miércoles, 3 de julio de 2013

Intro XXVI



  Los slatos, miembros de un pueblo cazador y más tarde conquistador del cosmos, habían evolucionado hasta convertirse en genios de la astrofísica y la biología molecular, pero su aspecto seguía siendo tan terrible y fiero como siempre …
  Medité sobre el hecho de la variedad de formas y fisonomías de los seres vivos en el Cosmos, algo que ya conocía por experiencia, pero que, además, siempre había intuido, ya que como predijeron algunos visionarios, la gran diversidad de condiciones y circunstancias en el Universo habrían provocado multitud de soluciones evolutivas diferentes para lograr adaptaciones exitosas.
  Medité sobre la tolerancia y la aceptación del otro aunque fuera distinto, signo de evolución y progreso ideológico.
  Pero había algo contra lo que no podía luchar: la repugnancia o los miedos irracionales, provocados en la psique por no se sabe muy bien qué mecanismos; las fobias, bien estudiadas en la psicología moderna.
  Pero mi aversión hacia las arañas, cosa que le ocurría a mucha gente, había quedado arrinconada en algún recodo de mi mente desde que era niño y nunca me volví a preocupar por ello, ya que difícilmente iba a afectarme en mi civilizada y organizada vida de adulto. Sin embargo, ahora tenía que enfrentarme a este miedo si quería salir con bien de aquella situación.
  Permanecí junto a X en el centro de aquella polvorienta estancia, bañada de una luz espectral que procedía de algunas aberturas del techo. Las piernas me tembablan pero pude mantenerme sereno junto a X, quien no parecía sentirse demasiado impresionado por aquel ser cuatro veces más grande que un hombre y que, cómodamente aferrado a la pared con sus ocho peludas patas, nos miraba mientras babeaba plácidamente haciendo chasquear sus afilados quelíceros. Pensé que mientras nos mantuviéramos a cierta distancia podría dominar mi pánico, pero tras detectar algunos movimientos a mi alrededor con el rabillo del ojo, comprendí que estábamos siendo rodeados por un montón de nuevos individuos. Claro, la familia al completo salía a recibir a los visitantes. Quizá para apreciar sus cuerpos tiernos y jugosos. Comencé a marearme pero, sacando fuerzas de flaqueza, me mantuve firme. Oí decir a X, con su habitual tono opaco e indiferente:
  -Fíjate bien y luego haz lo mismo que yo. Espero que no metas la pata. Esta gente es muy susceptible.
  Mira que llamar gente a aquellos bichos. Y encima, caprichosos con el protocolo. Deseé huir de allí. ¿Cómo había ido a meterme en aquella hedionda cueva de un desconocido planeta donde unas arañas de ocho metros de envergadura me rodeaban con aviesas intenciones?
  Observé atentamente a X. Una especie de áspero chirrido se dejó oír en la estancia. Según supe más tarde era la voz de nuestro anfitrión principal. Este, con un ágil movimiento, sorprendente para un organismo tan grande, abandonó su anterior postura para colocarse directamente frente a nosotros. X dio unos pasos al frente hasta detenerse a pocos centímetros de la cabeza del monstruo. Sus seis vacuos ocelos negros parecían mirar más allá de mi compañero, pero en ese momento unos finos apéndices, como filamentos, comenzaron a proyectarse, vibrando incesantemente, desde diversos puntos del  peludo cefalotórax de la bestia hasta alcanzar la cabeza y el rostro de X. Parecían inquisitivos tentáculos que tantearan curiosos aquí y allá, quizá como una forma de comunicación. Hubo algún tipo de intercambio. X, posiblemente,  ofreció conocimientos, que habrían sido absorbidos por los ávidos filamentos. Acto seguido extendió sus unidas manos y una espesa gota de baba cayó en ellas desde algún ignoto orificio del rostro de la bestia. Cuando X se volvió hacia mí, con una sonrisa triunfante, el espeso líquido se había convertido en una brillante lucesfera. Ahora me tocaba a mí.
  Caminé con paso tambaleante hacia el monstruoso arácnido. A duras penas conseguí dominar el pánico. En realidad no eché a correr porque no había a dónde ir. Cuando me detuve, cerré fuertemente los ojos pues no me creía capaz de enfrentar la mirada de aquel horrible ser. Oí en mi interior una voz que me ordenaba:
  -¡Abre los ojos!
  Era tal la autoridad que revestía aquella telepática orden que no me pude negar a obedecer. Pero cuando abrí los ojos y ví aquellos enormes y repugnantes ocelos, aquellos ávidos pedipalpos, aquella especie de rostro demoníaco erizado de horribles apéndices que se proyectaban hacia mi cara, ya no pude soportarlo más. Con un grito golpeé con mis brazos aquellos tentáculos y volví la cabeza en un intento de rehuir el contacto. Caí al suelo, sollozando impotente y esperando que hubiera alguna forma de acabar con aquel episodio y huir, huir de allí…X se acercó con la preocupación reflejada en la mirada, pero también advertí un gesto de reprobación:
  -Pero ¿qué has hecho…?
En seguida, todos los bichos que habían estado expectantes a nuestro alrededor empezaron a acercarse. Me incorporé brevemente quedando de rodillas para, acto seguido, desmayarme. 


 continuará



anterior                          siguiente

2 comentarios:

  1. Ay, ay, qué mal camino está tomando esto...
    Compadezco al pobre señor terrestre, y lo entiendo muy bien, porque yo habría reaccionado igual o peor.
    A ver cómo sale de esta...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El que se mete a viajar por esos espacios de dios se arriesga a que le pasen estas cosas. Hasta ahora todo había ido más o menos bien, aunque, bueno, pudieron matarlo a tiros o pudo ser devorado por una rata gigante, así que...no todo fue fácil. Y aún pueden pasarle...bueno, ahí lo dejo, que ya se verá...Gracias por los comen...

      Eliminar