Clarke predijo que en las primeras décadas del siglo XXI ya existiría un programa chino de naves espaciales tripuladas. En la imagen, el conjunto Shenzhou-Tiangong |
Terminábamos la primera parte de este articulito sobre "2010, Odisea dos..." reseñando la labor que quedaba por delante al bueno de Woody Floyd y a su colega soviético para convencer a sus respectivos gobiernos de permitir la realización de una misión conjunta a Júpiter con la participación de ambas potencias.
El argumento principal para convencer a los políticos de ambos lados, ya predicho por Moisevitch, era que, desde la perspectiva del bloque comunista, se trataría de una misión soviética, con una nave soviética, con cosmonautas soviéticos que, por compasión, llevarían a unos pobrecitos pasajeros norteamericanos que no disponían de transporte propio. Los americanos, a su vez, se dejarían denigrar de este modo a cambio de evitar que los rusos llegaran solos a la vieja Discovery I y, quizá, descubrieran, antes que ellos, los secretos que aquella pudiera esconder sobre la malograda Misión Júpiter. Al hilo de esto, hay en el filme una memorable escena en la que Floyd se entrevista con su sucesor al frente del CNA, delante de la Casa Blanca, intentando convencerle de que realice la susodicha propuesta al Presidente en una reunión que está a punto de celebrarse. Victor Millson le dice a Floyd que prefiere embarcarse él en la Leonov y que Floyd vaya a intentar convencer al Presidente, dando a entender que esto último es más peligroso que aventurarse en el referido viaje interplanetario. Por cierto, como curiosidad mencionaremos que en dicha secuencia aparece Arthur C. Clarke como figurante -al estilo del inolvidable Hitchcock-, sentado en un banco próximo al de los dos personajes que protagonizan la misma, dando de comer a las palomas.