lunes, 30 de septiembre de 2013

Primeros vuelos humanos al espacio (III)

  Una vez resuelto el primer envite en la conquista del espacio por las potencias líderes del primer y segundo mundo del agitado siglo XX, las miradas de los ingenieros espaciales, los políticos, los militares y el público en general se volvieron, cual soñadores poetas o extasiados licántropos, hacia la torturada y brillante faz del astro lunar, obvio escalón siguiente en esa "stairway to heaven" que la sociedad tecnológica de  los inicios de la  Era de Aquarius se había empeñado en subir. Ya en los albores  de la carrera espacial el malogrado presidente JFK, consciente de la necesidad de plantear nuevas metas y conquistas a una gran nación que había recibido en sus temblorosas manos el liderazgo de un mundo desorientado, cuyas seculares heridas y desgarros no habían sido sino agrandadas por una cruel e infernal guerra mundial, lanzó el órdago de prometer que un ciudadano americano -y con él las almas y esperanzas de los restantes 200 millones- hollaría el polvoriento suelo del satélite antes de que acabara aquella década. Y además, en magnánimo gesto, ofrecería aquella conquista a la humanidad en general, para un uso pacífico, sin fronteras ni posesiones territoriales.

Placa depositada en la Luna por el Apolo XI



"I believe that this nation should commit itself to achieving the goal, before this decade is out, of landing a man on the moon and returning him safely to Earth."

  ("Creo que esta nación debe asumir como meta el lograr que un hombre vaya a la Luna y regrese a salvo a la Tierra antes del fin de esta década")


lunes, 23 de septiembre de 2013

El asombroso caso del duplicador de materia (I)





  Como tantos otros descubrimientos en la historia de la ciencia, este que vamos a describir se desencadenó por una simple casualidad.
  Una mañana de septiembre del pasado año, David Rope encontró una moneda sobre uno de los bancos de trabajo de su laboratorio particular. A primera vista esto no parecía tener nada de extraordinario. Pero, por otro lado, esa moneda no tenía por qué estar allí. Nadie más que él entraba en su laboratorio y normalmente dejaba sus efectos personales sobre una mesita a la entrada del mismo. Tomó entre sus dedos la moneda y la observó pensativo.Era una moneda corriente, de un euro, con una pequeña muesca en su canto, que se hacía evidente al pasar la yema del dedo sobre el mismo. Esto le llamó la atención. El día anterior había tenido entre sus dedos una moneda con el mismo defecto, pero estaba seguro de haberla depositado en su  portamonedas de bolsillo. Se acercó a la mesita de la entrada y, abriendo el portamonedas, extrajo todas las monedas de un euro que había en su interior, dejándolas sobre la mesa. Había tres en total. Desechó las dos más nuevas y brillantes y centró su atención en la tercera, desgastada y, como había sospechado, con una notable muesca en su canto...exactamente igual que la que había aparecido sobre el banco de trabajo. Una idea empezó a formarse en su mente: por increíble que pareciera, las dos monedas eran exactamente iguales, es decir, una era copia de la otra.
  Para asegurarse, observó las monedas con la lupa binocular. Rope quedó asombrado, cuando, al observarlas, pudo ver que todas las peculiaridades que hacen único a cada objeto, se repetían obstinadamente en ambas monedas: manchas, arañazos, zonas desgastadas...De alguna manera, alguien, quizá él mismo sin saberlo, había conseguido realizar una copia exacta de la moneda original.
  El hecho de que apareciera en su laboratorio y no en cualquier otro lugar, le llevó a pensar que tal acontecimiento podría estar relacionado con los trabajos y experimentos que se encontraba realizando actualmente. ¿Pero que relación podía haber entre la modulación de ondas de neutrinos y la duplicación de objetos?

domingo, 15 de septiembre de 2013

Comentarios. Los hijos de nuestros hijos, de Clifford D. Simak

Los hijos de nuestros hijos ("Our children's children", 1974)
Portada de la edición de Martínez Roca (colección Super Ficción). Foto: Juan M Santos

