lunes, 30 de abril de 2012

De fulgurar triste la ciudad (IV parte).

  En el núcleo ignoto, recóndito y prohibido de la ciudad, hogar de la Máquina, se gestionaba la supervivencia de ese reducido tropel de gentes, habitantes de la ciudad, que representaban el futuro de la raza humana. La Máquina administraba sabiamente los escasos recursos disponibles y liberaba en el torrente sanguíneo de la ciudad las dosis justas de la esencia, escudados tras la cual, los débiles cuerpos de sus súbditos sorteaban los embates de la  radiación y otras miserias que aquejaban a este mundo enfermo, herido de muerte.

  Pero pobreza, enfermedad, plagas, inanición, envidias, ambiciones y abuso eran los elementos que componían el decorado perenne de ese teatro por el que, sumisos, deambulaban la carne y la sangre, la fuerza y la debilidad, el deseo y la cordura, los errores y las palabras de aliento, que sonaban vanas, que se difuminaban en el sucio aire antes de ser escuchadas.

  Espejo en mano, Narg Rodamit, revisaba las arrugas que profusamente surcaban su rostro más muerto que vivo. Se aferraba a la vida tras más de ciento treinta años de vagar por este mundo maldito. Nació en una época que ya nadie recordaba, ni siquiera él mismo, pues en su ajada memoria se iban desdibujando los detalles más remotos de su vida. Dominador de las artes del engaño y la política, de la estafa financiera y emocional, conductor de masas y líder de movimientos, siempre había navegado a favor del viento de los cambios políticos y siempre había sido respetado por la plebe ignorante que lo había encumbrado al vacante Olimpo de la Nueva Era.

  La noche ha pasado y sigo aquí. Siento extrañeza porque han desaparecido todo tipo de síntomas. Ya no soy productor de la esencia pero tampoco estoy debilitado ni me siento enfermo. Aunque parezca increíble, parece que estoy curado. La enfermedad, por tanto, ya no es el fin, sino el cambio, una mutación que te conduce a un nuevo estado, más resistente, mejor adaptado a las nuevas condiciones. Un hombre nuevo, una vida nueva. ¿Qué haré con ella?


continuará


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viernes, 27 de abril de 2012

Relatos de las colonias. Nimbus (VII parte)

V

  - ...Espero que no tengamos que llegar a ese extremo. Es imposible garantizar la posibilidad de evacuar el planeta en breve plazo. Aun en el caso de que pudiéramos volver a poner en funcionamiento las naves que nos trajeron aquí, ya sabes que la población se ha casi triplicado durante nuestra estancia. Muchos de los pioneros ya tienen nietos. Así pues, solo una parte del personal de la colonia podría salir al espacio. Cada nave, como recordarás, tiene capacidad para quinientas personas. Sin contar con que no tenemos cohetes lanzadores. Esos habría que construirlos partiendo de cero. Las viejas balsas de desembarco, como sabes, solo servían para el descenso al planeta. Y luego está el problema del combustible.
  Quesnay, el ingeniero, había estado hablando con la mirada perdida, meditativamente. Ahora se volvió hacia Krause, que le hablaba de nuevo.
   - ¿Se conoce la posición de las naves?
  - Sí, la órbita se vigila por telemetría para evitar que las naves caigan y se desintegren en la atmósfera. Y, por control remoto, se activan los propulsores auxiliares cuando es necesario efectuar correciones de rumbo. Pero esos propulsores son lo único que funciona en las naves. Los demás sistemas, tanto de navegación como de medio ambiente, fueron desconectados o desmantelados hace casi treinta años, poco después de nuestra llegada. Además, aunque consiguiéramos ponerlas en marcha, ¿a dónde podríamos ir?
  - Espera un momento. Si los sistemas solo fueron desconectados, no destruidos, podrían volverse a conectar. Y reparar o reconstruir las partes afectadas por el desmantelamiento o el desuso. Aquí tenemos suficiente capacidad industrial y técnica para llevar a cabo la tarea.
  -  Muy bien. Lo encaras con demasiado optimismo, pero se puede aceptar como hipótesis de trabajo. Supongamos que ya tienes las naves en orbita preparadas para partir. ¿Cómo saldrás de la órbita? Serían necesarias grandes cantidades de energía.
  - Con respecto al impulso inicial, es cierto que necesitaríamos mucho combustible, y también es cierto que aquí no hay donde conseguirlo, pero podríamos sintetizarlo a partir del petróleo, como en los viejos días de los combustibles fósiles. Fabricaríamos suficiente queroseno, que serviría también para las lanzaderas de transporte.
  - Habría que hacer muchas modificaciones en los motores, llevaría mucho tiempo...
  - Bueno, ya pensaremos en eso. Por el momento dime solo si es posible.
  - Humm,...es posible...
  - Más tarde, una vez fuera de la órbita, entrarían en funcionamiento los motores iónicos. Aún debe quedar algo de plutonio en los generadores para la travesía interestelar...
  - Con una estimación optimista, podrían dar impulso para recorrer poco más de dos años luz. después quedaríamos a la deriva, a merced de las fuerzas gravitatorias, en una órbita lenta. Tardaríamos cientos de años en llegar a otro sistema.
  - Nos dirigiremos a la colonia de Verania, que es la más cercana a nosotros. Si pedimos ayuda, quizá alguna nave de la Tierra o de las colonias viniera a recogernos a mitad de camino.
CONTINUARÁ



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Intro VI

Un día X me dijo:
  - He hecho una lista de cosas buenas que tenéis en este planetilla.
Como nunca quiso decirme su nombre real, me he acostumbrado a pensar en él como "X", y al final, acabo llamándolo así, aunque normalmente no se da por aludido.
 - ¿Es que vas a recomendarnos para ingresar en vuestra preciosa Federación Galáctica de marras...? - repuse con un toque de ironía.
 -  No, no. Yo no tengo autoridad para eso. Para que un nuevo socio sea aceptado en la Federación debe cumplir una serie de requisitos en cuanto a progreso tecnológico y social. Vosotros estáis todavía muy lejos del mínimo que se exige. Así que, quítatelo de la cabeza.
 Se me ocurrieron de momento al menos diez  formas de decirle donde podía colocarse su famosa Federación, y lo poquito que me importaba la misma, pero me contuve, como siempre, porque en el fondo sé que él no quiere ser desagradable. Simplemente es así.
 No me quiso dar pormenores de su cacareada lista, pero de vez en cuando me suelta algún dato. Sé algo ya sobre sus gustos musicales: Mozart, Los Beatles y el rock progresivo de los setenta. En cuanto a sus lecturas, le veo enfrascado con el Quijote y de vez en cuando suelta una risotada. Se ve que le está gustando.

