Los hijos de nuestros hijos ("Our children's children", 1974)
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Portada de la edición de Martínez Roca (colección Super Ficción). Foto: Juan M Santos |
Como a menudo ocurre en la ciencia ficción, el inicio de esta historia es un hecho sorprendente o impactante que no se explica demasiado y se deja caer para sorprender al lector. Bentley Price, que se hallaba en su jardín, tranquilamente sentado, dormitando en una butaca, tras la ingesta de un número indetermindo de cervezas- es decir, el ideal de un buen fin de semana para cualquiera de esos solitarios cascarrabias-, contempla como, de pronto, en medio del jardín -que en realidad no era suyo, pues se hallaba en la propiedad de un conocido que le había cedido la casa para unos días de descanso- aparece de buenas a primeras una especie de puerta, que se abre de la nada y por la que empieza a salir una enorme cantidad de personas, curiosamente ataviadas, que, con la decisión de quien sabe a donde se dirige, comienzan a "invadir" la propiedad. Luego averiguamos que este hecho no es único, sino que se repite en diversos lugares del país y del resto del mundo. Poco a poco se va desarrollando la trama y comprendemos que esas puertas son como túneles del tiempo por los cuales los habitantes del año 2498 huyen de su época arribando a los años setenta del siglo XX -es decir, a la actualidad de cuando fue escrita la novela-. Pero, ¿por qué lo hacen?
Debe ser un peligro fenomenal y mortífero el que obliga a estas gentes del futuro a abandonarlo todo y aventurarse en un tiempo desconocido y primitivo. Así es: huyen de una sanguinaria raza de alienígenas invasores a los que no pueden mantener a raya por más tiempo después de 20 años de lucha encarnizada.
Esta novela, escrita en un estilo directo y sin demasiados adornos, peca a veces de prolija en la descripción de las reuniones y conversaciones de los políticos (un atribulado Presidente de los Estados Unidos y su gabinete de secretarios de estado y asesores) que no saben como afrontar esta inimaginable situación. Pero tiene el mérito, que al principio pasa desapercibido debido al ágil y aparentemente desapasionado ritmo narrativo, de que aglutina en pocas páginas un acopio de algunos de los grandes temas de la Ciencia Ficción:
Los viajes en el tiempo. No queda muy explicado, aunque se da por hecho que es gracias a la avanzada tecnología de su época, cómo se consiguen abrir (no cerrar: esto solo se consigue mediante cañonazos (sic)) los túneles del tiempo: unas puertas de borrosos bordes dentados por los que simplemente caminando se pasa de una época a otra. Un detalle interesante en este sentido es la comparación que se hace entre las épocas de origen y destino (la nuestra) de los viajeros temporales. Dado que existe un lapso de casi quinientos años entre nuestro presente y la época (hogar temporal) de los advenedizos visitantes, el portavoz de estos compara -como para que nos hagamos una idea- dicha diferencia con la que "percibiríamos" los moradores del presente en un hipotético viaje a los tiempos de Cristobal Colón. De esta forma, precisa y arrolladora, nos equipara a aquellos constructores de barcos de madera, desconocedores aún de las verdaderas dimensiones de su propio mundo, en contraposición a una época en que los adelantos tecnológicos como el avión, la energía nuclear y los electrodomésticos son algo de uso cotidiano. ¿Qué maravillas tecnológicas disfrutarían entonces estos visitantes del futuro?