domingo, 6 de octubre de 2013

Intro XXIX



  Aparecimos en una estancia muy iluminada, con una luz lechosa que lo envolvía todo. Me mareé un poco al mirar a mi alrededor pues no había distinción entre las paredes, el suelo y el techo. Parecía que nos encontrábamos en una especie de blanca burbuja desposeída de rasgos distintivos. Sin embargo, el aire era fresco y la temperatura agradable. Sin decir palabra,  me dispuse a esperar en qué acababa todo aquello.
  De pronto, como si el cascarón en que nos encontrábamos se rompiera en mil pedazos, todo aquel envoltorio desapareció y nos encontramos literalmente flotando en el espacio. Un cielo poblado de pálidas estrellas, eclipsadas por el relumbrante cuerpo que se hallaba a nuestros pies: un enorme planeta transido de vivos colores que indicaban, como en mi añorada Tierra, la situación de selvas, mares, desiertos y, allá en los extremos, el reluciente blanco de los casquetes polares. A nuestras espaldas, dos brillantes soles, a los que no me atreví a mirar directamente, como potentes focos de un fantástico escenario cósmico, bañaban de exquisita luz aquella hermosa perla planetaria.
  Una voz que procedía de alguna parte sobre nuestras cabezas comenzó a desgranar un parsimonioso discurso del que no entendí una sola palabra, pues hablaba un idioma para mí completamente desconocido. X, sin embargo, parecía escucharlo con embeleso mientras, como yo, admiraba la sobrecogedora panorámica que se hallaba ante nosotros.
  Empezó a faltarme el aire y un asomo de ataque de ansiedad complicó aún más mi dificultosa respiración. El sentido común me decía que todo aquello debía ser una simulación, puesto que, de habernos hallado realmente flotando en el espacio sin ninguna protección, no habríamos sobrevivido ni cinco segundos, pero aquello era tan realista que mi cuerpo y mis sentidos comenzaban a desorientarse y a sentir extraños síntomas.
  En ese momento, advertí que un joven ataviado con un elegante uniforme como de oficial de marina, compuesto de chaqueta blanca y pantalón azul, mostrando una enternecedora sonrisa, se acercaba a nosotros con ágil y elástico paso. Al llegar a nuestra altura saludó con energía:
  -¡Bienvenidos, caballeros!
  Hablaba mi idioma con una correción extraordinaria, pero todo aquello - su forma de andar en aquel medio que debía ser ingrávido, su amplia sonrisa, su familiar vestimenta- me sonaba a falso, a simulación. Entonces, una idea se abrió paso en mi mente: ¡Claro, debía tratarse de una proyección holográfica! Dispuesto a no caer por segunda vez en una trampa para inocentes novatos espaciales, le arreé un empellón a la figura del marinerito, diciendo osadamente:
  - ¡ Aparta, fantoche! No tengo ganas de ver dibujos animados…
  Esperando que mi mano atravesara la supuestamente insustancial holografía, o incluso que esta se volviera inestable, sonreí como un patán satisfecho de sus torpes ocurrencias.
  La sonrisa se congeló en mis labios cuando note la solidez del cuerpo del “marinerito”, el cual, recuperando el equilibrio tras mi empujón, me espetó:
  -¡Eh! ¿Pero qué hace, caballero? Cuide sus modales.
  Supongo que mi rostro enrojeció como una caldera mientras balbuceaba unas inconsistentes excusas.
  El muchacho me miró con aire reprobador y comenzó a hablar de nuevo con su anterior jovialidad:
  -Soy el Director General del Complejo Aduanero Orbital de Daroon 6. Perdonen las molestias pero, actualmente, debido a ciertas cuestiones…diplomáticas, todo viajero que desee acceder a nuestro planeta debe hacerlo a través de este lugar. Es una forma de evitar que cualquier indeseable provisto de uno de nuestros dispositivos transportadores pueda llegar impunemente al mismo.
  Al decir “indeseable”, no sé por qué, me miró de reojo con cara de pocos amigos. El chaval, nada menos que “Director General” y  al que yo había confundido con un mindundi, prosiguió su meliflua perorata:
  -Ahora deberán pasar por una serie de controles, donde habrán de  identificarse y declarar el motivo de su visita.
  X, que siempre sabía estar a la altura de las circunstancias, le respondió con idéntica correción:
  -Muchas gracias, señor. Estamos encantados de que nos haya recibido con tanta cordialidad  y esperamos disfrutar de una agradable estancia en su bonito planeta – al terminar de hablar me propinó un discreto pero enérgico codazo en las costillas-.
  -¿Eh? Sí. Muchas gracias, muchas gracias –contesté intentando hacer olvidar el incidente anterior-.
  El “Director General del Complejo Orbital” nos miró alternativamente a ambos sin perder la sonrisa y, dando media vuelta, volvió a alejarse con su elástico paso por aquel pasillo inexistente de aquella estancia inexistente.
  Cuando nos quedamos solos, X me dirigió la palabra por primera vez desde que llegamos a aquel extraño lugar:
  -Vaya si eres un verdadero patán terrícola. ¿cómo se te ocurre…?
  -Espera, espera. Y tú eres un “pelota”. ¡Como le dabas coba al “marinerito”! Pero, escucha ¿qué clase de sitio es este?
  -Pues ya lo has oído. Es como una especie de oficina de inmigración. Deben haber tenido algún problema con los extranjeros y han puesto este filtro para controlar a los que quieren “bajar” al planeta. Y tú lo has fastidiado. Ahora no sé si nos van a dejar entrar. ¡Y recuerda que venimos a por tu transportador!
  Me parecía surrealista estar allí, en medio de la nada, flotando en el espacio, discutiendo, o más bien recibiendo una bronca de mi compañero de fatigas.
  Ciertamente, flotábamos en aquel entorno de microgravedad y supuse que la ágil forma de andar del director era producto de algún mecanismo que solo la gente de allí poseía. Pero de alguna manera, todo aquello iba a cambiar en unos momentos. Las “paredes” o “ventanas” o lo que quiera que fuese que formaba aquella burbuja en la que nos encontrábamos, volvían a cerrarse. Desaparecía la sobrecogedora vista orbital y ahora un entorno de metálicos paneles se cerraba a nuestro alrededor. Algo nos impulsaba suavemente hacia una especie de cabina donde fuimos atados por medio de algún invisible campo de fuerza a unas butacas que comenzaron inmediateamnete a rodar por unos brillantes carriles. Me sentí como en una extraña atracción de feria a punto de realizar un inquietante paseo…



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2 comentarios:

  1. Pero a este pobre cómo no le da algo. Y encima el marcianito es cada vez más borde con él. A ver si le das alguna alegría, que con tanto desconcierto se nos va a poner malo :-p

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    1. Pues tendrá que echarle valor porque todavía le queda...Además, ha sido elegido para una importante misión (cha chaaann, exclusiva, primicia!!!)

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