continuará


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jueves, 26 de abril de 2012

Sueño

  Flotando en la tiniebla dúctil,
inserto en el oscuro molde,
atravesado por los finos hilos de la oscuridad,
quedo suspendido sobre el lecho en sombras
en el que más tarde seré recorrido de inquietos,
inquietantes sueños.
Reclinado en el escaño terso de mis meditaciones,
postrado ante el deseo a veces -las más-,
transido de noche,
recorro la luna, atisbo profundidades.
Melancólicas, ilustres, parsimoniosas, cegadoras,
ecuánimes, distantes, voluptuosas lágrimas autónomas,
rielantes esferas, guiños esquivos, altivas punzadas,
se esfuerzan en seducirme, ofreciendo exquisitas sugestiones.
  Se escandalizan algunos emisores de sonidos nocturnos,
por alguna ofensa ininteligible.
Y oigo, sumido en improbables agobios,
la cacofonía ligera del éter gomoso, blandito.
  Esfumo puentes irreales por saltar al abismo.
  Vuelo ensordecido por el crepitar de brisas vertiginosas
en esa hora en que el sueño, hasta ahí negado,
débil, inexacto,
se torna arenoso.
  Empiezan los párpados a ensayar una unión dolorida,
transida de granitos que entretejen punzantes ilusiones,
como una red.
  Vemos por última vez, en mortecino atisbo,
las sombras, la habitación en sombras,
esa conocida topografía nocturna;
desaparecen esas sombras -más o menos reales,
pertenecientes aún al dominio de lo diurno-
para dar paso a otras, perfiles endemoniados,
turbios de aberraciones maltrechas,
acaecidas en la lucha innoble de lo oculto,
de lo recóndito.
  
Imágenes horrísonas de algún estrato profundo,
finamente bruñido de erosionantes aunque impotentes siglos.
  El calor nefasto, aprisionador,
las tiñe de una hermosura horrible, posesiva.
  Y compartimos, en forzosa connivencia,
casi promiscua,
el errabundo y mórbido afán de noche.

El sueño, ya fiable, nos revela
-y quizá no tanto el sueño, que es, en sus predicciones más hermético,
sino ese momento fronterizo, umbral indefinido entre los extremos
de nuestra tergiversada (diurna) conciencia-
una burbuja de luminosidad que sobrevive
a la pastosa mancha oscura que nos envuelve.
  Y en ella, como en mágica lectura,
entrevemos las escenas estilizadas, inmarcesibles,
que se refugian en nuestro achacoso pero capaz doble fondo.
Contemplamos impertérritos, dotados de esa valentía
que proporciona la inconsciencia,
las escenas más horribles.
  Vagabundeamos entre espectros
bajo húmedas estalactitas palpitantes,
promesa única de un horror
proporcionalmente mayor a cada paso.
  Vemos la imagen deforme, subyacente,
de miles de caras agradables
que habíamos admirado a la contemporizadora luz del día.
  Nos asfixiamos casi con placer
en nauseabundos aromas;
asfixia que produce el espasmo único y último,
el más pleno,
el de la muerte repetida cada noche.
  Calles ínfimas son las que recorremos en la noche.
  Calles que, comprendemos, son las de un ajado laberinto
al que volveremos, en condena perpetua,
tras la tregua diurna y consciente.
  Laberinto que seguiremos construyendo
paso a paso, cada noche.

miércoles, 25 de abril de 2012

Relatos de las colonias. Nimbus (VI parte)

IV

  Se propagaron por la galaxia hasta llegar casi a sus confines. Recorrieron el entramado del Universo dejando aquí y allá su impronta. Dominaron mundos, enlazaron su destino al devenir de las eras.
  Encontraron el camino allanado ante su supremacía, disfrutaron de una cultura floreciente y rica. Se expandieron mientras duró la juventud de su raza, pero en determinado momento, quizá agotados por el esfuerzo, su civilización y ellos mismos, comenzaron a declinar. Tocaron la eternidad con las puntas de sus dedos, pero la eternidad les venció. La entropía y el caos pudieron con ellos.
  No se limitaron, empero, a aguardar la decrepitud y la extinción. Regresaron a la cuna de su humanidad. Fueron abandonando los mundos que les habían servido de hogar temporal. En el camino fueron diezmados por la debilidad y la desidia. Dejaron tras de sí los restos de su imperio. Cuando se vieron reducidos a una raza senil y ya incapaz de propagarse con fecundidad, comprendieron que no tenía sentido seguir poseyendo el cosmos. Era una casa demasiado grande para ellos. Retornaron, pues, a su mundo de origen. Y allí vivieron una segunda era de esplendor.
  No eran ya guerreros ni conquistadores. Se refugiaron en el arte, en la filosofía, en el inmenso acervo de conocimientos adquirido en su viajar por el universo. Habían evolucionado. Sus cuerpos, otrora poderosos, no les eran ya necesarios. Sus energías, ahora escasas, podían ser atesoradas en más escuetos soportes. Sólo sus mentes tenían ya valor.
  Accedieron a la cima de la evolución a través de lo primigenio. Sus moléculas quedaron engarzadas en estructuras etéreas, fluidas, como gigantescas células de frágil, aunque inamovible, consistencia.
  Y encontraron una nueva fuerza y un nuevo deseo. Se sintieron libres de las ataduras del tiempo y del espacio. Su nueva esencia podía desplazarse sin limitaciones. Y volvieron al espacio. Ahora sí lo sentían como su verdadero hogar. Pero esta vez no acudieron a él como conquistadores, sino como simples investigadores en busca de nuevas metas de conocimiento. No tenían que tomar nada para sí, no necesitaban saquear ni explotar el cosmos, pues ya no eran sino parte de él.
CONTINUARÁ




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De fulgurar triste la ciudad (III parte)

  Siempre creímos que el fin de la humanidad sería rápido, catastrófico, fulminante. Sin tiempo para reaccionar, para reponerse, para curar las heridas. Sin supervivientes. O acaso, con unos pocos, que, desesperados, deambularían en busca de, quizá, una explicación o un consuelo para acallar el lamento que de modo perpetuo  se instalara en sus almas.
  Pero nadie imaginó esta agonía lenta, esta acumulación de desastres que, sin matar, hiere una y mil veces el cuerpo maltrecho de la estirpe que se creyó dueña del mundo. La gente sobrevive, sigue luchando, pero sin horizonte. La supervivencia como un fin en sí mismo. Solo una enorme ciudad en la faz de la Tierra. Reducto del Hombre. Faro del mundo. ¿Pero no hay nada más allá?

  Hoy he notado un cambio. Me siento bien. Nada de secreciones, ni vómitos. Nada de hemorragias ni desmayos. Temo que mi cuerpo ha dejado de producir. Esta es la sensación que muchos narraron cuando se hallaban cerca del fin. Un espejismo. Entonces, la muerte me acecha; quizá esta noche. Quizá mañana.

