viernes, 1 de junio de 2012

De fulgurar triste la ciudad (VII parte)

  A la mañana siguiente, Jori recibió una visita. Dos hombres fornidos, de oscuros trajes, entraron abruptamente en el pabellón y se dirigieron hacia él:
  -Jorael Kasvadhiar. Debe acompañarnos.
  Jori no se extrañó demasiado. Aunque aún no había pasado la revisión médica matinal, era probable que los vigilantes del pabellón ya hubieran detectado su cambio fisiológico. Venían pues, a deportarle.
  Acompañado de los dos hombres, salió a la calle. Allí les esperaba un coche negro con brillantes perfiles cromados y cristales oscurecidos. Parecía un coche oficial. Jori se extrañó de que se tomaran tantas molestias con él. Una vez acomodados en su interior, el coche arrancó y se incorporó al escaso tráfico de la ciudad.

  La ciudad sin pasado y sin futuro se enfrentaba a la primera gran encrucijada de su existencia. Una situación insostenible, soportada a duras penas por una población sin esperanzas de progreso, a la que solo se ofrecía seguir disfrutando de la miseria y del rencor, apurando el vaso de un recuerdo corrompido por la sangre y el caos de una guerra interminable. Una guerra que sigue en curso aún mucho después de la derrota de ambos contendientes. Pues el daño que sus armas causaron sigue fustigando a todos aquellos que se arrastran por la horadada faz de esta tierra maldita y condenada.

  La Máquina y su gobierno títere buscaban el golpe de efecto que dotaría de sentido a todas las iniquidades y tropelías cometidas durante años, que llevaría un soplo de esperanza a las generaciones actuales y probablemente a las futuras: la curación definitiva del mal que les aquejaba. La victoria sobre esa enfermedad cuyo nombre nadie recuerda ya; que engloba y resume a todos los males del mundo moderno: la Enfermedad, simplemente.

  Jori era la pieza clave de este proyecto. Él aún no sabía nada. Pero cuando el  coche penetró en la  red de túneles del centro de la ciudad -desconocidos para él como para la mayoría de sus habitantes-, empezó a sospechar. No parecía que le expulsaran de la Ciudad, sino todo lo contrario.
CONTINUARÁ




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