...A una gran pregunta.
Hace algún tiempo, en una galaxia muy lejana, alguien me hizo una pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida?
Voy de New Jersey a Volgograd. He tenido que hacer un alto en esta estación situada en ninguna parte a 200 metros bajo el lecho del Atlántico. Me he sentado a esperar mi tren y me ha hecho reír el recuerdo de los pensamientos ingenuos de nuestra juventud, cuando creíamos que en un futuro no muy lejano seríamos capaces de crear una red de teleportación que nos llevaría de inmediato de cualquier punto a otro sobre la superficie de la Tierra. Pero eso no eran más que quimeras. La realidad se impuso y más allá de teleportar partículas subatómicas la cosa no avanzó.
Así que hay que
seguir dependiendo de los trenes
supersónicos de los túneles de vacío que tardan una eternidad para ir de
una ciudad a otra. Hombre, de Londres a París en unos 5 minutos no está mal.
Pero si el viaje es más largo, como el mío...nada menos que tres horitas
incluyendo transbordos y demás.
Un hombre con
gorra y gafitas se me acercó, dándome la sensación de que quería entablar
conversación, pensando seguramente que así se haría más llevadero el lapso de
espera entre un tren y otro. Yo normalmente, no hablo con nadie; conecto el BrainWare
y escucho música, leo, o navego por la
red. Así me entretengo, igual que durante los viajes.
Pero el señor no
pareció entender que yo me quería mantener aislado en mi concha, así que con un
leve codazo me llamó la atención al tiempo que me decía:
Lo miré de hito en
hito preguntándome qué le haría pensar aquello. En seguida entendí que no era
más que una excusa para iniciar una conversación. O un monólogo, como muchos de
esos pesados que intentan captar tu atención con alguna pregunta, pero que en
ningún caso tienen interés por saber tu respuesta, usando aquella solamente
para captar tu atención y a continuación explayarse con prolijas explicaciones
sobre cualquier tema que a ellos y solo a ellos les parece interesantísimo. Sin
embargo, el rostro de aquel hombre tenía un extraño matiz que le hacía
agradable, que instaba a escucharlo. Era el semblante de alguien no muy viejo,
pero que parecía aquilatar la serenidad de la experiencia, surcado por algunas
arrugas, pero sobre una piel límpida y casi lampiña, con grises cabellos
asomando bajo la gorra, pero con los vivaces ojos de alguien que aún está
descubriendo el mundo.
Comenzó hablando de los viajes y de cómo ahora
la gente se movía constantemente, de un lugar a otro, visitando lugares
compulsivamente, pero sin llegar a entender la esencia de cada lugar, sin
impregnarse de su espíritu. Habló de cómo ahora las personas pasaban unas junto
a otras sin ni siquiera mirarse, enclaustrados en sus respectivos mundos
tecnológicos, quizá conversando virtualmente con alguien que se encuentra a
miles de kilómetros pero sin dedicar una sonrisa a la persona que tienes al
lado en un parque o una calle. “De hecho”, dijo “es raro ver a dos desconocidos
conversando casualmente como lo estamos haciendo tú y yo ahora mismo”. No tuve
más remedio que darle la razón, aun teniendo en cuenta el hecho de que aquello
no era una verdadera conversación, ya que prácticamente solo hablaba él. Pero
descubrí que me resultó agradable desconectarme del BW y de los mensajes
virtuales durante ese ratito y escuchar la cálida voz de aquel hombre.
Nuestros trenes
llegaban y nos levantamos al unísono. El hombre se despidió con un alegre “Ha
sido un placer charlar contigo, muchacho”. Yo le contesté con un cortés “Lo
mismo digo” y echamos a andar en direcciones opuestas. Nuestra conversación
apenas duró cinco minutos, pero aquel hombre me enseñó algo…
Como seres
efímeros que somos, nuestra misión en la vida, esa gigantesca estación
intermedia, no es otra que pasar. Somos pasajeros del tiempo hechos de materia.
Materia dúctil que se transforma. Materia que algun día se convertirá en
energía. Quizá energía que alguna vez vuelva a ser materia. Los átomos de que
estamos formados pertenecieron a nebulosas o estrellas. Vagaron por el espacio.
Arribaron a un mundo o cientos de mundos en formación. Fuimos, quizá, gusanos
primigenios, fuimos roca fundida en alguna milenaria explosión volcánica, vagamos
por océanos y cielos hasta ser de nuevo despedidos a la nada cósmica. Quizá un
cometa o algún otro bólido celeste nos transportó a este mundo. La misma
materia que después de millones de años formaría el embrión de nuestro ser
quizá vegetó en el limo de algún primitivo océano. En cada paso aumentaron las
acreciones de materia, hasta dar lugar a seres complejos. Hoy somos lo que
creemos la cima de la evolución. Sí, somos complejos, inteligentes, hemos
evolucionado y vencido muchas vicisitudes en la historia de este viejo mundo.
Pero pertenecemos al cosmos y volveremos a él. Nuestras materia se descompondrá
y las moléculas y átomos que nos pertenecieron y nos dieron aliento quizá un
día vuelvan a un poderoso crisol estelar donde volvamos a ser polvo de estrellas…
Y ¿cuál es nuestra misión en este tránsito? ¿Sólo pasar,
transformarnos, mantener en movimiento la maquinaria cósmica? ¿Sólo somos
viajeros en tránsito esperando el tren que nos lleve a otro futuro destino? Sí,
pero como aquel hombre que encontré en la estación subterránea, podemos
aprovechar este tránsito para aportar algo a nuestros iguales, a nuestros
compañeros de viaje: un poco de comunicación, de comprensión, de amor. Podemos
compartir nuestros deseos, olvidar egoísmos y ambiciones, abandonar esa concha
de virtualidad que nos promete paraísos ficticios y enfrentarnos a los
problemas y cuestiones que la complejidad de la vida y la convivencia nos
plantea a diario. Y unir nuestras pequeñas fuerzas para resolverlos. Quiero
pensar que eso nos hará mejores y que, tal vez, con cada paso, con cada etapa,
evolucionaremos a algo mejor de lo que ahora somos.
No he vuelto a ver a aquel hombre de la Estación Atlántico,
pero a veces hablo con la gente. Y algunos me responden…
Otros relatos publicados:
El día que me abandonaron
Mis pensamientos
Un gato llamado leyendas de Marte
Deambulo por una calle
No era humano
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No era humano
Pero, pero... si yo dejé un comentario aquí hace varios días... Igual se ha quedado flotando en alguna estación intermedia o algo...
ResponderEliminarBueno, decía que me gustaba mucho la alegoría ferroviaria y lo que el prota aprendió del hombre de las gafitas.
Más o menos eso, pero mejor explicado...
Seguramente recordarás este relato por su publicación en una ya lejana galaxia llamada storylane. Por su temática y estilo pensé que podía encajar en el blog, así que lo he "plantao" aquí. Gracias por comentar...Salud
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