  La esencia, esa medicina de la nueva era, esa panacea que unos cuantos desgraciados generaban en sus cuerpos, merced a una curiosa mutación, como subproducto del cáncer que les corroía, había supuesto la supervivencia de la mayoría de una población que, de otro modo, habría estado condenada a una extinción lenta pero inexorable. Ahora escaseaba porque ya quedaban pocos productores con vida. Los intentos de sintetizarla habían fracasado uno tras otro. La esencia necesitaba vida y necesitaba muerte. 

  El lecho maldito por el que fluía la vida de la ciudad, sus desgracias y sus tragedias, sus leves alegrías y ese compendio de almas descarnadas que se arrastraban por entre las rendijas diurnas, que se mezclaban con las sombras desnudas de la noche, se tragaba toda ilusión de futuro, toda esperanza de dicha, todo afán inocente.
CONTINUARÁ 





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domingo, 22 de abril de 2012

Intro V


  A los pocos días me dijo que ya estaba harto de recorrer la ciudad y que quería visitar otras ciudades y otros países para tener un conocimiento más completo del planetilla:
  - Así que, acerquémonos a una cabina y demos un garbeo por ahí...
  - ¿Perdona...?, ¿una cabina? -le respondí extrañado.
  - Sí, hombre, una cabina teletransportadora. Como en todas partes...
  - Verás, no tengo ni idea de lo que es eso. Pero aquí las únicas cabinas que hay, son telefónicas. Y ya quedan pocas.
  -Pero entonces, cuando tenéis que hacer un viaje largo, ¿cómo os las arregláis?
  Le expliqué sucintamente que cuando uno quería viajar a otro país tenía que buscar un vuelo, comprar el billete con suficiente antelación, presentarse en el aeropuerto varias horas antes, facturar el equipaje, rezar para que no se lo perdieran, robaran y/o destrozaran, hacer cola ante el control policial, pasar el control policial, meter los frasquitos con líquidos en una bolsa transparente para su inspección, no llevar objetos metálicos, pasar por un arco detector y ser cacheado por la policía si el arco detector pitaba porque te habías olvidado sacar el bolígrafo del bolsillo, de paso quitarte el cinturón y los zapatos, recogerlo todo rápidamente y de cualquier manera una vez acabada la inspección policial, y después correr, correr, por pasillos y escaleras hasta llegar a la puerta de embarque, hacer cola de nuevo hasta poder subir al avión, realizar un vuelo de 1 o 2 horas hasta llegar hasta las proximidades del aeropuerto de destino y dar vueltas en el aire durante 30 o 40 minutos hasta que te dejen aterrizar. En fin, una vez que llegas al destino, ya solo tienes que correr, correr, por pasillos y escaleras hasta llegar a la recogida de equipaje, volver a rezar para encontrarlo como estaba, volver a correr, correr, por pasillos y escaleras hasta llegar al control policial, hacer cola otra vez, mostrar tu documentación y ya solo queda salir del aeropuerto, que normalmente está en ninguna parte y a un montón de kilómetros de la ciudad a la que quieres ir. Total, poca cosa.
  Cuando terminé de hablar, los ojos parecían salírsele de las órbitas, boqueaba convulsivamente y unos goterones de sudor le surcaban la cara.
   Sólo consiguió articular en un leve balbuceo:
  -Lo dicho...la barbarie.

CONTINUARÁ


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sábado, 21 de abril de 2012

Relatos de las colonias. Nimbus (V parte)

  Krause intervino de nuevo:
  - Aunque me crean un alucinado, yo sé lo que experimenté, y no albergo la menor duda sobre su realidad. Intuyo que todos estos acontecimientos están relacionados y no podemos tomarlos a la ligera. Estoy seguro de que el equipo que está llevando a cabo la investigación en la aldea no hará sino confirmar la terrible sospecha de un dramático final para todos sus habitantes. Y debemos hacer algo, comprender no solo qué ha sucedido, sino por qué ha sucedido, por qué estamos ahora en el punto de mira de esa fuerza hostil, y qué podemos hacer para defendernos.
  Alguien, al fondo de la sala, se levantó y, dirigiéndose a Krause, le preguntó con cierta ironía:
  - ¿Podría definir o explicar, dado que al parecer posee usted información de primera mano, qué es y de dónde procede esa...fuerza hostil?
  Krause paso por alto la ironía y contestó con franqueza:
  - Según pude entender  es un ser muy evolucionado que, de alguna manera, ha conseguido unir su inteligencia, su consciencia, a las energías que se encuentran en el cosmos. Puede, por tanto, venir de cualquier parte, aunque sospecho que tiene una ubicación definida.
  - Es una explicación tan vaga como inconsistente. Una tal concentración de energía podría ser, seguramente, detectada por los radiotelescopios. Incluso en la Tierra deberían haber tenido conocimiento de ella si, realmente, se encuentra en este sector del espacio.
  - Tiene mucha razón, pero eso no resta verosimilitud a la hipótesis. Imagine que se trata de un sol o incluso un cúmulo estelar regido por esa inteligencia superior. Tendría a su disposición grandes cantidades de energía. Y al ser detectado por los aparatos, creeríamos sencillamente que estamos ante un simple cuerpo estelar.
  Un murmullo de sobrecogimiento recorrió la sala. El presidente tomó la palabra.
  - De ser así, nos enfrentaríamos a algo muy superior a nuestras fuerzas. Si bien todo esto no son más que especulaciones, creo que debo apoyar a los que piensasn que estamos ante un hecho de suma gravedad y de incalculables consecuencias. Pero, por ahora, no disponemos de datos que nos inclinen a decantarnos por una u otra postura. Lo único que podemos hacer es seguir investigando en el lugar de los hechos para llegar a alguna conclusión sobre lo ocurrido. En caso de que se confirmen nuestros temores, habrá que enviar un mensaje a la Tierra para informar de la situación en que nos encontramos...¿Hay alguna otra propuesta?
  En el silencio subsiguiente, la voz de Krause se oyó clara, casi estentórea.
  - Creo que deberíamos estar preparados para evacuar el planeta.
CONTINUARÁ




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Comentarios. 2001, odisea espacial. II. ¿Por qué una obra maestra?

