domingo, 27 de mayo de 2012

Relatos de la colonias. Nimbus (X parte)

IX 

El impulso energético que contenía la información salió lanzado al espacio, despedido entre los soles, recorriendo en horas los años luz. La comunicación, miles de veces más veloz que las ondas de radio, más eficaz que cualquier emisión electromagnética, representaba el primer logro del hombre en su lucha por vencer la barrera de la relatividad.
  Sobrevolando los abismos, sorteando las interferencias gravitacionales, superando el desaliento de los páramos del vacío interestelar, recorrió en solo algunos días distancias que la luz no podía cubrir sino en decenas de años.
  Las llamadas ondas EET (extra espacio temporales) eran el único medio de comunicación -aparte los lentos viajes espaciales, a velocidad cercana a la de la luz, de las astronaves- adecuado para unir los nuevos mundos colonizados con el planeta madre. Pero para lanzar uno solo de esos mensajes se requería un gasto energético equivalente a la producción anual de una colonia media. Ello hacía que este sistema se utilizara solo en casos de extrema necesidad, quedando las colonias, durante la mayor parte del tiempo, en una situación de verdadera  independencia con respecto a la metrópoli. O, más bien, abandonadas a sus propios recursos.
  Cuando, al cabo de unos días, el comunicado llegara al cinturón de satélites receptores en torno a la Tierra, estos se encargarían de reenviarlo a los ordenadores del Centro de Gestión Exterior, que no tardarían en ir haciendo saltar todas las alarmas que jalonaban el amplio e intrincado organigrama de dicha institución. En cuestión de minutos, todos los miembros ejecutivos del Organismo quedarían avisados y se les habría facilitado copia -en el soporte elegido- del contenido del mensaje. Y, estuvieran donde estuvieran, tendrían un plazo máximo de una hora para presentarse en el Salón de Asambleas de su sede central. 
  Y ninguno faltaría. Otra cosa es que pudieran hacer algo al respecto, aparte de darse por enterados del problema.

X

  Procedentes de un mundo agotado y dividido, habían aunado sus fuerzas para dar el siguiente paso en la escala de la existencia. Fletaron arcaicas naves que dirigieron hacia los mundos que la avanzada de servidores robóticos habían evaluado como idóneos para su supervivencia. Hacinados en el reducido espacio de sus navíos, pequeñas legiones de colonos, excedentes de población a los que no quedaba otra alternativa que salir en busca de nuevos horizontes o seguir malviviendo en la miseria que les proporcionaba su mundo, viajaron durante largos años para encontrarse con la esperanza.
  No hallaron paraísos ni tierras de promisión. Bajo duras condiciones, tenían que construir su futuro, adaptando las nuevas tierras a sus necesidades. Tuvieron que recorrer desde el principio, mediatizados por sus carencias materiales, el camino del progreso. En algunos lugares tuvieron más fortuna que en otros. Algunos llegaron pronto a elevadas cotas de desarrollo, ayudados por unas condiciones benignas. Otros quedaron estancados, atrapados por problemas de adaptación, una veces, de índole social, otras. Algunos fracasaron. Y, por último, otros tuvieron que enfrentarse a lo desconocido.

continuará


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