viernes, 26 de julio de 2013

He visitado a Sonia Ivanova en Ganímedes

  Acabo de regresar a casa. He visitado a Ksenyia Ivanovna Ivanova en Ganímedes.
  El crucero transolar de KOCMOФЛОТ arribó a la estación  Nueva Mir a las 9.00 GMT. Allí, casi sin tiempo para tomar un té, embarqué en el transbordador Tupolev 2000, que, en un par de horas, nos dejó suavemente en la pista principal de Sheremetyevo. ¡Moscú, por fin! Cuanto te he echado de menos. Pero no iba a quedarme, ya volvería al final del verano. Aún me quedaban unos días de vacaciones para pasar en la dacha de mi familia, en un bello paraje a unos treinta y cinco kilómetros al sur de Moscú, al otro lado del Pakhra. El tío Anatoly, como siempre tan atento, me ha dejado la despensa llena, en previsión de mi llegada. Me tomaré este tiempo para descansar y meditar.

  Sonia Ivanovna es una mujer impresionante. Desde que el pasado verano hicimos juntos un viaje por varios países de  Europa, no he podido dejar de pensar en ella. Su imponente belleza eslava –alta, esbelta, cabellera rubia, ojos verdes, bellas facciones- se combina de manera cautivadora con una inteligencia prodigiosa y un tesón en el trabajo que le ayudan a alcanzar cualquier meta que se proponga. Como directora del Observatorio Joviano de Ganímedes ha demostrado una capacidad de liderazgo y organización que ha llevado a aquel Instituto a convertirse en uno de los mejores en su campo en todo el Sistema Solar. Sé que le caigo bien. Cada vez que nos vemos, su cara se ilumina con una preciosa sonrisa. Quizá aún me tiene cierto cariño. Pero, últimamente creo que está demasiado absorta en su trabajo. 
  He visitado a Sonyia Ivanovna para tantear la posibilidad de que algún día no muy lejano regrese a la Tierra y podamos retomar nuestra relación.
  Pero mi impresión, después de esta visita es que, probablemente, se quedará allí mucho tiempo.
 


  
   Ganímedes no es precisamente un paraíso. Pero tiene su encanto. Uno podría quedarse horas y horas contemplando en el cielo esa maravilla que es la gigantesca esfera multicolor de Júpiter, brincar por las extensas praderas de rocoso hielo aprovechando la escasa gravedad de aquel mundo, recorrer el Galileo Regio en un silencioso todoterreno jet o perderse en los jardines subterráneos de Ganymede City, obra de ingeniería que procura a sus habitantes un remedo de nuestro bello planeta en ese inhóspito mundo.
  Pero Ganímedes es una bonita trampa para aquellos que, cautivados por su desolada belleza, o quizá por su fascinante quietud, permanecen allí demasiado tiempo.
  Con una fuerza de gravedad menor aún que la de nuestra Luna, ya que, a pesar de ser mayor que aquella, su densidad es menor, una persona que permanezca un tiempo determinado en aquel satélite joviano, sin regresar a la Tierra, irá perdiendo paulatinamente la fortaleza que permite a nuestro organismo, diseñado para 1 g, soportar las condiciones de nuestro planeta. Aunque, como todo viajero o colono del espacio, los ganimedícolas deben seguir un estricto programa de ejercicios físicos para evitar perder musculatura y solidez ósea, existe lo que podríamos llamar un punto de no retorno, a partir del cual, ya se es incapaz de soportar la gravedad terrestre sin ayuda mecánica, lo cual, a la larga, hace que la persona afectada decida quedarse en cualquiera de los mundos de gravedad ligera (Marte, Ganímedes, La Luna, Ceres o los asteroides).
   Se ha calculado, aunque esto puede variar de unas personas a otras, que ese punto de no retorno se cifra en unos dos años y medio.
   Sonia solo lleva un año allí, pero el proyecto científico que dirige puede prolongarse un par de años más.
 