  Una de las cosas que siempre he tenido muy claras en relación a esta película, es que se trata de una obra maestra. No ya del género de SF, sino del cine en general. Lo tuve claro desde la primera vez que la vi, con apenas doce añitos. Ni siquiera entendí la mayor parte de su trama argumental, pero daba igual. La estética de las imágenes, el ambiente que creaba, esa manera de estimular la imaginación del espectador, todo conducía a la sensación de estar ante algo grande. Evidentemente, con las técnicas y medios actuales, se pueden conseguir mejores efectos y, posiblemente, enriquecer el discurso narrativo. Pero creo que 2001..., aun tiene la fortaleza suficiente para conservar su lugar de privilegio entre los grandes logros del cine y competir abiertamente con obras posteriores que, en muchos casos, son sus deudoras o transitan caminos ya trazados por aquella. También hay que tener en cuenta que en la génesis del proyecto se encuentra el empeño de Kubrick de hacer una buena película de ciencia ficción. (Debe recordarse que durante los años precedentes,  la SF estaba considerada como género menor y la inmensa mayoría de filmes pertenecientes a ella eran lo que se conoce como Serie B. Pero había un creciente interés por los temas que trataba, como los viajes espaciales, la vida futura o el contacto con extraterrestres). Con dicho empeño, Kubrick se fue en busca de Arthur C. Clarke, uno de los más respetados autores del género en aquellos años, para que le ayudara, asesorara y, de paso, fuera escribiendo, de forma simultánea, la novela. (Hay que decir, por cierto, que, a pesar de ser un  trabajo en equipo, hay bastantes diferencias entre una y otra; pero esto ya lo contaremos en otra ocasión).


Y por qué una obra maestra. Pues por varias razones, de las cuales ya hemos dejado entrever algunas. Ya hemos hablado de las intenciones. También se pudo contar con los mejores medios técnicos de la época, un gran presupuesto, etc...Pero lo interesante es la forma en que se superaron algunos de los retos narrativos de la historia. Y a fe que lo hicieron de forma brillante.
El Monolito: Se preguntaron cómo representar a los extraterrestres y temieron que cualquier intento en este sentido podía caer en lo grotesco, irrisorio o poco creíble. No tenían más que echar la vista atrás y ver los  monstruos extraterrestres que solían mostrar filmes anteriores. Se podía evitar lo irrisorio acudiendo a la solución más fácil: los extraterrestres humanos, como en Ultimátum a la Tierra, pero esto podía ser considerado poco creíble. Optaron por algo distinto: Un objeto, una forma simple, geometría pura, compendio de lo natural y lo artificial, piedra o máquina, envuelto en misterio, impenetrable, desconocido. Un objeto que era el emisario de los seres a los que solo conoceremos por sus actos, pero no llegaremos a ver. Considero que es una solución magistral: económica, verosímil, críticamente intachable, y que además se sumaba a la atmósfera misteriosa pero serena que envuelve a toda la película.

The Invasion of the Saucer-Men / This Island Earth / The day the Earth stood still
 Los diálogos: Unos malos diálogos pueden cargarse una buena película. Y tal como se planteaba esta, había más bien poco que decir. Por lo tanto, la solución estaba servida: reducir los diálogos al mínimo. Después de años de diálogos grandilocuentes, banales o simplemente ruidos de gritos y explosiones, era de agradecer la quietud que recorre todo el metraje, siendo ocupada la mayor parte de la banda sonora por encantadoras composiciones clásicas de entre las que todo el mundo recordará el garboso "Danubio Azul".
El Amanecer del Hombre. Incluso se atrevieron a solucionar uno de los grandes enigmas de la humanidad: La aparición de la Inteligencia en los homínidos precursores del Hombre. Seguramente, para el público de la época fue chocante el presentarse a ver una película de aventuras en el espacio y encontrarse, nada más entrar al cine con un montón de monos chillones que parecían dedicar su existencia a pelearse entre ellos. Seguramente, para un público actual, desconocedor de la obra, resultaría igualmente chocante este inicio de la película. Pero, posteriormente, todo queda justificado. Y sobre todo, magistralmente sintetizado en la escena en que Moon Watcher, el líder de la tribu, arroja, exultante, el fémur que había utilizado como arma en la primera guerra de la humanidad.
 
Diseños realistas. Ventajas de contar con un experto en la materia. El diseño de las naves espaciales cumple todas las prescripciones del más puntilloso ingeniero astronáutico. Shuttles al estilo Columbia, que vimos en la realidad muchos años después, y naves rechonchas o frágiles, con formas adaptadas a la funcionalidad y desdeñosas para con la aerodinámica, ya que, como muchos aprendimos gracias a la película, en el espacio exterior, al no existir rozamiento, la forma de los cuerpos es indeferente. No me resisto a comentar, llegados a este punto, uno de los diseños más logrados del cine de ciencia ficción: la nave Discovery. Posteriormente se han realizado diseños de naves que pueden considerarse más elaborados, más complejos, más espectaculares. Pero, en mi opinión, la Discovery es la mejor muestra de lo que podríamos llamar ingeniería espacial virtual. El diseño presupone la construcción en el vacío, es decir no hay que lanzar la nave desde la Tierra, con lo que no necesita tener forma de cohete. Esto también lo aprendimos en la película. Por otro lado, el diseño parte de la idea de un largo "espinazo" que une los dos extremos de la nave: la sección de los motores y el habitáculo de la tripulación. La justificación de mantener esa larga separación es la de que los motores funcionaban con energía nuclear y era conveniente mantener a la tripulación a salvo de posibles escapes radiactivos. La parte delantera del vehículo, la cual constituía el módulo de control y habitáculo de la tripulación, es otra maravilla de diseño que comentaremos en otra ocasión.
¡Dios mío!, ¡Está lleno de estrellas! Estas son, oficialmente, las últimas palabras de Bowman. Las pronuncia cuando, durante la exploración del gran monolito que orbita Júpiter, este se abre por un extremo, convirtiéndose en una especie de túnel que permite a Bowman y su cápsula exploradora viajar a otro punto del universo donde, supuestamente, le esperan los creadores del monolito. 
Este viaje a través del túnel espacial, precursor de los viajes por el hiperespacio, los agujeros de gusano, los stargate y todos esos atajos para viajar más rápido que la luz, que se han expuesto en filmes posteriores, es quizá, la parte más controvertida de la película. A mucha gente impresionó, pero a otros fastidió. A algunos les supuso una experiencia sensorial, a otros les aburrió. A mí, personalmente, se me hizo un poco largo la primera vez que vi la película. Pero hay que reconocer que, visualmente, es un episodio muy trabajado. Quizá Kubrick quería mostrar precisamente esto, el desaliento de un viaje tan largo por los años luz.
Pienso que, en general, la historia está bien resuelta, bien contada a varios niveles, y los desafíos formales y narrativos que plantea el argumento, gestionados con maestría.
Por último, la atmósfera de quietud, ese tempo lento que a veces es reflejo de la serenidad y grandeza de ese universo al que nos asomamos, y otras veces es reflejo de la frialdad racional de unos hombres del futuro que dedican un buen trozo de sus vidas a deambular por el espacio en busca de soluciones al gran acertijo de la existencia y del cosmos, son la contrapartida necesaria a la grandeza de la epopeya que se representa . La sensación de sobrecogimiento que se experimenta al sentir bajo nuestros pies ingrávidos el abismo de la nada. Todo ello, tan bien representado en el film, y todo lo demás que hemos contado, hace que, inexcusablemente, considere a 2001: odisea espacial, una obra maestra.