  Como a menudo ocurre en la ciencia ficción, el inicio de esta historia es un hecho sorprendente o impactante que no se explica demasiado y se deja caer para sorprender al lector. Bentley Price, que se hallaba en su jardín, tranquilamente sentado, dormitando en una butaca, tras la ingesta de un número indetermindo de cervezas- es decir, el ideal de un buen fin de semana para cualquiera de esos solitarios cascarrabias-, contempla como, de pronto, en medio del jardín -que en realidad no era suyo, pues se hallaba en la propiedad de un conocido que le había cedido la casa para unos días de descanso- aparece de buenas a primeras una especie de puerta, que se abre de la nada y por la que empieza a salir una enorme cantidad de personas, curiosamente ataviadas, que, con la decisión de quien sabe a donde se dirige, comienzan a "invadir" la propiedad. Luego averiguamos que este hecho no es único, sino que se repite en diversos lugares del país y del resto del mundo. Poco a poco se va desarrollando la trama y comprendemos que esas puertas son como túneles del tiempo por los cuales los habitantes del año 2498 huyen de su época arribando a los años setenta del siglo XX -es decir, a la actualidad de cuando fue escrita la novela-. Pero, ¿por qué lo hacen?
  Debe ser un peligro fenomenal y mortífero el que obliga a estas gentes del futuro a abandonarlo todo y aventurarse en un tiempo desconocido y primitivo. Así es: huyen de una sanguinaria raza de alienígenas invasores a los que no pueden mantener a raya por más tiempo después de 20 años de lucha encarnizada.
Esta novela, escrita en un estilo directo y sin demasiados adornos, peca a veces de prolija en la descripción de las reuniones y conversaciones de los políticos (un atribulado Presidente de los Estados Unidos y su gabinete de secretarios de estado y asesores) que no saben como afrontar esta inimaginable situación. Pero tiene el mérito, que al principio pasa desapercibido debido al ágil y aparentemente desapasionado ritmo narrativo, de que aglutina en pocas páginas un acopio de algunos de los grandes temas de la Ciencia Ficción:
  Los viajes en el tiempo. No queda muy explicado, aunque se da por hecho que es gracias a la avanzada tecnología de su época, cómo se consiguen abrir (no cerrar: esto solo se consigue mediante cañonazos (sic)) los túneles del tiempo: unas puertas de borrosos bordes dentados por los que simplemente caminando se pasa de una época a otra. Un detalle interesante en este sentido es la comparación que se hace entre las épocas de origen y destino (la nuestra) de los viajeros temporales. Dado que existe un lapso de casi quinientos años entre nuestro presente y la época (hogar temporal) de los advenedizos visitantes, el portavoz de estos compara -como para que nos hagamos una idea- dicha diferencia con la que "percibiríamos" los moradores del presente en un hipotético viaje a los tiempos de Cristobal Colón. De esta forma, precisa y arrolladora, nos equipara a aquellos constructores de barcos de madera, desconocedores aún de las verdaderas dimensiones de su propio  mundo, en contraposición a una época en que los adelantos tecnológicos como el avión, la energía nuclear y los electrodomésticos son algo de uso cotidiano. ¿Qué maravillas tecnológicas disfrutarían entonces estos visitantes del futuro?

domingo, 1 de septiembre de 2013

Intro XXVIII





  
  Observé como el animalillo iba trepando por mi antebrazo con ritmo dubitativo. A veces se paraba y comenzaba a dar media vuelta, para después reanudar el ascenso. En esta situación estuvimos durante varios minutos. Yo ya no sabía si estaba superando una fobia o a punto de caer en estado de shock. Por detrás de mí, X susurraba:

- Muy bien. Aguanta. Recuerda que solo es una prueba.

  De manera confusa, unas ideas comenzaron a formarse en mi mente: algo me decía que debía comprender que la araña no era mi enemiga, ni tampoco yo era una posible presa para ella. Si me atacara sería por el miedo que yo le provocara. Me vi de pronto transformado en el papel de animal dominador al cual el resto de seres de mi mundo temían. Era verdad, el hombre había resultado ser el peor depredador, la peor plaga y el más dañino de los habitantes de la Tierra. Comprendí, como si se me hubiera ocurrido a mí, aunque la idea era probablemente inducida, que cualquier ser tenía derecho a ser respetado en su entorno y que solo en el rol de eventual invasor, podía ser combatido.

  El animalito estaba llegando a la parte alta de mi brazo pero parecía estar perdiendo interés, ya que, al poco se detuvo y emprendió el regreso hacia su jaula. En ese momento, la imagen de la araña comenzó a vibrar y a oscurecerse. Por un momento desapareció, después se hizo visible de nuevo durante unos segundos y por fin, desapareció definitivamente.

  Así que era un holograma, pero muy bien realizado. La imagen tenía un realismo total. Me pregunté que habría pasado si hubiera intentado tocarla. ¿Habría atravesado mi mano la imagen? Pero no me había atrevido. No obstante, yo juraría que había sentido la pequeña presión de sus patitas al caminar sobre mi antebrazo.

  Una vez la prueba terminó, el cilindro volvió a hundirse en el suelo y los slatos que habían estado presentes comenzaron a salir de la estancia por las múltiples aberturas que rodeaban sus paredes. Parecía que volvían a sus ocupaciones y que habían perdido el interés por nosotros.