Acabo de regresar
a casa. He visitado a Ksenyia
Ivanovna Ivanova en Ganímedes.
El crucero transolar de KOCMOФЛОТ arribó a la
estación Nueva Mir a las 9.00 GMT. Allí,
casi sin tiempo para tomar un té, embarqué en el transbordador Tupolev 2000,
que, en un par de horas, nos dejó suavemente en la pista principal de
Sheremetyevo. ¡Moscú, por fin! Cuanto te he echado de menos. Pero no iba a
quedarme, ya volvería al final del verano. Aún me quedaban unos días de
vacaciones para pasar en la dacha de
mi familia, en un bello paraje a unos treinta y cinco kilómetros al sur de
Moscú, al otro lado del Pakhra. El tío Anatoly, como siempre tan atento, me ha
dejado la despensa llena, en previsión de mi llegada. Me tomaré este tiempo
para descansar y meditar.
Sonia Ivanovna es una mujer impresionante. Desde que el pasado
verano hicimos juntos un viaje por varios países de Europa, no he podido dejar de pensar en ella.
Su imponente belleza eslava –alta, esbelta, cabellera rubia, ojos verdes, bellas
facciones- se combina de manera cautivadora con una inteligencia prodigiosa y
un tesón en el trabajo que le ayudan a alcanzar cualquier meta que se proponga. Como directora del
Observatorio Joviano de Ganímedes ha demostrado una capacidad de liderazgo y
organización que ha llevado a aquel Instituto a convertirse en uno de los
mejores en su campo en todo el Sistema Solar. Sé que le caigo bien. Cada vez
que nos vemos, su cara se ilumina con una preciosa sonrisa. Quizá aún me tiene
cierto cariño. Pero, últimamente creo que está demasiado absorta en su trabajo.
He visitado a Sonyia Ivanovna para
tantear la posibilidad de que algún día no muy lejano regrese a la Tierra y podamos retomar
nuestra relación.
Pero mi impresión,
después de esta visita es que, probablemente, se quedará allí mucho tiempo.
Ganímedes no es
precisamente un paraíso. Pero tiene su encanto. Uno podría quedarse horas y
horas contemplando en el cielo esa maravilla que es la gigantesca esfera
multicolor de Júpiter, brincar por las extensas praderas de rocoso hielo
aprovechando la escasa gravedad de aquel mundo, recorrer el Galileo Regio en un silencioso
todoterreno jet o perderse en los jardines subterráneos de Ganymede City,
obra de ingeniería que procura a sus habitantes un remedo de nuestro bello planeta
en ese inhóspito mundo.
Pero Ganímedes es
una bonita trampa para aquellos que, cautivados por su desolada belleza, o quizá
por su fascinante quietud, permanecen allí demasiado tiempo.
Con una fuerza de gravedad menor aún que la de nuestra
Luna, ya que, a pesar de ser mayor que aquella, su densidad es menor, una
persona que permanezca un tiempo determinado en aquel satélite joviano, sin
regresar a la Tierra,
irá perdiendo paulatinamente la fortaleza que permite a nuestro organismo, diseñado
para 1 g, soportar las condiciones de nuestro
planeta. Aunque, como todo viajero o colono del espacio, los ganimedícolas
deben seguir un estricto programa de ejercicios físicos para evitar perder musculatura
y solidez ósea, existe lo que podríamos llamar un punto de no retorno, a partir
del cual, ya se es incapaz de soportar la gravedad terrestre sin ayuda
mecánica, lo cual, a la larga, hace que la persona afectada decida quedarse en
cualquiera de los mundos de gravedad ligera (Marte, Ganímedes, La Luna, Ceres o los asteroides).
Se ha calculado, aunque esto puede variar de unas personas
a otras, que ese punto de no retorno se cifra en unos dos años y medio.
Sonia solo lleva un año allí, pero el proyecto científico que
dirige puede prolongarse un par de años más.
Durante mi
estancia, a veces pensaba que podría acostumbrarme a vivir allí, trabajar como
profesor en cualquiera de las escuelas que se crean cada año, pues cada vez hay
más familias con hijos en ese nuevo mundo. O trabajar en las minas de
silicatos, supervisando a los robots mineros. Nunca me incomodó el trabajo
manual. De hecho, hay muchas oportunidades laborales en un mundo en desarrollo
como aquel.