viernes, 20 de abril de 2012

Relatos de las colonias. Nimbus (IV parte)

III
  
-...Yo era uno de los más escépticos, de los más ardientes defensores del pensamiento racional, negándome en todo momento a aceptar esas historias de fantasmas que corrían de boca en boca y que relataban supuestos encuentros con alguna especie de espíritus del más allá y que hacían suponer que habíamos llegado a un mundo encantado. Algunos se obstinaban en hacernos creer ese infundio y yo a eso lo llamaba oscurantismo, y sospechaba ocultos intereses tras ello. Por suerte, casi nadie prestaba oídos a tales historias. Pero a mí me sorprendía que nuestra avanzada época aún albergara esas creencias; me parecía que habíamos cometido el error de arrastrar con nosotros esos temores ancestrales hasta este nuevo mundo. Y me parecía que ello podía representar un freno a nuestro progreso y un peligro para el logro de nuestros objetivos.
  Pero ahora no tengo más remedio que admitir que estaba equivocado. Que esa sustancia se genera aquí; que, incluso, la memoria colectiva pudiese guardar vestigios de anteriores encuentros similares a estos. He sentido, en fin, esa presencia, he contactado con esos seres y, aunque no sé si pueden definirse como fantasmas o espíritus, pues estos términos cobran ahora una nueva significación, convengo en admitir que aquellas historias tenían un fundamento. Y ya no me cabe duda de que no somos los dueños - o, al menos, los únicos dueños- de este pequeño rincón del universo.
  Krause estaba de pie en el estrado, y hablaba sin levantar la vista, con la mirada fija en el atril que tenía ante él. Había estado todo el viaje de vuelta ordenando sus ideas, meditando sobre la forma en que expondría lo sucedido. Aunque desde la propia aldea había llamado por radio a Ciudad Central informando de la situación, los acontecimientos habían  tomado un nuevo giro tras su encuentro de la pasada noche. Ahora corría el riesgo de que lo tomaran por loco, pero, convencido como estaba de la gravedad de la situación, e impresionado por el contacto con ese extraño ser, estaba dispuesto a dar todos los pasos necesarios para lograr, por parte del Consejo, el reconocimiento de la nueva realidad  que le había sido revelada. Ahora miró a los circunstantes, todos ellos miembros del Consejo Administrativo de la colonia, esperando atisbar en sus caras la impresión que les habían producido sus palabras, intentando inferir por sus gestos, lo que pensaban de todo aquello. 
  Uno de los hombres se levantó y comenzó a hablar.
  - Hay, efectivamente, muchas cosas que desconocemos aún de este planeta. La extensión colonizada hasta el momento se reduce al diez por ciento de su superficie total y la zona explorada no es superior a una cuarta parte de la misma, casi toda ella perteneciente al hemisferio sur que, como saben, cuenta con las condiciones más benignas para nuestra supervivencia. Ello hace que la gente, en el difícil trance de vivir en un mundo extraño y, en su mayor parte, desconocido, deje vagar la imaginación inventando lo que podríamos llamar leyendas. Por muy racionales que queramos ser, nuestra psique funciona así y, todos, en algun momento, somos o podemos ser víctimas de alucinaciones o visiones que en un primer momento no sabemos interpretar pero que, a la luz de la lógica, devienen más tarde en hechos perfectamente explicables dentro de la normalidad de las cosas. Nuestro amigo, probablemente impresionado por lo que vio en la aldea, ha sido víctima de una de esas alucinaciones...
  - Son de agradecer sus bienintencionadas palabras, señor -intervino otro de los presentes-, pero no podemos obviar el hecho de que algo extraño está sucediendo. La desaparición de toda una población no es cosa insignificante, aunque hasta ahora no se ha podido demostrar nada en un sentido ni en otro. Por otra parte, esas historias de fantasmas, si bien no merecían crédito desde una postura racional, no dejan de ser síntoma de que a nuestro alrededor existe algo inexplicable. Hay muchos informes de gente que dice haber visto cosas extrañas, aunque en ningún caso tan detallados como el que ha presentado Krause.
 CONTINUARÁ


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miércoles, 18 de abril de 2012

El día que me abandonaron

  ...Y un día me abandonaron. Estoy ahora postrado, en este inhóspito lugar, que tan agradable fue antes, cuando estaba adornado con las sonrisas de todos ellos, con sus lamentos a veces, tan bien interpretados, tan llenos de esperanza.
  Ahora, sin embargo, todo está revuelto. El desorden de la habitación, de la casa, no es sino una prolongación del caos que reside en mi cabeza. Ocupo el tiempo intentando fijar los recuerdos. Plasmarlos en el diario que ya me parece casi inútil. Que paso días sin abrir. 
  Las paredes, empezando a resquebrajarse, parecen reclamar mi atención. Los papeles olvidados inundan los cajones. Los muebles, otrora risueños, me miran circunspectos, como forzosos compañeros de desdicha. La conciencia de mi soledad se torna a veces insoportable. Intento encontrar una salida, pero todo es un ciclo recurrente. Todo me devuelve a los recuerdos, a bucear en ellos, a vivir tan solo a través de ellos.
  Vago como un espectro olvidado por esta enorme casa, que parece rechazarme ya, harta de mi ubicua presencia. Cerrándose a mi alrededor un cerco de suciedad, abandono, desidia. A veces llego hasta una ventana y miro al exterior. Al grisáceo exterior cubierto de nubes, otoñal, sin colorido. Todas las imágenes que percibo reflejan mi interior, como un permanente recordatorio. 
  Paso días releyendo cartas. Como si quisiera aprenderlas de memoria. Y, sin embargo, me voy dando cuenta de que cada vez tienen menos sentido. Cada vez me parecen más borrosas las líneas, como si las palabras se fueran esfumando al tiempo que los recuerdos, ya desgastados de tanto repasarlos.
  Hace ya bastante tiempo que recibí la última visita. Me han ido abandonando poco a poco, pero eficazmente.



