Volvimos a la carretera. Estuve
tentado de preguntar a X si no había en aquel mundo algún otro medio de
transporte aparte de ir a pie, pero no quise dar sensación de debilidad para no
ser objeto de sus mofas. Al fin y al cabo, reconocí, no estaba en absoluto
cansado.
Tras un buen rato de marcha observé como el paisaje iba de nuevo
cambiando. Ya no estábamos en una región de vergeles y campos cultivados. Ahora
nos internábamos en una zona montañosa y despoblada de vegetación. En una curva
de la carretera, X tomó un desvío, un polvoriento camino de tierra que llevaba
a la cima de una pequeña colina.
En ella, una sólida construcción de piedra que recordaba a las antiguas
torres de vigilancia medievales, se erguía solitaria.
-¿Por qué no estoy cansado? ¿Por qué no tengo sed ni hambre? -le espeté
súbitamente a X, tal como me vino a la cabeza-. Llevamos horas y horas
deambulando por este pedrusco galáctico sin descanso. Cuando nos hemos detenido
ha sido para trabajar. No hemos dormido desde no sé cuándo…
-Vaya si eres torpe. No pensé que tendrías que preguntármelo. Te podías
haber dado cuenta por tí mismo. Este viaje que estamos haciendo no está al
alcance de cualquiera. Hay que ser muy fuerte y resistente. La raza de la que
provienes es muy débil. Necesitáis respirar constantemente para mantener el
proceso de oxidación necesario para el metabolismo; necesitáis comer cada pocas
horas para tener ese saco insaciable que llamáis estómago, siempre lleno;
necesitáis aportar agua al organismo con frecuencia, pues vuestra capacidad de
hidratación es muy deficiente. En fín, y os movéis en unos márgenes de
temperatura y presión muy estrechos. O sea, que sois muy delicaditos: en cuanto
salís de vuestras idílicas condiciones, quedáis inservibles. Bueno, y no
hablemos de vuestro sistema inmunológico: una barrera de risa para cualquier microorganismo de unos
planetillas que yo me sé y a los que no te he llevado porque no hubieras
aguantado ni un asalto.