Pero en seguida venían
a mi mente imágenes de puestas de sol en
la tundra, las cálidas tardes a la orilla del Mar Negro, el bullicio de las mañanas de domingo en Moscú, paseando por
las avenidas de la VDNKh
y mis largos y solitarios paseos por las riberas del Mockoba en las tardes
otoñales. Soy una persona apegada a mis orígenes. ¿Cómo podría renunciar a todo
eso?
Apenas he visto a Sonya durante mi estancia en
Ganímedes, pues tenía mucho trabajo...
Sin embargo, la pequeña Natasha, gran amiga suya, con la
que comparte vivienda en la ciudad, me ha acompañado en todo momento y me ha
mostrado los lugares más interesantes del astro joviano.
Aparte de los
numerosos puestos científicos avanzados o los pequeños emporios mineros que se
reparten por toda la descarnada superficie ganimediana, hay solo una gran
ciudad en Ganímedes. Su nombre, Ganymede City, como no podía ser de otro modo,
es una denominación consensuada internacionalmente, para facilitar las cosas,
pero Sonia y sus amigos de la
colonia rusa la llaman, entre ellos, Yupiter Zvezda (ЮПИТЕР ЗВЕЗДА), la Estrella de Júpiter, dada la natural inclinación del espíritu eslavo a lo poético,
en contraposición al pragmatismo occidental.
Esto me lo contó
la simpática Natasha en uno de nuestro paseos por la ciudad, y, en seguida, le
pregunté cuál era el motivo de aquel nombre. Muy redicha, me explicó que,
teóricamente, desde Júpiter, Ganímedes se vería aproximadamente con la mitad
del tamaño aparente de la Luna
vista desde la Tierra,
debido a que su tamaño es una vez y media el de aquella, pero la distancia que
la separa de su planeta es, más o menos, el triple. Pues bien, como aquella,
Ganímedes también muestra una misma cara a su planeta, por la sincronía de los
movimientos de rotación y traslación.
- Imagina ahora a
Ganímedes en fase de luna nueva…
No hizo falta que siguiera hablando. En seguida visualicé
lo que quería decirme. Una redonda mancha de oscuridad y , en su centro, el
fulgor de la ciudad iluminada, una pequeña estrella en el cielo de Júpiter…
La ciudad no tenía
desperdicio: las impresionantes factorías de construcción de robots, el enorme
complejo del Observatorio Astronómico, el espaciopuerto y las interminables
instalaciones industriales formaban la “cáscara” superficial de la ciudad, pero
en cuanto bajabas al subsuelo encontrabas todo lo que un residente o un turista
podía desear. En seguida elegí los jardínes subterráneos como mi lugar favorito
en aquella ciudad. Pero también había zonas comerciales, de ocio, museos,
espectáculos...
Natasha me habló
de sus proyectos. Se había enrolado en la expedición que dentro de tres meses
saltaría a Europa, la de Júpiter, aprovechando uno de sus acercamientos orbitales,
para explorar su mar interno en un moderno submarino diseñado por un grupo
internacional de ingenieros y científicos. Su formación como astronauta y
exploradora oceanográfica habían facilitado su elección para esta expedición
pionera.
Regresé de mi
viaje sumido en un revuelto mar interno de reflexiones y sentimientos
contrapuestos. Como en los satélites jovianos, bajo mi corteza sólida y cabal, un
mar se removía inquieto. Unos días de descanso en el tranquilo entorno rural de
Moscú, devolverían cada cosa a su sitio.
Y quizá el próximo
verano viaje a Europa, la de Júpiter, para ver a la pequeña Natasha.
Lo tuyo con Sonia no tiene futuro. A ella solo le interesa el trabajo en Ganimedes y además tú no puedes estar mucho tiempo lejos de tu tierra.
ResponderEliminarNatasha en cambio... A ti también te lo parece, ¿a que sí?
Al protagonista estos viajes le servirán como excusa para ir visitando lugares "interesantes" del sistema solar. No es un mal plan...
EliminarDebió ser bonito el viaje a Ganimedes para ver a la señora Ivanova.
ResponderEliminarEl viaje, seguramente fantástico, y la Sonia esta que pasó un poco de él. Pero, bueno, el año que viene, como dice al final, vacaciones en Europa (la de Júpiter, claro).
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