miércoles, 19 de junio de 2013

La Biblioteca oculta de Zöor (IX)



  


  Un bólido celeste, probablemente un fragmento desgajado del más viejo de los cometas, se dirigirá hacia el tercer planeta del sistema.
  Nuestro Vigilante intentará capturarlo, pero su esfuerzo será vano, pues las redes de energía no podrán alcanzarlo. Cuando se produzca la separación, debida al influjo de una gran tormenta solar, la temible roca ya se encontrará demasiado cerca del planeta.
  El Vigilante, abrumado, descubrirá que la trayectoria del bólido lo conduce al corazón de uno de los continentes más viejos y poblados, y donde se concentra, por ende, el mayor acervo artístico y cultural de la civilización que habita ese mundo.
  Calculará que una colisión de esa magnitud supondrá un desastre del que la civilización de ese mundo tardará un largo tiempo en recuperarse, si no sucumbe a sus consecuencias. Millones de muertos, un continente devastado y consecuencias ambientales impredecibles que afectarán a todo el orbe.
  El Vigilante tendrá que pensar rápido y tomar una decisión. Durante un milenio ha protegido discretamente el sector asignado, cumpliendo uno de los principales preceptos de su casta: no hacerse evidente a los pobladores autóctonos.
  El dilema es irresoluble. Si interviene in extremis, será probablemente descubierto. Si no lo hace, el objeto de sus desvelos dejará de existir.
  El tiempo apremia y en pocos segundos el coloso celeste descargará toda su fuerza sobre la superficie de ese desgraciado mundo condenado.
  Pero el Vigilante ha tomado una decisión.
  Dispone su navío a máxima velocidad en rumbo de intercepción hacia el astro maldito, recorre en pocos segundos una abismal distancia llegando a zambullirse en la atmósfera del planeta. La dorada flecha que cabalga, lanzada a máxima potencia, casi se evapora en su camino de vértigo. Al borde del desmayo tiene un vislumbre de los hermosos campos que adornan su protegido mundo, de los valles y montañas, de los ríos y mares que con su vivo azul refrescan la mirada y la mente del viajero, y todo ello no hace más que darle fuerzas para seguir adelante con su suicida decisión. A punto de alcanzar su objetivo, la desmesurada velocidad de ambos objetos, perseguidor y perseguido, crea un vórtice de energía que los desvía de su ruta original despidiéndolos a más de cinco mil kilómetros, hacia una despoblada zona del continente mayor. Pero el final ya es inapelable. La nave del vigilante choca con el bolido a unos ocho kilómetros sobre el suelo. La devastación producida por la onda de choque es brutal, pero insignificante comparada con el daño que se podría haber causado. Durante 105 años los pobladores de aquel mundo se preguntarán qué había pasado. Nunca en ese lapso supieron lo cerca que habían estado de la aniquilación.
  Nunca sabrían que Tunguska había sido la tumba de un héroe.

 Fragmento hallado en La Biblioteca de Zöor

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