  Durante mi estancia, a veces pensaba que podría acostumbrarme a vivir allí, trabajar como profesor en cualquiera de las escuelas que se crean cada año, pues cada vez hay más familias con hijos en ese nuevo mundo. O trabajar en las minas de silicatos, supervisando a los robots mineros. Nunca me incomodó el trabajo manual. De hecho, hay muchas oportunidades laborales en un mundo en desarrollo como aquel.
  Pero en seguida venían a mi mente imágenes de  puestas de sol en la tundra, las cálidas tardes a la orilla del  Mar Negro, el bullicio de las mañanas de domingo en Moscú, paseando por las avenidas de la VDNKh y mis largos y solitarios paseos por las riberas del Mockoba en las tardes otoñales. Soy una persona apegada a mis orígenes. ¿Cómo podría renunciar a todo eso?
  
  Apenas he visto a Sonya durante mi estancia en Ganímedes,  pues tenía mucho trabajo...
Sin embargo, la pequeña Natasha, gran amiga suya, con la que comparte vivienda en la ciudad, me ha acompañado en todo momento y me ha mostrado los lugares más interesantes del astro joviano.
  Aparte de los numerosos puestos científicos avanzados o los pequeños emporios mineros que se reparten por toda la descarnada superficie ganimediana, hay solo una gran ciudad en Ganímedes. Su nombre, Ganymede City, como no podía ser de otro modo, es una denominación consensuada internacionalmente, para facilitar las cosas, pero Sonia y sus amigos de la colonia rusa la llaman, entre ellos, Yupiter Zvezda (ЮПИТЕР ЗВЕЗДА), la Estrella de Júpiter, dada la natural inclinación del espíritu eslavo a lo poético, en contraposición al pragmatismo occidental.
  Esto me lo contó la simpática Natasha en uno de nuestro paseos por la ciudad, y, en seguida, le pregunté cuál era el motivo de aquel nombre. Muy redicha, me explicó que, teóricamente, desde Júpiter, Ganímedes se vería aproximadamente con la mitad del tamaño aparente de la Luna vista desde la Tierra, debido a que su tamaño es una vez y media el de aquella, pero la distancia que la separa de su planeta es, más o menos, el triple. Pues bien, como aquella, Ganímedes también muestra una misma cara a su planeta, por la sincronía de los movimientos de rotación y traslación.
  - Imagina ahora a Ganímedes en fase de luna nueva…
No hizo falta que siguiera hablando. En seguida visualicé lo que quería decirme. Una redonda mancha de oscuridad y , en su centro, el fulgor de la ciudad iluminada, una pequeña estrella en el cielo de Júpiter…
   
  La ciudad no tenía desperdicio: las impresionantes factorías de construcción de robots, el enorme complejo del Observatorio Astronómico, el espaciopuerto y las interminables instalaciones industriales formaban la “cáscara” superficial de la ciudad, pero en cuanto bajabas al subsuelo encontrabas todo lo que un residente o un turista podía desear. En seguida elegí los jardínes subterráneos como mi lugar favorito en aquella ciudad. Pero también había zonas comerciales, de ocio, museos, espectáculos...

  Natasha me habló de sus proyectos. Se había enrolado en la expedición que dentro de tres meses saltaría a Europa, la de Júpiter, aprovechando uno de sus acercamientos orbitales, para explorar su mar interno en un moderno submarino diseñado por un grupo internacional de ingenieros y científicos. Su formación como astronauta y exploradora oceanográfica habían facilitado su elección para esta expedición pionera.

  Regresé de mi viaje sumido en un revuelto mar interno de reflexiones y sentimientos contrapuestos. Como en los satélites jovianos, bajo mi corteza sólida y cabal, un mar se removía inquieto. Unos días de descanso en el tranquilo entorno rural de Moscú, devolverían cada cosa a su sitio.

  Y quizá el próximo verano viaje a Europa, la de Júpiter, para ver a la pequeña Natasha.

4 comentarios:

  1. Lo tuyo con Sonia no tiene futuro. A ella solo le interesa el trabajo en Ganimedes y además tú no puedes estar mucho tiempo lejos de tu tierra.
    Natasha en cambio... A ti también te lo parece, ¿a que sí?

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    1. Al protagonista estos viajes le servirán como excusa para ir visitando lugares "interesantes" del sistema solar. No es un mal plan...

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  2. Debió ser bonito el viaje a Ganimedes para ver a la señora Ivanova.

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    1. El viaje, seguramente fantástico, y la Sonia esta que pasó un poco de él. Pero, bueno, el año que viene, como dice al final, vacaciones en Europa (la de Júpiter, claro).

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