Otros relatos publicados:

Mis pensamientos  
Un gato llamado leyendas de Marte
Deambulo por una calle

Intro IV

  Anochecía cuando llegamos a las primeras calles de la ciudad. Yo seguía dándole vueltas a como manejar esta situación, pero solo se me venían a la cabeza los tópicos de las películas sobre extraterrestres. De pronto, se me ocurrió una idea espantosa y me aparté de él de manera instintiva: 
  - Eh! Ya sé lo que ha pasado. Leí hace tiempo que cualquier raza extraterrestre sería muy distinta de nosotros, pues habría seguido una evolución diferente. Sin embargo tú eres igual que nosotros. ¿No serás una especie de hidden que se ha apropiado del cuerpo del primer desgraciado que se acercó a tí?, ¿y que luego va a ir pasando de un cuerpo a otro para mantenerse vivo en nuestro planeta? 
  Acabé hablando casi a gritos, alejándome cada vez más de él. Pero él,  muy tranquilo, vino a mi lado y me soltó lo siguiente: 
  - Mira, en primer lugar te diré que el primer desgraciado que se acercó a mi,  fuiste tú. Y, en segundo lugar, no sé que rayos es un hidden. Pero te aseguro que me parece repugnante eso de ir pasando de un cuerpo a otro y bobadas por el estilo. Así que, acéptalo: soy un tipo corriente. De otra galaxia, pero corriente.
  Supongo que me quedé con cara de tonto. Así que, muy calladito, me puse de nuevo a su lado y continuamos caminando. 
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domingo, 15 de abril de 2012

De fulgurar triste la ciudad (II parte)


 En el pabellón ya solo quedábamos cincuenta. Muertes cada noche, recuento de cadáveres cada mañana. El alba fantasmal del rigor mortis. La esencia en estos cuerpos tocados por la fortuna. Estroncio, plutonio y calcio. Proteínas, ácidos... y, sobre todo, la proporción exacta. Una combinación entre millones. Una fórmula mágica. Pero cuando tu cuerpo dejaba de crear la sustancia, no eras más que una carga. Afortunadamente, el fin de la productividad coincidía con la muerte. En la mayoría de los casos. Algunos sobrevivían para arrostrar un trágico final. Arrabales de muerte, abandono, desecho de la ciudad que te mantuvo con vida mientras fuiste útil.
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La Máquina. Su ruido. Un sonido que lo llena todo. Un bramido de satisfacción y fuerza. De poderío. En el centro de la estancia, omnipotente, imperecedera. Artificiosamente seductora. Clamando su autosuficiencia -nuestra prescindibilidad-. Incansable. Un vacío cada vez más extenso -más funcional, más aséptico- va poblando el lugar. Sus tentáculos fuertes, firmes, van abriendo brecha, despejando la situación.
Primero los hombres fueron los creadores de la Máquina. Adorado Dios Creador, Padre Todopoderoso. Pero la Máquina tenía la capacidad de evolucionar, aprender, inventar cosas nuevas. Para eso fue creada. Hubo un momento en que alcanzó a tratar a los hombres como iguales. Mis Hermanos los Hombres. Llegó el momento en que superó la capacidad humana en todos los sentidos. Se ocupaba ya de todo. Pero necesitaba operarios. Simples Trabajadores a su Servicio.
Ya ni siquiera obtenemos nada a cambio de nuestro trabajo: somos los Esclavos de la Máquina.

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Todos los errores cometidos por la humanidad en los últimos decenios convergían para dar lugar a esta nueva y pavorosa situación. La radiactividad y sus venenos, la desestructuración de la atmósfera, la extinción de las especies. El agotamiento de los recursos, la rabia y la ambición desmedida. Rostros desencajados, cuerpos ateridos. Enfermedad.  Jóvenes sin dientes ni cabello. Ni juventud. Niños sin infancia. Hombres y mujeres encorvados, sin apenas poder ver a su alrededor. Pero la Naturaleza siempre halla un camino. Para vivir, para seguir adelante.

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sábado, 14 de abril de 2012

Relatos de las colonias. Nimbus (III parte)

  II

  El camino comenzó a desvanecerse como si su vista se nublara, y todo a su alrededor pareció esfumarse gradualmente, siendo sustituido por un torbellino en el que se retorcían formas sinuosas parecidas a volutas de humo. Cortinas de materia iridiscente ondeaban ante sus ojos. Ya fuera del coche, sin atreverse a dar un  paso, Krause observó cómo ante él surgían burbujas de colores pálidos que se avivaban y estallaban. Parecían palpitar cada vez con más fuerza hasta desaparecer en una cascada de filamentos brillantes. Unos corpúsculos ovalados transitaban por entre la maraña que semejaba un fluido viscoso, citoplasmático, donde otros glóbulos más pequeños parecían ser abrazados y engullidos por informes masas de aspecto cartilaginoso. Rumores extraños, como sonidos deformados por la distancia, acompañaban la escena y, en el cielo, las estrellas parecían escapar a la vista trazando estelas fulgurantes. Una masa negra, compacta, que surgía de un punto indeterminado, aumentaba de tamaño con rapidez hasta cubrirlo todo. Y entonces, reinó la más negra oscuridad. Al palpar el aire ante él, Krause notó una sensación viscosa, como si estuviera rodeado de un magma incorpóreo e ingrávido.
  Sintió, más que oyó, una llamada. Dentro de su cabeza algo resonaba reclamando insistentemente su atención. Pasó de una irrupción en el umbral de lo consciente a algo como un cuerpo extraño que lo invadiera y lo poseyera, y de lo que él pretendía defenderse, en un frenesí de miedo y cólera, ante la inquisitiva presencia de unos inmateriales tentáculos que se introducían en lo más profundo de su mente, anhelando el contacto, sirviéndose de sus redes nerviosas, apropiándose a un tiempo, en instantes, de todo lo almacenado en ellas. Su resistencia, al fin, cedió, ante esa fuerza superior y entonces, escuchó:

- Has sido testigo de la potencia sin límites, has encontrado la desolación, has presenciado el fin de lo efímero. La destrucción selectiva, el holocausto de lo perecedero. Aunque no has sabido interpretarlo. Vosotros, seres débiles, efímeros, estáis sometidos a fuerzas que no sabéis comprender, estáis demasiado ceñidos por vuestro exiguo y condensado devenir. Quedaríais asombrados si pudierais intuir la complicada trama de dimensiones que forman el universo. Quedaríais sorprendidos si pudierais descubrir la intrincada trama de universos que forman el infinito. Pero, presos de vuestra propia dimensión, ni siquiera sentís miedo de las fuerzas que os cercan y, quizá, os desprecian por insignificantes. No teméis porque no sospecháis lo precario de vuestra situación. Pero el cerco que os rodea se hará un día palpable. La sentencia ha sido dictada como lo fue, en su día, para nosotros. Es solo, por tanto, una cuestión de tiempo, que el dictamen sea ejecutado también sobre este mundo. Y  ya el terror ha empezado a mostrarse. Ya ha asomado por sobre vuestro mezquino horizonte. Os veis envueltos en una lucha perdida de antemano, sin tener ni siquiera medios, no ya para defenderos, sino simplemente para detectar a vuestro enemigo. 
  Nosotros solo somos testigos de lo inevitable , y dar fe de ello es ya nuestra única misión. Conocemos el sufrimiento y sabemos que lo que ha de ocurrir es imparable, pues ya fuimos derrotados una vez.
  Y ahora, nuestra  fuerza es escasa. Nuestra movilidad, limitada. Nuestra condena consiste en permanecer atados a este mundo aun sabiendo lo cercano de su final.

