
cósmico, bañaban de exquisita luz aquella hermosa perla planetaria.
Una voz que procedía de alguna parte sobre nuestras cabezas comenzó a
desgranar un parsimonioso discurso del que no entendí una sola palabra, pues hablaba
un idioma para mí completamente desconocido. X, sin embargo, parecía escucharlo
con embeleso mientras, como yo, admiraba la sobrecogedora panorámica que se
hallaba ante nosotros.
Empezó a faltarme el aire y un asomo de ataque de ansiedad complicó aún
más mi dificultosa respiración. El sentido común me decía que todo aquello debía
ser una simulación, puesto que, de habernos hallado realmente flotando en el
espacio sin ninguna protección, no habríamos sobrevivido ni cinco segundos,
pero aquello era tan realista que mi cuerpo y mis sentidos comenzaban a
desorientarse y a sentir extraños síntomas.
En ese momento, advertí que un joven ataviado con un elegante uniforme
como de oficial de marina, compuesto de chaqueta blanca y pantalón azul,
mostrando una enternecedora sonrisa, se acercaba a nosotros con ágil y elástico
paso. Al llegar a nuestra altura saludó con energía:
-¡Bienvenidos, caballeros!
Hablaba mi idioma con una correción extraordinaria, pero todo aquello -
su forma de andar en aquel medio que debía ser ingrávido, su amplia sonrisa, su
familiar vestimenta- me sonaba a falso, a simulación. Entonces, una idea se
abrió paso en mi mente: ¡Claro, debía tratarse de una proyección holográfica!
Dispuesto a no caer por segunda vez en una trampa para inocentes novatos
espaciales, le arreé un empellón a la figura del marinerito, diciendo
osadamente:
- ¡ Aparta, fantoche! No tengo ganas de ver dibujos animados…
Esperando que mi mano atravesara la supuestamente insustancial holografía,
o incluso que esta se volviera inestable, sonreí como un patán satisfecho de
sus torpes ocurrencias.
La sonrisa se congeló en mis labios cuando note la solidez del cuerpo
del “marinerito”, el cual, recuperando el equilibrio tras mi empujón, me espetó:
-¡Eh! ¿Pero
qué hace, caballero? Cuide sus modales.
Supongo que mi rostro enrojeció como una caldera mientras balbuceaba
unas inconsistentes excusas.
El muchacho me miró con aire reprobador y comenzó a hablar de nuevo con
su anterior jovialidad:
-Soy el Director General del Complejo Aduanero Orbital de Daroon 6.
Perdonen las molestias pero, actualmente, debido a ciertas cuestiones…diplomáticas,
todo viajero que desee acceder a nuestro planeta debe hacerlo a través de este
lugar. Es una forma de evitar que cualquier indeseable provisto de uno de
nuestros dispositivos transportadores pueda llegar impunemente al mismo.
Al decir “indeseable”, no sé por qué, me miró de reojo con cara de pocos
amigos. El chaval, nada menos que “Director General” y al que yo había confundido con un mindundi,
prosiguió su meliflua perorata:
-Ahora deberán pasar por una serie de controles, donde habrán de identificarse y declarar el motivo de su
visita.
X, que siempre sabía estar a la altura de las circunstancias, le
respondió con idéntica correción:
-Muchas gracias, señor. Estamos encantados de que nos haya recibido con
tanta cordialidad y esperamos disfrutar
de una agradable estancia en su bonito planeta – al terminar de hablar me
propinó un discreto pero enérgico codazo en las costillas-.
-¿Eh? Sí. Muchas gracias, muchas gracias –contesté intentando hacer
olvidar el incidente anterior-.
El “Director General del Complejo Orbital” nos miró alternativamente a
ambos sin perder la sonrisa y, dando media vuelta, volvió a alejarse con su elástico
paso por aquel pasillo inexistente de aquella estancia inexistente.
Cuando nos
quedamos solos, X me dirigió la palabra por primera vez desde que llegamos a aquel
extraño lugar:
-Vaya si eres un verdadero patán terrícola. ¿cómo se te ocurre…?
-Espera, espera. Y tú eres un “pelota”. ¡Como le dabas coba al “marinerito”!
Pero, escucha ¿qué clase de sitio es este?
-Pues ya lo has oído. Es como una especie de oficina de inmigración.
Deben haber tenido algún problema con los extranjeros y han puesto este filtro
para controlar a los que quieren “bajar” al planeta. Y tú lo has fastidiado.
Ahora no sé si nos van a dejar entrar. ¡Y recuerda que venimos a por tu
transportador!
Me parecía surrealista estar allí, en medio de la nada, flotando en el
espacio, discutiendo, o más bien recibiendo una bronca de mi compañero de
fatigas.
Ciertamente, flotábamos en aquel entorno de microgravedad y supuse que
la ágil forma de andar del director era producto de algún mecanismo que solo la
gente de allí poseía. Pero de alguna manera, todo aquello iba a cambiar en unos
momentos. Las “paredes” o “ventanas” o lo que quiera que fuese que formaba
aquella burbuja en la que nos encontrábamos, volvían a cerrarse. Desaparecía la
sobrecogedora vista orbital y ahora un entorno de metálicos paneles se cerraba
a nuestro alrededor. Algo nos impulsaba suavemente hacia una especie de cabina
donde fuimos atados por medio de algún invisible campo de fuerza a unas butacas
que comenzaron inmediateamnete a rodar por unos brillantes carriles. Me sentí
como en una extraña atracción de feria a punto de realizar un inquietante paseo…
Pero a este pobre cómo no le da algo. Y encima el marcianito es cada vez más borde con él. A ver si le das alguna alegría, que con tanto desconcierto se nos va a poner malo :-p
ResponderEliminarPues tendrá que echarle valor porque todavía le queda...Además, ha sido elegido para una importante misión (cha chaaann, exclusiva, primicia!!!)
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