sábado, 16 de febrero de 2013

Intro XXI



  
  Durante un tiempo indeterminado –quizá una hora, quizá varias- trabajamos en silencio. Era muy tranquilizador y relajante aquel trabajo mecánico pero delicado. Yo, que nunca me había dedicado a la jardinería ni a la agricultura, comprendí entonces esa calmosidad de que hacían gala en su labor las personas que se ocupaban en este tipo de actividades.

  El silencio y el pausado trabajo me hicieron entrar en un estado meditativo que hizo vagar mi mente, de nuevo, por todas aquellas cuestiones que habían surgido durante el viaje. Busqué con la vista a X, con intención de comentarle algunas ideas que acudían a mi cabeza, pero se encontraba muy alejado, a varias hileras de distancia, trabajando concentradamente a su vez, probablemente sumido en quién sabe que inextricables reflexiones.

  Las plantas parecían revigorizarse con los cuidados que se les aplicaban y, de hecho, en más de una ocasión me pareció que “crecían” ante mis ojos, aunque intenté convencerme de que aquello debía ser una ilusión óptica provocada por la continuada concentración en el trabajo. Era evidente, en cualquier caso, que aquellas gruesas ramas improductivas, carentes de hojas, no hacía sino restar fuerza a las demás, finas y estilizadas, y con grandes hojas que intentaban erguirse en pos de la vivificante energía solar. 



  Llevado por estos pensamientos, comencé a divagar y, de pronto, unas nítidas imágenes se formaron en mi mente: un planeta desolado, barrido por tormentas de arena que oscurecían al lejano sol. Pero, en un apartado valle, unos extraños seres, con trajes o corazas protectoras, cultivaban la tierra. Algunas máquinas les ayudaban en la tarea. A continuación pude ver como bajo un cielo aún oscurecido, las semillas habían germinado. Como en una película acelerada, unas plantas parecidas a las que ahora tenía ante mí, pero mucho más grandes, conseguían teñir de un hermoso azul el cielo en el que ahora, serenamente, reinaba un resplandeciente sol. Comprendí claramente que se trataba de la creación de una atmósfera respirable gracias al oxígeno producido por estas plantas traídas de otro lugar y adaptadas a este entorno como primer paso para hacer habitable este desértico planeta. Distintas razas habrían colaborado en el logro del objetivo. Pero alguna enfermedad o parásito diezmó la plantación. Por último, me ví a mí mismo ayudando en los trabajos de recuperación de aquella. En ese momento noté una presencia tras de mí y me incorporé. Allí estaba la sonriente mujer que horas antes nos había recibido. Ella había inducido en mi mente aquellos pensamientos a modo de explicación de la tarea que allí se realizaba. Me miró con sus claros ojos. Se había quitado las gafitas y parecía más joven y esbelta. Me acarició brevemente la mejilla en señal de agradecimeinto y, tomando mi mano, depositó en ella una especie de moneda. Susurró unas palabras que mi mente interpretó como un sincero “gracias”, y dando media vuelta se fue por donde había venido.

  Me quedé allí parado, como un tonto, pensando con ironía que al menos me habían “pagado” por mi trabajo. Aunque lo que más agradecí fue la interesante “explicación” recibida telepáticamente.

  Entretanto, sin darme cuenta, X se había aproximado hasta donde me encontraba. Algo le abultaba llamativamente en el bolsillo.

  -Bueno, ya podemos irnos- dijo, sin mirarme. 
  Cuando reparó en la moneda que aún se encontraba en mi mano abierta, rompió a reír con sonoras carcajadas, señalando aquella.
  - ¡Pero qué pequeña es la tuya!- añadió burlonamente.

  Entonces comprendí por qué abultaba tanto su bolsillo. Su moneda debía ser varias veces más grande –y probablemente más gruesa- que la mía. No sé a qué se debía la diferencia. Quizá el rendimiento de su trabajo fue mayor que  el mío. O que a mí, como novato, me pagaran menos. Pero en cualquier caso, me dije con optimismo, esta pequeña humillación no iba a conseguir enturbiar el momento. Había ganado mi primer jornal galáctico.



continuará



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2 comentarios:

  1. Pero qué borde el marcianito, oye. Menos mal que el terrícola no se arredra.

    Qué intriga, con esto de las monedas de diferente tamaño (en el universo galáctico también hay categorías laborales, por lo que se ve), las plantas que crecen a simple vista, etc.
    Hasta la próxima!

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    1. Qué fácil sería sembrar una semillita en un árido planeta y que empezara el ciclo de la vida, así por las buenas. Pero para conquistar el cosmos es necesario tener mucho aguante. Incluso para soportar las pullas de los marcianitos cabroncetes, que encima te meten en unos "fregaos"...

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