  Krause levantó la vista, intentado adivinar de dónde procedía este flujo de comunicación. Intentó hablar y no pudo. Comprendió que no era necesario. Con su pensamiento ya estaba formulando preguntas:

- ¿Quién eres?, ¿dónde estás?...
- Solo soy un condenado, como ya dije antes. Soy uno de los que fueron derrotados. Constituimos los restos de un pueblo que fue grande un día, mucho tiempo atrás. Pero ahora solo somos un desecho del universo, unos exiliados en este islote del cosmos que, por azar, se ha convertido en la prisión donde agotamos los últimos días de nuestra existencia.
  Estoy aquí y no estoy. la presencia física no es, para nosotros, más que un concepto carente de valor práctico. Estoy aquí porque una de las dimensiones en que habitamos se cruza temporalmente con la tuya.
- ¿Eres humano?
- No en el estrecho sentido que vuestra raza antropomorfa concede a este término. Procedo de una humanidad, puesto que existen muchas; aunque nuestro actual estadio evolutivo hace que en nada nos parezcamos a vosotros.
  Krause intentó formular nuevas preguntas, pero el torrente de comunicación continuaba, eludiendo contestarlas:
  -Esta conversación no puede continuar por más tiempo. El contacto es precario y se debilita por momentos. Su única finalidad es ayudarte a comprender lo que has visto hoy, y ya creo haberte dicho suficiente...
  Como si esto último fuera una despedida, la voz comenzó a desvanecerse. Krause intentaba retener el contacto. Su mente emitía vertiginosamente, demandando respuesta a las preguntas que bullían en su cabeza. Como desde la lejanía, oyó la réplica a una de ellas. 
- El peligro a que os enfrentáis no tiene forma. No es algo comparable a nada que hayáis visto antes. Os jactáis, en vuestra ignorancia, de haber descubierto los secretos del cosmos. Pero esto es algo totalmente nuevo para vosotros. Es la culminación del ciclo evolutivo. La combinación de lo vivo y lo inerte. La simbiosis entre la inteligencia y la energía del propio universo.
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Intro III

  Mientras bajábamos del monte - tardamos el doble de lo habitual para mí. No es que yo sea un atleta pero la verdad es que él era bastante torpe andando por el campo. Pensé decírselo para ver si sacaba algún cacharrito o artilugio que le ayudara a ir más rápido, pero me contuve por si eso pudiera ir contra las normas de cortesía de la Federación de bla, bla, bla -, me confió que en un principio iba a pasar de nuestro planeta (el decía "vuestro planetilla"), pero que en el último momento captó a través de la radio una bonita música que le gustó mucho. Me dijo que querría volver a escucharla pero que no sabía como se llamaba. Intentó tararearla, pero ante sus patéticos esfuerzos le pedí que se callara. Para cambiar de tema le pregunté que si tendría que llevarlo a ver al presidente o a alguna autoridad importante, pero me contestó que no tenía ningún interés en conocer a nuestros políticos. "Mira, te diré una cosa - me espetó con tono displicente- : hasta que no tengáis un gobierno mundial o algo parecido, formado por especialistas en sus respectivas materias, en lugar de políticos profesionales, no vais a salir de la barbarie". Eso dijo: "barbarie". Como si estuviéramos todavía en las cavernas. Y se quedó tan pancho.
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De fulgurar triste la ciudad

  La mañana pálida se abría paso sobre el conocido fragor urbano. A través del ambarino cristal de la sala de reposo, gozaba de una atenuada visión de la febrilidad circundante, sazonada con el repiqueteo de una lluvia fina pero persistente. Hoy casi nadie se había levantado. Yo, en realidad, solo había conseguido llegar desde la cama hasta este sillón próximo a la ventana. 
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La ciudad, vista desde lejos, ofrecía una perspectiva hiriente; era como una burbuja de neblina espumosa, oscura y fétida. Estratificada, lenta. Incluso desde la distancia se podía intuir la febril actividad que contenía. Humos espesos, opresivos, componían un horizonte ficticio. Un cinturón tridimensional de basuras y desechos. Una rutina asfixiante. La enormidad de la ciudad parecía reducida, sintetizada, por aquel ominoso entorno.
Era en este lodazal donde malvivían como ratas los desechos de la plebe que habitaba la ciudad. Expulsados por la jauría humana que se había adueñado de ella, todos aquellos que ya no eran útiles, habían de buscar refugio entre la podredumbre y el frío, entre la iniquidad y el olvido.

Al entrar en la ciudad, inmediatamente se sentía un olor intransitable, compuesto de miles de matices, ninguno lejanamente agradable, que lo llenaba todo. El café que se tomaba en las terrazas participaba de ese olor, las golosinas expuestas en los anaqueles de las confiterias , los buñuelos que el ganapán se afanaba en redondear en la ajada marmita, el algodón de azúcar, todo participaba de esa conspiración contra los sentidos cuyo único fruto era ese pastoso sinsabor al que hemos acabado acostumbrándonos. Las flores de los escasos jardines, cubiertas de una fina capa de hollín, morían sin poder ofrecernos un aroma hace tiempo olvidado.
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 Los paredones grises, los muros desconchados, los aleros poblados de moho y cristales rotos, las barandillas herrumbrosas, restos de carteles engomados, medio despegados, a merced del viento. Los sótanos de luz grasienta, los faroles encorvados sobre el asfalto, vigilantes; la miseria que se respira, los cuerpos agotados, sin lucha ya en ellos. Ni perdón, ni ilusiones. Volvían del trabajo, como muñecos de función benéfica, maltratados, deshilachados, dejando a su paso un reguero de serrín añoso. Con un rostro ya no amargo: inexpresivo.

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jueves, 12 de abril de 2012

Comentarios. 2001, odisea espacial. I. ¿Por qué 2001?


