Los slatos, miembros de un pueblo cazador y más tarde conquistador
del cosmos, habían evolucionado hasta convertirse en genios de la astrofísica y
la biología molecular, pero su aspecto seguía siendo tan terrible y fiero como
siempre …
Medité sobre el hecho de la variedad de formas y
fisonomías de los seres vivos en el Cosmos, algo que ya conocía por
experiencia, pero que, además, siempre había intuido, ya que como predijeron
algunos visionarios, la gran diversidad de condiciones y circunstancias en el Universo habrían
provocado multitud de soluciones evolutivas diferentes para lograr adaptaciones exitosas.
Medité sobre la tolerancia y la aceptación del otro aunque
fuera distinto, signo de evolución y progreso ideológico.
Pero había algo contra lo que no podía luchar: la repugnancia
o los miedos irracionales, provocados en la psique por no se sabe muy bien qué
mecanismos; las fobias, bien estudiadas en la psicología moderna.
Pero mi aversión
hacia las arañas, cosa que le ocurría a mucha gente, había quedado arrinconada
en algún recodo de mi mente desde que era niño y nunca me volví a preocupar por
ello, ya que difícilmente iba a afectarme en mi civilizada y organizada vida de
adulto. Sin embargo, ahora tenía que enfrentarme a este miedo si quería salir
con bien de aquella situación.
Permanecí junto a X en el centro de aquella polvorienta
estancia, bañada de una luz espectral que procedía de algunas aberturas del
techo. Las piernas me tembablan pero pude mantenerme sereno junto a X, quien no
parecía sentirse demasiado impresionado por aquel ser cuatro veces más grande
que un hombre y que, cómodamente aferrado a la pared con sus ocho peludas
patas, nos miraba mientras babeaba plácidamente haciendo chasquear sus afilados
quelíceros. Pensé que mientras nos mantuviéramos a cierta distancia podría dominar
mi pánico, pero tras detectar algunos movimientos a mi alrededor con el rabillo
del ojo, comprendí que estábamos siendo rodeados por un montón de nuevos
individuos. Claro, la familia al completo salía a recibir a los visitantes.
Quizá para apreciar sus cuerpos tiernos y jugosos. Comencé a marearme pero,
sacando fuerzas de flaqueza, me mantuve firme. Oí decir a X, con su habitual
tono opaco e indiferente:
-Fíjate bien y luego haz lo mismo que yo. Espero que no
metas la pata. Esta gente es muy susceptible.
Mira que llamar gente a aquellos bichos. Y encima,
caprichosos con el protocolo. Deseé huir de allí. ¿Cómo había ido a meterme en
aquella hedionda cueva de un desconocido planeta donde unas arañas de ocho
metros de envergadura me rodeaban con aviesas intenciones?
Observé atentamente a X. Una especie de áspero chirrido se
dejó oír en la estancia. Según supe más tarde era la voz de nuestro anfitrión
principal. Este, con un ágil movimiento, sorprendente para un organismo tan
grande, abandonó su anterior postura para colocarse directamente frente a
nosotros. X dio unos pasos al frente hasta detenerse a pocos centímetros de la
cabeza del monstruo. Sus seis vacuos ocelos negros parecían mirar más allá de
mi compañero, pero en ese momento unos finos apéndices, como filamentos,
comenzaron a proyectarse, vibrando incesantemente, desde diversos puntos del peludo cefalotórax de la bestia hasta alcanzar
la cabeza y el rostro de X. Parecían inquisitivos tentáculos que tantearan
curiosos aquí y allá, quizá como una forma de comunicación. Hubo algún tipo de
intercambio. X, posiblemente, ofreció
conocimientos, que habrían sido absorbidos por los ávidos filamentos. Acto
seguido extendió sus unidas manos y una espesa gota de baba cayó en ellas desde
algún ignoto orificio del rostro de la bestia. Cuando X se volvió hacia mí, con
una sonrisa triunfante, el espeso líquido se había convertido en una brillante
lucesfera. Ahora me tocaba a mí.
Caminé con paso tambaleante hacia el monstruoso arácnido.
A duras penas conseguí dominar el pánico. En realidad no eché a correr porque
no había a dónde ir. Cuando me detuve, cerré fuertemente los ojos pues no me
creía capaz de enfrentar la mirada de aquel horrible ser. Oí en mi interior una
voz que me ordenaba:
-¡Abre los ojos!
Era tal la autoridad que revestía aquella telepática orden
que no me pude negar a obedecer. Pero cuando abrí los ojos y ví aquellos
enormes y repugnantes ocelos, aquellos ávidos pedipalpos, aquella especie de rostro demoníaco erizado de
horribles apéndices que se proyectaban hacia mi cara, ya no pude soportarlo
más. Con un grito golpeé con mis brazos aquellos tentáculos y volví la cabeza
en un intento de rehuir el contacto. Caí al suelo, sollozando impotente y
esperando que hubiera alguna forma de acabar con aquel episodio y huir, huir
de allí…X se acercó con la preocupación reflejada en la mirada, pero también
advertí un gesto de reprobación:
-Pero ¿qué has hecho…?
Ay, ay, qué mal camino está tomando esto...
ResponderEliminarCompadezco al pobre señor terrestre, y lo entiendo muy bien, porque yo habría reaccionado igual o peor.
A ver cómo sale de esta...
El que se mete a viajar por esos espacios de dios se arriesga a que le pasen estas cosas. Hasta ahora todo había ido más o menos bien, aunque, bueno, pudieron matarlo a tiros o pudo ser devorado por una rata gigante, así que...no todo fue fácil. Y aún pueden pasarle...bueno, ahí lo dejo, que ya se verá...Gracias por los comen...
Eliminar