  Lo primero que nos puede venir a la mente cuando leemos el título de esta magistral película y novela del género de Ciencia Ficción, creada entre 1966 y 1968, es una extraña sensación de anacronismo, ya que el año 2001 pasó en la realidad hace ya tiempo, sin pena ni gloria, por cierto, y aquí seguimos, prácticamente igual que antes, sin haber viajado a Júpiter, ni tener urbanizaciones en la Luna, ni ninguno de los portentos que nos sugería la mencionada obra. ¿Quiere esto decir que los grandes maestros Clarke y Kubrick se equivocaron de medio a medio cuando vaticinaron las andanzas de la humanidad en tan carismática fecha? Pues parece ser que sí. Pero esto tiene mucha más miga, y se me ocurren una cuantas cosas al respecto. Primero, la Inocencia. Inocencia en el sentido de la simpleza, de no tener perspectiva suficiente para extraer conclusiones. No digo que los mencionados maestros fueran unos simples. En realidad eran unos artistas; y al desarrollar su obra quizá cayeron  en el romanticismo de una apuesta por el progreso sin detenerse demasiado a analizar el precio de ese progreso (ahora lo sabemos bien: la actual crisis económica se debe en parte a años de dispendio sin control). La inocencia también hace pensar en ecuaciones, que, vistas detenidamente, no tienen fundamento. Se pensaba en aquel entonces que si los hermanos Wright habían inventado el avión (poco más que una bicicleta con alas) en 1903; que si solo unos quince años más tarde ya se había perfeccionado el invento hasta el punto de poder darle un uso bélico; y que si en los años 30 ya empezaron a funcionar aerolíneas de pasajeros, por "lógica" el desarrollo de los viajes espaciales tendría una trayectoria similar: años 50, primeros cohetes; finales de los 60, viaje a la Luna en plan pionero, y treinta y tantos años más tarde, generalización de los viajes espaciales y presentarse en cualquier planeta como Pedro por su casa. El error está en considerar que la conquista del espacio es equivalente a cualquier otra gesta en nuestro mundo. Y no: salir ahí fuera, venciendo la gravedad, las inhóspitas condiciones y sobre todo, las enormes distancias, no es fácil ni barato. Y, seguramente, tampoco rentable. Los americanos lo saben. Sus seis viajitos a la Luna supusieron un esfuerzo nacional de tal magnitud, a nivel político, económico, industrial, militar y social, que nadie se ha atrevido a repetirlo, ni creo que se atrevan en mucho tiempo. 
  Otra de las razones que pudieron inducir a creer en tan acelerado progreso, no sólo a los autores de la obra mencionada, sino en general a toda aquella generación de los años 60, era el desolador momento histórico en el que se veían involucrados. Efectivamente, cuando el presente es duro, se tiende a esperar un mañana mejor. En la época de la guerra de Vietnam, los magnicidios de los Kennedy y Luther King, el miedo al holocausto nuclear, la desbocada carrera armamentística, la guerra fría, el desaliento de un siglo que había sufrido dos guerras mundiales y que pocos años después parecía volver a encontrarse al borde del abismo con una guerra mundial encubierta -no hubo un enfrentamiento global, pero sí multitud de conflictos armados repartidos por 3 continentes- y un incipiente reconocimiento del desastre ecológico al que se dirigía el planeta, era, si no lógico, sí bonito, pensar que el futuro sería mejor y que algo debería ocurrir para que empezaran a mejorar las cosas. Quizá por ello, Stanley y Arthur se dieron un margen de algo más de treinta años para ver realizado su sueño. 
También, cómo no, estaba el atractivo del número. Se hablaba mucho del año 2000 en aquella época, redondo dígito que parecía constituirse en la frontera entre dos épocas, entre el ajado novecento y el brillante porvenir, entre lo viejo y lo nuevo. Pero Clarke le añadió ese uno, esa gotita de sentido común matemático e histórico, porque como ya explicara en su día, el inicio del siglo XXI, no se produciría en 2000, sino en 2001, de la misma forma que el siglo I empezó con el año 1, ya que no existió nada que pudiera llamarse año cero.
Por lo tanto, entre la Inocencia de pensar que todos los avances tecnológicos tienen un movimiento contínuo y rectilíneo; la Esperanza de que el tiempo por venir curaría nuestras heridas con el bálsamo del progreso y el hallazgo de una fecha simbólica y significativa, se concibió una localización temporal para esa obra maestra del género fantacientífico. Probablemente, ellos ya sabían que se adelantaban mucho, pero  los que vimos la película y leimos el libro en aquella época, recibimos un regalo estupendo, con el que hemos podido disfrutar durante años. Fue, como dice Dave Bowman en otro momento,  algo maravilloso.


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domingo, 8 de abril de 2012

Relatos de la colonias. Nimbus (II parte)

  Las colinas habían quedado atrás y ahora el camino enfilaba rectamente las tierras de cultivo donde los habitantes de la aldea se afanaban en obtener los preciados cereales y frutos que constituían la base de la dieta en la colonia. Merced a una intrincada red de estrechos canales que atravesaban, entrecruzándose, lo que antes no eran más que terrenos baldíos, habían conseguido hacer productivos estos campos. Las semillas, traídas de la Tierra, fueron procesadas y perfeccionadas durante años hasta conseguir variedades que se adaptaran a las rigurosas condiciones imperantes en este mundo.
  Cada cierto trecho eran visibles las torretas de riego que, tomando el agua de los canales, producían una especie de tenue lluvia artificial; y, aquí y allá, grandes máquinas cosechadoras, detenidas, parecían hibernar esperando el momento de la recogida.
  Cerca ya de la aldea, un puente cruzaba el ancho río de aguas amarillentas que atravesaba la región. Junto al puente, la gran estación depuradora extraía incesantemente el agua, la despojaba de los perniciosos elementos que la hacían inutilizable para los humanos, y la impulsaba hacia los canales de riego a través de las tuberías que, a modo de radios, arrancaban de su interior.

  Al llegar a la aldea, Krause notó una sensación extraña; alguna llamada interior, subconsciente, le instaba a mantenerse alerta, sospechando algún peligro. En seguida se dio cuenta de que algo pasaba. Ningún ruido, ningún síntoma de actividad, nadie a la vista. Cayó en la cuenta de que esa misma quietud reinaba en los campos de cultivo que poco antes había atravesado. Todo parecía estar en orden, pero las calles se hallaban desiertas. Ningún vehículo, excepto el suyo, transitaba por ellas, nada se movía. Hasta el aire parecía haberse detenido. Paró el coche y comenzó a andar entre los achatados edificios sin encontrar a nadie. Caminó unos cien metros por una empinada calle hasta desembocar en una plaza de forma octogonal, en cuyo centro se elevaba una sencilla escultura, una especie de obelisco con forma de prisma de tres caras, las cuales estaban cubiertas de inscripciones conmemorativas. Había esperado encontrar cierto bullicio en aquel sitio, espacio central de la vida ciudadana local, pero la misma calma y la misma soledad envolvían el lugar.
  El silencio, un silencio devastador, martilleaba en sus oídos y varias veces se detuvo, aguzando los oídos, creyendo haber percibido algún sonido. Ilusiones que su mente perpleja producía ante la inusitada falta de estímulos auditivos.
  Llegó a la Oficina Científica, donde debía entrevistarse con el comité local de investigación. La puerta estaba abierta. Recorrió los pasillos atisbando en el interior de las habitaciones según pasaba. Algunas máquinas seguían funcionando, a pesar de que no había nadie para atenderlas. Algo llamó su atención: una especie de polvo blancuzco cubría el suelo en algunos lugares, formando pequeños montones. Rápidamente lo asoció con algo que había visto antes, pero que había pasado por alto. Volvió afuera y observó que en el suelo, por todas partes, había restos del mismo polvo. Súbitamente una ráfaga de viento se levantó y arrastró el polvo, levantándolo en el aire, arrojándoselo a la cara, como la arena de la playa en un día de viento.
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